–¿A ti qué te parece? –espetó ella, tragando saliva dolorosamente.
–A mí me parece que llevas puesto un vestido de novia... ¿Es tuyo?
Ella esperó unos segundos y asintió. Parecía un cachorro al que le hubieran dado una patada. Como si fuera ella la que hubiese sufrido una conmoción y no el hombre con quien se estaba acostando y que acababa de regresar, tras pasarse una semana fuera, para encontrarse con una novia...
La mezcla de deseo salvaje, asombro y horror le impedía pensar con claridad.