Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

viernes, 30 de agosto de 2013

Capitulo 13


Lali acababa de sentarse con Cande y Vico en el pub Oo La La, en Church Street, cuando recibió la llamada que llevaba esperando todo el día, aunque intentara convencerse de lo contrario.
Se levantó del taburete con una excusa y salió a la fría noche de Melbourne. Se metió la mano libre bajo la axila y pisó con fuerza el suelo en un vano esfuerzo por conservar el calor.

–¡Hola, Peter! –exclamó con más entusiasmo del que pretendía. A pesar de tener grabado el número de Peter, debería haber fingido un poco más de indiferencia.
La risa de Peter le recordó que no necesitaba preocuparse por el frío. Cada vez que oía su voz entraba inmediatamente en calor.
–¿Qué ocurre? –le preguntó, y enseguida se mordió el labio. ¡Como si no lo supiera!
–Creo que te había prometido una cena.
–Cierto –respondió con un poco más de serenidad. Lo siguiente sería disimular que no se había pasado soñando despierta la mayor parte del sábado, imaginando adónde la llevaría o qué ropa se pondría.
Un tranvía pasó ruidosamente por la calle, despidiendo chispas de los cables elevados. Lali se apretó el teléfono a la oreja derecha y se tapó la izquierda con la otra mano.
–Lo siento, no he oído lo último.
–He dicho que tendremos que posponerlo.
Lali se quedó quieta y rígida en medio de la acera.
–Estoy en Sídney por trabajo. Vine en avión esta mañana, y no sé cuándo volveré.
¿Estaba en Sídney? ¿A miles de kilómetros y ni siquiera se había molestado en decirle que se marchaba? A menos que... hubiera cambiado de opinión.
–¿Lali? ¿Me oyes?
–Sí, te oigo –respondió, frotándose el dolor que sentía bajo las costillas–. No pasa nada. Lo entiendo. Yo también tengo mucho que hacer esta semana. Nos veremos cuando...
–Lali –la cortó él con su voz profunda e irresistiblemente sensual.
–¿Sí? –cerró los ojos y se dio varias palmadas en la frente. Al abrirlos vio a una pareja que pasaba ante ella enganchados del brazo.
–Volveré en un par de días, y seguro que podemos salir una noche si ambos lo intentamos.
No añadió «antes de que me marche para siempre», pero el mensaje estaba claro y se cernía sobre la cabeza de Lali como un enorme piano suspendido de una cuerda. El dolor en las costillas se hizo más intenso.
–Te llamaré cuando sepa algo más –dijo Peter.
–Muy bien. Como quieras. A mí me es igual.
Peter volvió a reírse, y el sonido le recorrió el brazo hasta posarse en su vientre.
–Te llamaré –le prometió–, aunque te dé igual.
–Muy bien –repitió ella.
–Buenas noches, Peter –se despidió y colgó.
Lali se volvió para entrar en el bar, pero sus botas se pegaron al suelo y permaneció unos minutos frente a la luz rosada que salía por las ventanas.
¿De verdad había pensado que Peter se había ido a Sidney para evitarla? Por Dios... Un hombre con el que no estaba comprometida ni nada por el estilo había pospuesto una cita, simplemente. Y, sin embargo, el corazón le latía a un ritmo desbocado. No, ella no era así. Ella no se obsesionaba con un hombre al que no podía tener.
Ella no era su madre...
No. Unos días de separación era justo lo que necesitaba para recordar que su vida ya era plenamente satisfactoria antes de que Peter Lanzani se colara en su ascensor.


Al final, Peter estuvo fuera más de una semana.
Lali estaba encantada con todo lo que había conseguido durante su ausencia. Hizo su declaración de la renta, reordenó su salón un par de veces, superó todos los niveles del videojuego Angry Birds, quedó con Cande y Vico en otras dos ocasiones, en las que su amiga le arrancó finalmente la confesión sobre su aventura con Peter, y pulió hasta el último detalle el proyecto para lanzar el catálogo veraniego en Brasil.
En definitiva, fue estupendo pasar un tiempo separados. Y, sin embargo, no podía sofocar los nervios el lunes por la mañana, cuando estaba previsto que Peter regresara. Se puso el conjunto de lencería negra que se había comprado especialmente para la ocasión, entró en el baño para arreglarse, luego abrió el armario para vestirse y, en vez de sacar el uniforme de trabajo, agarró la bolsa blanca que asomaba desde el fondo del armario. Sin poder detenerse, abrió la bolsa y sacó el vestido secreto...
En cuanto sintió en las manos el peso de las perlas, el chiffon y el encaje, algo se removió en su interior y la impulsó a ponerse el vestido. La prenda se deslizó, fresca y suave, por su piel desnuda, y el bajo cayó delicadamente hasta sus pies descalzos. Los dedos le temblaban mientras se subía la cremallera por la espalda.
Con los ojos cerrados y las rodillas temblorosas, se volvió hacia el espejo de la puerta del armario. Deseaba desesperadamente que el vestido le quedara grande, o que el color le hiciera parecer que tenía ictericia o que se había recubierto de papel higiénico como la muñeca que su madre tenía en el baño.
–Solo es un vestido –se dijo a sí misma. Pero cuando abrió los ojos los tenía llenos de lágrimas.
¿Sentiría Cande lo mismo al ponerse el suyo? ¿Se sentiría hermosa, especial, mágica, romántica y llena de esperanza? No lo sabía, porque nunca se lo había preguntado. Era Cande quien siempre hablaba de la boda, la que iba a verla con revistas de novias, la que se reunía con los músicos y los proveedores y la que desbordaba entusiasmo mientras Lali fingía un mínimo de interés. Pero a Cande le sobraba la motivación y la ilusión. Cande había encontrado lo que durante años se habían convencido la una a la otra de que no existía. Un hombre en quien confiar y a quien amar.
Contempló su reflejo como si estuviera teniendo una experiencia astral. Una lágrima le resbaló por la mejilla y entonces tuvo una revelación tan clara que ahogó un grito.
De repente sabía cuándo había cambiado todo. Cuándo su trabajo había dejado de satisfacerla. Cuándo había dejado de salir con hombres. Cuándo se le había escapado el rígido control sobre su vida.
Fue cuando Cande le contó que Vico se le había declarado y le mostró el pequeño solitario que destellaba en su dedo. En aquel momento, la certeza y el consuelo de que Lali no era la única que no creía en el amor y en los finales felices se derrumbaron como un castillo de naipes.
Se apretó las manos contra los ojos, abrasados por las lágrimas.
¿Qué le ocurría? Su mejor amiga estaba felizmente enamorada e iba a casarse. ¿Solo por eso su mundo se había venido abajo?
Siempre había creído que el ardor que le abrasaba el estómago cada vez que veía juntos a Cande y a Vico era por miedo a que su amiga sufriera. Pero se había engañado a sí misma. Era envidia. La agónica certeza de no haber sentido nunca una mínima parte del amor que ellos compartían, y que la había hecho encerrarse en sí misma y olvidarse de los hombres para no recordar que estaba destinada a seguir sola el resto de su vida.
Lloró desconsoladamente hasta que le costó respirar. Sentía los pulmones comprimidos en el pecho. La única forma de volver a respirar con normalidad era quitándose aquel condenado vestido.
Se tiró de los tirantes, pero se le habían hundido en los hombros. Tiró del escote, pero no cedió. Se llevó los dedos a la cremallera y... Se quedó de piedra, con un pie apoyado indecorosamente en el sillón y los brazos a la espalda.
La cremallera estaba atascada.
Tenía que salir en diez minutos si quería llegar a tiempo al trabajo para la presentación final del proyecto de Brasil.
Respiró profundamente para conservar la calma y tiró con fuerza de la cremallera.
Nada.
¿Qué podía hacer?
Cande y Vico no vivían lejos, pero en hora punta tardarían una eternidad en llegar. La vecina estaba en el hospital para operarse de la nariz. Y, si llamaba a la señora Addable, todo el edificio se enteraría de su situación antes de que pudiera poner un pie en la calle.
Podría intentar cubrirse el vestido con su rebeca verde, su chaqueta corta marrón, sus botas grises con flecos y un montón de accesorios. Se imaginó la escena en la sala de juntas: Callie recibiendo las continuas atenciones de las secretarias, Geoff intentando no zamparse las pastas de la bandeja, y Susie, su ayudante, abriendo los ojos como platos al verla entrar con un vestido de novia.
Se rindió y se dejó caer en la cama de espaldas.


Peter esperaba el ascensor en el vestíbulo. Había sido una semana infernal. Los otros dos ejecutivos que se habían presentado para intentar llegar a un acuerdo con la empresa de software habían resultado ser los rivales más duros con los que Peter se había enfrentado en toda su carrera. Pero, como siempre, la suerte había estado de su parte.
Y, sin embargo, sentía un extraño alivio por estar de vuelta. El frío no se le introducía en los huesos como antes. El ruido de los tranvías no lo molestaba lo más mínimo. Y el horizonte no le parecía tan oscuro y lúgubre. De hecho, con el sol de la mañana elevándose sobre los rascacielos, la estación de tren de Finders Street y las relucientes aguas del río, la ciudad le parecía bonita y acogedora.
Tal vez hubiera echado de menos su cama. O a la persona con quien podría haber compartido su cama... Una voluptuosa morena de ojos castaños y carnosos labios que...
El tintineo del ascensor lo hizo sacudirse mentalmente. Quienquiera que estuviese en el ascensor no tenía por qué ver cómo lo había afectado una semana sin Peter. Pero el ascensor ni siquiera abrió las puertas y volvió a subir sin Peter.
No había echado de menos aquello...
Vio en el panel que el ascensor se detenía en la planta octava. El piso de Lali. Miró su reloj. Tal vez aún no hubiera salido para irse a trabajar. Podría pasarse a saludarla y hacer planes para cenar aquella noche. Le gustaría hacer mucho más, pero tenía que ir a la oficina a informar a Gaston sobre las negociaciones y a seguir preparando la salida a Bolsa de la empresa. Su lugar estaba entre tiburones, accionistas e informes financieros.
Aunque por otro lado... los negocios podían esperar. Volvió a mirar el reloj y el ascensor, como si bastara con poner los ojos en blanco para hacerlo bajar.
«Al diablo».
En tres zancadas llegó a la escalera y subió los escalones de dos en dos, impulsado por una descarga de adrenalina. El pulso le latía con más fuerza a medida que se acercaba al octavo piso. Corrió hacia la puerta de Lali y, antes de pensar dos veces en lo que hacía, se puso a aporrearla con el puño como si fuera un cavernícola.
Si conseguía saludar a Lali antes de comerle la boca tendrían que darle una medalla.
El sonido de unos pies descalzos arrastrándose por el suelo de madera le confirmó que estaba en casa y avivó el calor de su entrepierna.
–Lali –la llamó con impaciencia–. Soy yo.
Silencio. ¿Se habría imaginado las pisadas? Unos segundos después el pomo chirrió y la puerta se abrió lentamente.
Apenas había pasado una semana sin verla, pero el corazón le dio un vuelco ante la imagen de su hermoso rostro. Se sintió como si se hubiera lanzado desde lo alto de un edificio con la esperanza de que hubiera una docena de bomberos esperando abajo con una cama elástica.
Lali parpadeó al verlo. Se le había corrido el rímel, tenía el pelo alborotado y estaba colorada. Su aspecto era tan desaliñado y provocativo que Peter tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no cargársela al hombro y llevarla a la cama antes de saludarla siquiera.
Entonces bajó la mirada y...
¿Qué demonios?


He tenido una semana algo complicada. Este lunes entro a la Universidad, UNIVERSIDAD! Les juro que no me la creo. Espero y les haya gustado el capitulo. El lunes les subo SIN FALTA.

7 comentarios:

  1. Jajajajajaja,y no pudo esperar al bendito ascensor,jajajaja.Los dos han cambiado.Yaaaaaa!!!!quiero k sea lunes,xk ya se la reacción al verla ,pero ver el vestido d novia puesto en Lali,debe ser impactante para el.

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  2. Va a pensar que quiere atraparle....

    @lalteronfire

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  3. Porq nos abandonas :( me encantaa

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  4. Me encantaaaaaa Soy nueva!
    La vas a seguir subiendo?

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  5. Esta es mi novela por si quieres leer! http://fiolaliter.blogspot.com.ar/ Esta un poco empezada lo unico ajjaja

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  6. Enserio me encanta, quiero saber ya que piensa peter

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  7. no la puedes dejar as tienes que subir maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas

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