A las diez de una cálida noche de jueves, Peter Lanzani estaba sentado en su furgoneta, mirando la pequeña casa de alquiler en la que Lali Esposito
vivía. No dejaba de decirse que era
una locura estar allí. Él no era el tipo de hombre que pudiera pedir nada. Tenía por costumbre
no necesitar a
nadie. De niño había
aprendido que mostrarse como un ser vulnerable nunca
recibía recompensa.
No obstante, se había enterado de que Lali Esposito y Benjamín
Amadeo estaban
prácticamente comprometidos para casarse y que Lali iba a abandonar el pueblo
para marcharse con él. Peter sabía que, si lo hacía, estaría cometiendo una gran
equivocación. Benjamín
no cuidaría de ella del modo en el que él lo haría. Benjamín no la
amaría como la amaba
él. Benjamín tan sólo se amaba
a sí mismo.