Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Capitulo 12

–Lo siento, pero ¿quieres que deje de hacerte preguntas personales o que cierre la boca?
Él arqueó una ceja, y ella imitó el gesto mientras movía la rodilla de lado a lado.
–¿Gaston está soltero?
–De mi padre.

–¿Cómo?
–Mi nombre viene de la familia de mi padre –miró el techo del ascensor, preguntándose cuánto tardaría en retirar un panel, escalar al techo y trepar por un cable metálico...
–¿Se llamaba Juan Pedro?
–Frank.
–¿Juan Pedro era el nombre de tu padre? –insistió Lali–. ¿No? ¿Tal vez el nombre de su mejor amigo en la guerra?
Y, ya fuera por el aparente intento de Lali por asfixiarlos a ambos, o por el aspecto que presentaba descalza y con su chaqueta puesta, Peter hizo una confesión que jamás había compartido con nadie, ni siquiera con Gaston.
–Mi abuela paterna se llamaba Juana.
Era una confesión sin importancia, pero Peter se sorprendió al sentir una extraña paz en su interior.
La rodilla de Lali se detuvo a medio balanceo y su labio inferior desapareció entre los dientes, seguramente para sofocar una sonrisa. Pero a Peter no le importaba. El destello de sus blancos dientes hacía que la sangre le hirviera de excitación. Al diablo con todo. Si iba a morir allí, moriría sonriendo.
–¿Era la abuela que se cercioró de que tuvieras unos conocimientos decentes sobre Doris Day?
–Entre otras cosas. El nombre de Juan Pedro se ha usado en mi familia desde hace generaciones. Mi abuela no tuvo hermanos, así que...
–Así que no es un nombre de chica.
–No –la miró a los ojos y ella se apartó un mechón de la cara, provocando que el recogido se le soltara sobre un hombro.
–Me parece algo... entrañable.
–¿En serio?
–Pues claro. Mucho más que el origen de mi nombre Mariana –se rio, pero fue una risa amarga, triste. Y Peter se sintió impelido a preguntarle, a pesar de que no le gustaba indagar en la vida personal de nadie.
–¿Cómo es eso?
Ella tardó unos segundos en responder.
–Mi padre era jugador de críquet y casi todo el año se lo pasaba compitiendo en el extranjero. Mi madre no creyó que estuviera presente en mi nacimiento... y así fue. De modo que le dio carta blanca para ponerme el nombre que quisiera –su mirada se tornó fría y apagada–. ¿Quieres saber por quién me puso mi padre este nombre?
–Sí.
–Por la camarera de hotel con quien se estaba acostando cuando recibió la llamada de mi madre. De ahí, mi amiga comenzó a decirme Lali ya que hubo una vez un pequeño que me pregunto el nombre y Candela le dijo Mary y el dijo Lali
Dios... Peter sintió el impulso de acariciarle la frente, arrugada, pero en vez de eso se plantó firmemente en el suelo del ascensor.
–Creo que mi madre tenía la esperanza de que volviera con nosotras.
–¿Y funcionó?
Lali esbozó otra amarga sonrisa.
–No mucho. Mi padre la engañaba siempre que podía, hasta que un día mi madre decidió que ya había tenido suficiente y le pidió el divorcio. Él tuvo el descaro de sorprenderse. Y, aunque ella lo dejó sin blanca, se quedó destrozada –sacudió los hombros y se mordió la lengua, como si intentara borrar un mal sabor de la boca–. En fin... Ya es agua pasada.
Agua pasada, pensó Peter. En su opinión, de nada servía barrer el pasado bajo la alfombra. De esa manera solo se formaba un bulto con el que tropezar una y otra vez.
–¿Ves mucho a tu padre?
–No lo veo nunca. Pero a mi madre sí, y estamos muy unidas. Es una buena mujer, mucho más indulgente de lo que yo podré ser jamás. ¿Y la tuya?
Peter debería haberse previsto la pregunta, pero había estado tan concentrado en Lali que lo pilló por sorpresa.
–Mis padres murieron cuando yo era joven. Me crió mi abuela.
–La abuela Juana... –dijo ella, asintiendo lentamente.
–Era una mujer extraordinaria. Fuerte y testaruda. Menos mal porque, de otro modo, no habría podido conmigo. Yo era un niño salvaje y nervioso, y ella consiguió educarme con mano firme. Todo lo que soy se lo debo a ella.
–¿Vive en Melbourne?
–Falleció hace unos años. Justo cuando mi carrera profesional empezaba a despegar. Me partió el corazón que no pudiera verme triunfar –al soltar el aire volvió a sentir otro cambio en su interior.
Y también Lali respiró profundamente, como si también ella estuviera desprendiéndose de un remordimiento largamente retenido.
–Lali... –no supo qué más decir, y sacudió la cabeza al percatarse de que ella lo había dejado sin palabras. A él, el Rey Midas de los negocios. El seductor con lengua de plata.
No importaban los errores que hubiera cometido en su vida. Había hecho algo bueno por Lali al aparecer en su vida en el momento oportuno. Aquella mujer que parecía haberse llevado un inmenso alivio cuando él le confirmó que se marcharía pronto y que su aventura tenía fecha de caducidad. La idea lo desanimó un poco, pero rápidamente se dio una sacudida mental. Lali era una mujer muy sexy y pasional, pero había un límite para lo que él podía ofrecer. Sentir algo por alguien podía ser una ilusión extremadamente dañina. Y tendría que recordarlo cuando escapara de aquel ascensor impregnado con el irresistible olor de su piel suave y femenina.
Dio un paso adelante y le puso las manos en los brazos. El calor le calentó la piel a través de la chaqueta, su deliciosa fragancia lo envolvió y sus grandes ojos castaños lo miraron sin pestañear mientras respiraba hondamente. Colocó una mano en la pared, por encima de su cabeza, y ella entreabrió los labios en una súplica silenciosa para que la besara.
Y justo cuando Peter se disponía a ceder al instinto salvaje que lo apremiaba a poseerla, las luces parpadearon y el ascensor empezó a moverse.


Las puertas se abrieron y Lali supo que si desviaba la vista vería el empapelado plateado de la planta octava. Pero no podía apartar la mirada, ni por todo el café de Brasil.
No cuando Peter parecía estar traspasándola con una mirada tan intensa que le llegaba al corazón. –Deberíamos salir de aquí antes de que a este trasto se le ocurra cambiar de opinión –sugirió–. Eres demasiado grande para que cargue contigo si te desmayas.
–Qué graciosa... –espetó él, pero se puso rápidamente en movimiento y sujetó la puerta para que ella saliera.
La tenue luz del rellano le hizo daño a Lali, como si se hubiera pasado un año en una cueva y no una hora en un ascensor iluminado. Era como si se hubiese despertado de un sueño. Se quitó la chaqueta de Peter y se la ofreció. Él la agarró y se la echó sobre el brazo.
–Será mejor que suba para ver si todo sigue en orden en la fiesta. Espero que Gaston no haya invitado a todo el mundo a quedarse a dormir.
–Eres más valiente que yo.
–¿Me tomas el pelo? Voy a subir por las escaleras. ¿Y tú?
Ella se abrazó, echando de menos la chaqueta de Peter y su proximidad corporal. Dio un paso atrás y negó con la cabeza.
–Creo que ya he tentado bastante a la suerte por esta noche.
Él esbozó un atisbo de sonrisa, pero su expresión se tornó muy seria. Ella tomó aire y se dispuso a darle las buenas noches, pero él la cortó al cubrir la distancia que los separaba en tres largas zancadas. Lali tuvo que alzar la vista para mirarlo a los ojos.
–¿Cuándo volveré a verte?
A Lali se le hizo un nudo en la garganta. Aparte de la invitación para la fiesta, era la primera vez que uno de ellos sugería un plan.
–Pronto, si nos atenemos a los últimos días... –dijo ella, en un vano intento por dar una imagen pícara y descarada.
–Bueno, yo estaba pensando más bien en una cena.
–¿En una cena? –repitió Lali, anonadada–. ¿Te refieres a una cita?
Peter asintió seriamente.
¿Una cita? Una cita. La experiencia la acuciaba a negarse. Peter era un nómada, y ella había reconocido la impaciencia en su mirada nada más verlo. Si no había aprendido a mantener a raya a los hombres como él, debía de ser tonta de remate.
Por otro lado, había que tener en cuenta que Gaston estaba intentando conseguir que Peter se quedara en la ciudad...
–¿Lali? –la apremió él.
El subconsciente la refrenaba, pero el resto de su cuerpo lo tenía muy claro.
–De acuerdo.

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