Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Capitulo 14

No crees que es demasiado temprano para ir tan elegante?
–¿A ti qué te parece? –espetó ella, tragando saliva dolorosamente.
–A mí me parece que llevas puesto un vestido de novia... ¿Es tuyo?
Ella esperó unos segundos y asintió. Parecía un cachorro al que le hubieran dado una patada. Como si fuera ella la que hubiese sufrido una conmoción y no el hombre con quien se estaba acostando y que acababa de regresar, tras pasarse una semana fuera, para encontrarse con una novia...
La mezcla de deseo salvaje, asombro y horror le impedía pensar con claridad.

–¿Lo llevas puesto porque...? –«¿has estado casada?», «¿vas a casarte hoy?», «¿tanto me has echado de menos?».
¿Era posible que, a pesar de todas las barreras que había levantado, de nuevo una mujer morena hubiese sido más astuta que él? Quizá debería haber prestado más atención a las advertencias de Hitchcock... Le daría a Lali un minuto para explicarse. Dos, como máximo. Y, si no lo convencían plenamente las respuestas, se marcharía de allí.
–¡La cremallera se ha atascado! –exclamó ella, levantándose el pelo para mostrarle la espalda. Y un encaje de color crema con perlas incrustadas y...
Peter levantó la mirada al techo.
–No me refiero a eso, sino a... ¿Por qué tienes un...?
–Oh, vamos. Sabías que tenía un vestido.
Peter sacudió la cabeza, pero seguía completamente aturdido.
–¿Qué tenía que saber del vestido?
–Que existía. Que es mío. Que tengo un vestido de novia.
–Lali, es la primera vez que veo ese vestido, en serio.
–El día que nos conocimos –replicó ella, cruzándose de brazos–. Lo llevaba en el ascensor.
Peter abrió la boca para decirle que era imposible, porque él jamás habría intentado nada con una mujer comprometida. Pero no podía creerse que Lali estuviese comprometida, de modo que volvió a cerrar prudentemente la boca sin decir nada. Lali no parecía estar de humor para tener una discusión. Más bien, parecía al borde de una crisis nerviosa.
No era exactamente el reencuentro que él se había imaginado. Pero no podía marcharse de allí y dejarla en aquel estado.
Se quitó el gorro, la bufanda y la chaqueta y lo arrojó todo en una mesa cercana. Acto seguido, y con un ligero temblor en las manos, la agarró por los brazos con cuidado de no tocar la tela. Entró en el apartamento y cerró la puerta con el pie.
–Lali, sinceramente, te digo que no recuerdo que llevaras este vestido aquel día.
–¿Le dijiste a Gaston que casi te pillé los dedos con la puerta del ascensor y no recuerdas que llevaba una bolsa enorme con las palabras Vestidos de novia a precio de saldo en rosa?
–Sí, lo recuerdo muy bien –los grandes ojos cafes. El pelo rubio y despeinado. Las chispas en las paredes. El deseo que lo hacía olvidarse del jet lag–. Te recuerdo a ti.
Lali parpadeó con asombro y soltó una prolongada espiración, como si hubiera estado conteniendo el aire. Y Peter no pudo impedir que sus ojos recorrieran aquel vestido que se ceñía a los costados y descendía por sus apetitosas curvas. Si un hombre con un esmoquin alquilado veía a una mujer como ella con un vestido así caminando hacia él por el pasillo de la iglesia, no tendría nada que objetar.
Pero él nunca sería ese hombre.
Le gustaba Lali. Era una chica inteligente y divertida y una salvaje en la cama. Pero si aquel vestido era una especie de señal, se estaba equivocando de hombre.
Él no era de los que se casaban. Ni siquiera de los que tenían una relación estable. Sus prioridades hacían imposible cualquier compromiso. Desde que podía recordar, sus ambiciones habían sido trabajar duro y hacer que su abuela estuviera orgullosa. Y, después de cometer su único y monumental error, se había volcado por entero en enmendarlo y se había jurado que nunca más volvería a repetirlo.
Se pellizcó el puente de la nariz. No podría ir a ninguna parte, ni a su casa, ni al trabajo, ni a cenar, ni siquiera a la cama de Lali, hasta que dejaran muy claro aquel detalle.
Retiró lentamente las manos y se las metió en los bolsillos de los vaqueros mientras daba un paso atrás.
–Siéntate –le ordenó, señalando con la barbilla la mesa de la cocina.
Ella obedeció y también él se sentó, aunque lo bastante lejos para no tocarla.
–¿Te importa explicarme de qué va todo esto?
–¿De verdad quieres saberlo?
–Más de lo que imaginas.
–Muy bien –accedió ella–. Fui con Candela a buscar su vestido de novia. Vi este vestido por casualidad y sentí que tenía que ser mío. Pero no porque tuviera el menor deseo de casarme. No soy de esas chicas que se mueren por encontrar marido. Al contrario. Puedes estar tranquilo.
–De acuerdo –dijo él, aunque estaba muy lejos de sentirse tranquilo.
Lali bajó la mirada y un mechón le cayó sobre el rostro.
–Pero la verdad es que el compromiso de Cande me ha afectado más de lo que creía. Siempre habíamos sido inseparables... pero ahora parece que la he perdido. Desde que anunció su boda no he vuelto a ser yo. Es como si hubiera perdido el interés por todo: por Cande, por el trabajo, por los hombres... –lo miró a los ojos–. Tú eres el primer hombre con el que estoy desde entonces.
El énfasis con que pronunció la palabra «estoy» hizo que Peter se removiera en la silla, lo que casi hizo sonreír a Lali.
–Cande tiene una teoría de por qué compré el vestido, y tiene más sentido que pensar que estoy celosa de ella. Opina que lo compré porque te deseaba a ti, y un segundo después apareciste en el ascensor.
–¿Que me deseabas a mí, has dicho?
Ella se encogió ligeramente de hombros.
–Bueno, no a ti en particular. A un hombre que... A un hombre, en definitiva.
A Peter se le secó la garganta, pero enseguida empezó a salivar y tuvo que pegarse a la silla para no abalanzarse sobre Lali y darle lo que Cande creía que necesitaba.
Lali se recostó en la silla, lo miró fijamente a los ojos y Peter supo que no estaba bromeando. Si hubiera sido cualquier otro hombre el que entrase en el ascensor en aquel preciso momento, sería ese hombre el que estuviera allí sentado, ardiendo de deseo ante aquellos ojos marrones.
Ni hablar. No habría sido igual. Lo que había entre ellos era química pura. Una atracción que solo se daba una vez entre un millón y por la que valía la pena sobrepasar los límites. De otro modo, no estaría sentado frente a una mujer vestida con un traje de novia.
Se inclinó hacia delante sin apartar la mirada de sus ojos.
–Y ahora que has encontrado a un hombre... ¿cómo lo llevas?
Lali arqueó una ceja y se pasó una mano por las curvas recubiertas de encaje.
–¿A ti qué te parece?
–¿Te lo pruebas cada mañana?
–¡Claro que no! Esta es la primera vez que me lo pruebo. No tenía la menor intención de que me encontraras de esta manera. Es una pesadilla, ¡y no sé qué estás haciendo aquí cuando deberías estar en cualquier otro sitio!
Cierto. La ayudaría a quitarse el vestido y luego se marcharía. A casa. A la oficina. A poner distancia entre ellos para poder pensar.
Se levantó y le hizo un gesto con los dedos.
–Vamos.
–¿Qué?

Tuve unos pequeños percances al querer subir esta semana. Pero bueno, lo prometido es deuda!



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