Estaba muy nerviosa y hasta el menor soplo de aire la alteraba. Porque, después de varios días de sexo salvaje en la oscura intimidad del apartamento de Peter, estaba a punto de enfrentarse al mundo real.
Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse y se coló en el interior en el último segundo, apretándose entre un grupo de jóvenes a los que nunca había visto. ¿Y por qué iba a conocerlos? Peter y ella apenas habían compartido nada fuera del dormitorio.
Lo cual a ella le parecía perfecto. Era mejor que las cosas se mantuvieran en aquel nivel, sin compromisos ni expectativas de ningún tipo.
Deseaba, no obstante, haber hablado de la fiesta con Peter. Así al menos tendría una idea de lo que la esperaba. ¿Se tratarían Peter y ella como simples desconocidos? ¿Como amistosos vecinos? ¿O se evitarían el uno al otro durante toda la velada?
Por esa razón, a Lali le gustaba dejarlo todo claro desde el principio. Los nervios la estaban matando y tenía la desagradable sensación de que algo no iba bien.
A medida que se acercaba a su destino, la música se hacía más fuerte y aumentaba su inquietud. El ascensor se abrió y la recibió el murmullo de las conversaciones y la voz de Billy Idol cantando Hot in the City. Lali respiró hondo, se alisó el vestido nuevo, se pasó una mano por el pelo y entró en el ático de Peter con la cabeza bien alta.
Se encontró allí a muchos conocidos, como la señora Addable y otros inquilinos del edificio. Vio también a algunas chicas de la universidad e incluso a un par de chicos con los que había salido. Sintió una punzada de decepción, pero se la sacudió de encima. No era ni quería ser especial para Peter.
Casi había logrado convencerse cuando vio la gran alfombra gris y roja que cubría el suelo del salón, un enorme jarrón rojo con ramas de sauce y un montón de sillas y mesas. Y el corazón le dio un vuelco al descubrir que Peter había decorado el apartamento con los artículos de temporada de Ménage à Moi.
Entonces, sintió un hormigueo en la nuca, como si la estuvieran observando. Se dio la vuelta y escrutó la multitud hasta que su mirada se posó en un par de ojos claros muy familiares. Peter estaba de pie en el otro extremo del salón, de espaldas a los grandes ventanales, recortado contra un cielo negro donde parpadeaban las estrellas y una luna casi llena. Tan exquisitamente apuesto, tan peligrosamente atractivo, y con la mirada fija en ella. Los ojos de un hombre adicto a los dónuts, que sabía más de las películas de Doris Day que ella y que recordaba dónde trabajaba a pesar de que ella estaba segura de no habérselo dicho desde que se conocieron.
Estaba contenta porque fuera a marcharse y porque fuese discreto. Le gustaba también que cada vez que la veía no pudiera refrenarse para tocarla. Pero lo que sentía en aquellos momentos no podía definirse como una simple atracción.
Aferró su bolso plateado en una mano y la pequeña bolsa que había llevado con ella.
–¡Lali! –la aguda voz de Cande le hizo daño en el oído.
Lali parpadeó un par de veces. La luz, el ruido y el ambiente de la fiesta la invadieron de golpe, como si acabara de salir de un túnel. A Peter se lo tragó la multitud y ella se giró hacia Cande, quien se abría camino entre los invitados con Vico pegado a sus talones.
–Menuda fiesta, ¿eh? ¿Y has visto qué apartamento? Seguro que te estás muriendo por meterle mano.
Lali abrió la boca para decirle que la decoración era cosa de Peter cuando recordó que, de cara a Cande, era la primera vez que pisaba aquel apartamento. No le había ocultado deliberadamente su aventura con Peter, pero apenas se habían visto durante la última semana y ella había estado muy ocupada en el trabajo. Además, todo había sido tan intenso que no quería que estallase la burbuja. Se lo contaría todo a Cande en cuanto tuvieran un momento para ellas dos solas.
Algo que sería difícil, si nunca se separaba de Vico...
–¿Dónde está ese pirata tuyo? –le preguntó Cande–. La semana pasada te comía con los ojos en el Brasserie, y no parece el tipo de hombre que necesite una linterna y un mapa para encontrar el tesoro... ya me entiendes.
Lali hizo una mueca con los ojos. Peter Lanzani no había tenido ningún problema en encontrar su tesoro. Y parecía haberlo reclamado para sí, a juzgar por el hormigueo que sentía ella en la entrepierna cada vez que pensaba en él.
–¡Copas! –exclamó Cande, y Vico la miró como si volviera a recordar por qué quería casarse con ella. Los dos se dirigieron hacia el bar asidos de la mano.
Y Lali se quedó fingiendo que su cuerpo no llamaba a gritos a su anfitrión, dondequiera que estuviese.
Peter se tocó el cuello del jersey por centésima vez desde que un montón de desconocidos irrumpió en su apartamento.
Apenas conocía a una decena de sus invitados, y a la mitad de ellos los había conocido en el ascensor durante la última semana. El resto se lo había presentado Gaston, intentando que se sintiera como en casa. Pero lo único que lo retenía allí eran los ocasionales vistazos de una cabeza castaña muy familiar... Había sabido el momento exacto en que llegó Lali. Un cambio en el aire, una llamada de sus hormonas un segundo antes de verla aparecer entre los invitados, luciendo un vestido blanco que dejaba a la vista más pierna de la recomendable para la salud mental de Peter.
Cuando volvió a verla, estaba hablando con un tipo. Y cuando el desconocido le puso la mano en el brazo, algo salvaje y primario le abrasó el estómago.
–Son las piernas –dijo una voz, interrumpiendo sus pensamientos.
Se volvió y vio a un grupo de hombres trajeados y con las copas medio llenas, todos mirando en dirección a Lali.
–¿Perdón?
–Parecen salidas de una película de detectives de los años cuarenta –dijo otro de ellos–. Me imagino entrando en un despacho cargado de humo, con el sol filtrándose entre las persianas, y encontrándome esas piernas cruzadas en mi escritorio...
–Lanzani, ¿verdad? –preguntó el tercero–. Somos amigos de Gaston.
–Sí –omitió el dato de que Gaston tuviese más amistades de las que él conocía. Había asuntos más acuciantes–. ¿Conocéis a Lali?
Los tres hombres lo miraron y Peter supo lo que estaban pensando. «Pobre infeliz, se cree que tiene una oportunidad con ella».
Peter tuvo que contenerse para no decirles lo que había hecho con ella en la encimera de la cocina. Levantó su copa y tomó un trago de whisky escocés.
–Salí con ella una vez –dijo el primero–, antes de que me presentara a mi mujer.
–Buena jugada –dijo el segundo, riendo.
–Buena criatura –comentó el tercero.
Peter devolvió la mirada hacia Lali. La vio sonriendo de perfil mientras saludaba a alguien al otro lado del salón. Su sonrisa era tranquila, comedida, pero Peter sabía que solo era una fachada. Había algo que lo escamaba, como si intentara hilvanar los fragmentos de un sueño sin sentido. Tal vez fuera una sensación de familiaridad. Quizá reconocía en ella sus propias reservas.
O quizá fuera un déjà vu.
El recuerdo de otra morena lo asaltó de repente. Una morena a la que conoció tiempo atrás, en la primera fiesta que celebraba Bona Venture. Su sonrisa era fría y artificial... salvo cuando sus miradas se encontraban.
–No –dijo en voz alta, provocando que varias cabezas se giraran hacia él. Torció el gesto y apuró el whisky antes de dejar el vaso en una bandeja que portaba un camarero.
La situación no se podía comparar. Para empezar, él había sido un joven altanero y temerario, dominado por la libido. Habían pasado años y era mucho más maduro y prudente. Y, sin embargo, su subconsciente no lo dejaba en paz. Lo que estaba viviendo con Lali era... intenso. Y había brotado de manera inesperada. Nadie podría culparlo por ceder a la tentación. Aquella mujer lo tenía excitado la mitad del día y toda la noche.
Se pellizcó el puente de la nariz, pero los recuerdos siguieron acosándolo. Había conocido a Lydia justo cuando Bona Venture empezaba a despuntar. El negocio que unos años antes solo era un sueño había crecido como la espuma después de la muerte de su abuela. Era como si una noche se hubiese ido a la cama y a la mañana siguiente se hubiera despertado en un mundo completamente distinto.
Lydia había sido su principal apoyo durante la tempestad, y a Peter nunca se le ocurrió que sus motivos para estar con él fueran interesados. Al final, su error le costó todo lo que Gaston y él habían levantado con tanto esfuerzo.
Y allí estaba de nuevo, preparado para tomar la decisión financiera más importante de su vida y, una vez más, se complicaba la existencia con una morocha.
–¿Te diviertes? –le preguntó Gaston, apareciendo junto a él.
Peter se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros, sintiendo cómo se cernía una nube oscura sobre sus hombros.
–Tanto que apenas puedo contenerme.
Gaston resopló con sarcasmo.
–Esta semana me reúno en Sídney con una empresa de codificación de software. Pensaba enviar a Rick, pero no creo que entienda tanto de... ¿Peter?
–¿Sí? –un destello blanco a través de la multitud le había llamado la atención–. ¿Qué pasa ahora?
–Te estoy ofreciendo un cliente para sondearlo mientras estés aquí. Creía que saltarías de entusiasmo ante la posibilidad de hundir tus fauces en un nuevo contrato...
Normalmente sería así, pero Peter se encontraba en un estado bastante confuso. Y, aunque el rostro de Gaston era la viva imagen de la inocencia, todo lo que había dicho y hecho aquella noche expresaba un motivo oculto.
–A menos que tengas otros planes... –continuó Gaston–. ¿Más decoración, tal vez? Es muy... bonito lo que has hecho con el apartamento.
–Viniendo de ti es todo un cumplido –le espetó Peter–. ¿Cuándo te marchas a Sídney?
–Mañana a primera hora. Y eres bienvenido.
Peter captó el destello de una rubia cabellera moviéndose entre los invitados.
–Puede que vaya dentro de un día o dos.
Gaston lo miró con incredulidad.
–¿Me estoy perdiendo algo? Tengo a toda la oficina trabajando a destajo por si acaso no volvías a dar señales de vida y... Ah, ya entiendo –agarró una pasta de una bandeja y se la llevó a la boca–. ¿Quién es la morocha?
Peter respiró profundamente. Que Gaston no perteneciera al club de fans de las piernas de Lali lo aliviaba más de lo que quería admitir.
–¿Hay alguna morena en particular a la que quieras que le hable de ti?
Gaston lo agarró por las orejas y le hizo girar la cabeza hacia la morocha en cuestión.
–Sí, a la que no has dejado de mirar en toda la noche y la que te hace llegar tarde al trabajo.
Peter le apartó las manos.
–Para empezar, es una vecina del edificio y... –¿y qué? ¿Acaso no era la razón de que estuviera tan distraído en el trabajo?–. Casi me pilló los dedos con la puerta del ascensor la primera vez que nos vimos.
–¿En serio? Bueno, entonces no te importará si intento algo con ella...
Peter lo agarró por la nuca, pero Gaston se zafó, riendo.
–Hacía mucho que no te veía mirar dos veces a una morena, y la verdad es que me alegra... Parece que por fin has regresado, en todos los sentidos. Bueno... iré a decirle al pobre Rick que tiene que estar preparado mañana por la mañana.
Se alejó y Peter se quedó callado y pensativo, molesto por la velada referencia que Gaston había hecho sobre Lydia. Peter había salido con otras mujeres desde ella, y tampoco se podía decir que Lydia le hubiera afectado tanto. Cierto que había vendido los secretos de la empresa a la competencia, lo que provocó una investigación de la Comisión de Seguridad Australiana por uso ilícito de información privilegiada. Las consecuencias fueron devastadoras y Peter había tenido que hacer miles de kilómetros por todo el mundo para salvar el negocio. Pero todo eso era agua pasada y, si bien Peter era mucho más cauto en lo que se refería al trabajo, su vida sentimental solo podía calificarse de estupenda. O al menos lo sería en cuanto echara a todas esas personas de su apartamento.
A todas menos una.
Ayer no subi porque me puse al dia con un par de novelas. Recomiendenme novelas dale? Nos leemos mañana.
Maaaaas nove :), las q sube yoamoalosteenangels.blogspot son buenisimas
ResponderEliminarOtroooo porfi
ResponderEliminarsolo desea quedarse a solas con Lali. Gastón lo caló al toque.
ResponderEliminarLlevaba tanto tiempo sin leer esta nove....mas please!!!
ResponderEliminar@laliteronfire
me encantaa ♥
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