Pero sólo era una ilusión, como la posibilidad de que Lali siguiera con vida. Toda la casa estaba llena de cuadros parecidos, pensados específicamente para que su ocupante se sintiera como si estuviera en el mundo exterior. Pero no había sido así. La casa de Lali no era más que una cárcel lujosa.
Le pareció injusto. Tan injusto como el resto de la vida de su amiga, desde el asesinato de Lisa hasta el secuestro. Lo lamentaba por ella, pero también por su pobre padre, por Nico, que había hecho todo lo posible por ayudarla a superar sus miedos.
En cinco días, Nico había envejecido el equivalente a diez años. No podía dormir, no se tomaba los tranquilizantes que le había recetado el médico y no comía. Cande había dejado el trabajo para encargarse de él y esperar.
Se preguntó si Peter también habría muerto y si sería culpable, como creía Nico.
Dos días antes, se decidió a actuar. A pesar de que confiaba en los hombres de Peter, llamó a las autoridades. Hasta el FBI se involucró en la investigación, pero todavía no había descubierto nada.
Se levantó. Sabía que tenía que ir a la habitación contigua y acompañar a Nico en el duro día que empezaba. Tenía que mantenerse en tensión. Si no por él, al menos por ella.
Echaba de menos a Lali.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? —preguntó Charlie, intentando no sonar desesperado.
A Jazz le gustaba ver sufrir a la gente, y aunque estaba seguro de que Mikey no le iba a dar una paliza ni nada por el estilo, resultaría desagradable.
—Limítate a llevarle la bandeja. Eres un cretino.
—No había visto a Mikey desde...
—Me importa un bledo. Estoy ocupado.
Charlie suspiró y se marchó. Estaba harto de aquel barco y de sus ocupantes. Ya tenían el dinero del rescate y no entendía que se empeñaran en mantenerlo a bordo.
Se dirigió al camarote de su hermano. Los vasos temblaron y Charlie pensó que Mikey lo mataría, pero se sentía tan mal, que le daba igual. Sabía que había droga a bordo, pero no le habían dado ni un poco. Veían que estaba con el síndrome de abstinencia y ni siquiera le echaban una mano. Eran unos canallas.
—¿Y bien?
Charlie se sobresaltó al oír la voz de Jazz. No sabía que lo había seguido.
—¿A qué esperas?
Charlie entró en el camarote e Mikey. Lo hizo de una forma tan brusca, que Peter se levantó de la cama de golpe y tiró el vaso de agua que había dejado en la mesita.
—Pero qué diablos...
—Tranquilo. Soy yo. Traigo algo de comer.
—Lárgate, Charlie.
—Lo haré, pero antes voy a dejarte la bandeja.
Charlie dejó la bandeja en la cómoda y en ese preciso momento se cerró la puerta. Obviamente, Jazz quería divertirse un rato. Lo había encerrado con su hermano porque sabía que le haría pasar un mal rato.
—¿Cuánta gente hay a bordo? —preguntó Peter rápidamente.
—¿Cómo lo voy a saber?
Mikey le pegó un codazo.
—Contándolos, por ejemplo.
—Está bien, está bien... Yo, Jazz, Martini, el cocinero, el piloto y el tipo que limpia.
—¿Qué planes tienen?
—No lo sé. Ni siquiera debería estar aquí. Se suponía que me dejarían en paz cuando recogieran el rescate. ¡Me han engañado!
—Vaya, cuánto lo siento, Charlie.
—Mira, ya te he dicho que...
—Sé exactamente lo que me has dicho. Y lo que has hecho. Y lo que vas a hacer ahora.
Charlie sacudió la cabeza.
—Tengo que irme. Si me pillan hablando contigo, tendré problemas.
—No vas a ninguna parte. Vas a decirme cuántas armas hay en el barco.
—No lo sé.
—Charlie, te juro por Dios que si...
—Mikey, no tengo ni idea. Te juro por la tumba de nuestra madre que no lo sé. No me cuentan nada.
—Pues descúbrelo.
Charlie había empezado a sudar.
—No puedo, Mikey. No me lo pidas, porque no puedo... Sabes que no soy capaz de nada.
—Excepto de mentirme.
—Yo no te he mentido.
—Averígualo, Charlie. Cuenta cada pistola, rifle, arpón y cuchillo que encuentres. Averígualo y tráeme la información. Y si intentas algo contra mí, te juro por la memoria de nuestro padre que te perseguiré y te haré más daño del que puedas imaginar.
—¿Sí? Pues Martini me matará si se entera. Ya ha amenazado con tirarme por la borda.
Mikey hizo ademán de lanzarle un puñetazo, pero no lo hizo. Charlie cerró los ojos, y cuando los abrió de nuevo, se fijó en la mujer de la cama.
No la había mirado bien hasta ese momento. Parecía diferente. Mejor. Más guapa. No le extrañó que a Mikey le gustara tanto su trabajo.
—Márchate, Charlie. Márchate y tráeme esa información si sabes lo que te conviene.
—Lo intentaré, pero no te prometo nada.
Peter se giró y Charlie salió a toda prisa. Cuando entró en el camarote principal, Jazz sonreía como si hubiera estado en el circo.
—¿Ha sido una visita agradable?
—No.
—¿Qué te ha pedido que hagas?
Charlie pensó que no debía decírselo. A fin de cuentas, Mikey era su hermano, sangre de su sangre. Pero por otra parte, Martini y Jazz eran un par de psicópatas capaces de cualquier cosa.
—Quiere saber cuánta gente hay a bordo y cuántas armas tienen.
—¿Y qué le has dicho?
—Nada. Lo prometo. He dicho que no lo sé.
Jazz lo miró con intensidad.
—Ten cuidado, Charlie. El mar es muy grande.
Charlie salió a cubierta, se apoyó en la barandilla y contempló el océano. Si Jazz no se andaba con cuidado, sería él quien acabaría de cebo para tiburones. La próxima vez no le diría nada. Les daría una lección a esos estúpidos. En cuanto volviera a casa, se haría cliente de la sala de apuestas de Len Taub. Al infierno con Ed y con Jazz.
Lali no sabía qué hacer. Peter estaba muy enfadado y caminaba de un lado a otro con evidente desesperación. Pero a tenor de las palabras que murmuraba de vez en cuando, también parecía que estaba pensando, trazando un plan.
Como Jazz solía llevarles la comida, aquélla era la primera vez que había podido observar a Charlie con detenimiento. El enfrentamiento de los dos hermanos la había convencido de que Peter le había dicho la verdad. No podían ser más diferentes. Eran como la noche y el día.
Al final, decidió guardar silencio y dejar a Peter en paz. Tomó uno de los sándwiches, se tumbó en la cama y alcanzó el cuaderno que había pedido dos días antes. No era nada especial, sólo un cuaderno en blanco. Pero mejor que escribir en las paredes.
Querida Cande. Jazz nos ha traído dos bolsas y las ha dejado en el camarote. Me he llevado una gran alegría al descubrir ropa interior.... aunque han comprado las cosas menos interesantes que han podido encontrar. Cualquiera diría que las han sacado de una tienda de baratillo de Hollywood. A Peter no le ha importado, pero es todo un caballero.
No puedo olvidar el motivo por el que estamos aquí. No es un crucero de placer y no nos espera ninguna fiesta en las islas Caimán. Pero agradezco que
Peter esté conmigo. Se siente culpable de lo sucedido y yo no estoy de acuerdo con él. No es culpa suya que Charlie sea su hermano. Si hay algún responsable, soy yo. Y no me refiero a la idea de la doctora Bay, por muy estúpida que fuese. He estado obsesionada con los secuestros desde que mataron a Lisa, y se podría decir que mi obsesión me ha buscado los problemas.
Ni siquiera sabía agradecer lo que tenía. Pero eso ha cambiado. Ahora estoy aquí, estoy viva, y cuento con Peter. Juntos somos más fuertes. Hasta yo soy más fuerte. Porque...
Peter se acercó en ese momento y se sentó en la cama.
—Debería haberle matado cuando pude. —No lo hagas.
—¿Que no? Te han secuestrado por su culpa. Me robó y va a conseguir que me maten. Si no hago nada al respecto, moriremos los dos.
—No importa.
—¿Cómo?
—Que no importa lo que hiciera. Es tu hermano. No le puedes matar.
—Ya no es mi hermano. —Siempre lo será.
—No. He hecho lo posible por echarle una mano. Dinero, abogados para sacarlo de la cárcel... me he gastado miles de dólares en programas de desintoxicación. Pero siempre quiere más y más. Y he llegado al límite.
—Aun así...
—Lali, si sólo se tratara de mí, se lo perdonaría. Pero estás tú. Eso no se lo perdonaré nunca.
—Lo comprendo. En serio. Pero no debes hacerle daño. Tendrías que vivir con ello hasta el fin de tus días —observó.
Peter sonrió con ternura.
—Haré lo que sea necesario para salvarte. Y punto —afirmó. —Y ahora, ¿vas a seguir escribiendo en ese cuaderno? ¿O vas a volverme loco con tus caricias?
—Así que te apetece jugar, ¿eh?
—Por supuesto.
Él le quitó el cuaderno y lo tiró al suelo con el bolígrafo.
La situación empezaba a ponerse interesante.
Lali estaba durmiendo cuando Peter se inclinó, recogió el bolígrafo y arrancó un par de páginas del cuaderno. Cuanto más tiempo estuvieran en el barco, menos posibilidades tendrían de salir con vida.
Había inventado la historia de las islas Caimán para salir del paso, pero las cosas no iban bien. Podía librarse de Martini y de Jazz si los localizaba antes. El problema era el resto de la tripulación.
A lo largo de las últimas noches, había aprovechado los momentos en que Lali dormía para salir del camarote e investigar. Gracias a eso había trazado un mapa mental del camarote principal y del perímetro externo del barco, que dibujó en el papel.
Pero no había llegado más lejos y la noche anterior había decidido aprovechar la luna llena para escabullirse como un ratón.
Por desgracia, la escapada no salió bien.
Ya había llegado al puente cuando vio que Ed se acercaba por una de las escotillas. Tuvo que esconderse en un armario ridículamente pequeño y no averiguó nada salvo que a Ed le gustaban los programas televisivos de deportes. Cuando por fin pudo salir para volver al camarote, le dio un tirón en la pierna y estuvo a punto de que lo descubrieran.
No sabía cuándo llegarían a Gran Caimán, pero debían estar preparados. Tenía planes que hacer, contingencias que calcular.
Terminó de dibujar el rudimentario diagrama del barco y pensó que necesitaba un arma. Si conseguía una, sus posibilidades serían mucho mejores.
Se giró hacia la cama y la miró. Lali estaba preciosa. Le pareció extraño que una mujer acostumbrada a todo tipo de lujos y a contar con las atenciones de una legión de esteticistas, peluqueras, maquiladoras y masajistas no hubiera protestado todavía por las difíciles condiciones del barco. Pero lo estaba llevando bastante bien. Y le gustaba más así, sin maquillar y con el pelo revuelto. Hasta había descubierto que lo tenía más rizado de lo que parecía.
Lali era una mujer extraordinaria en muchos sentidos. No se parecía a la gente de su clase social. No lo menospreciaba ni se comportaba con superioridad. Ni siquiera había querido admitir que el error que había cometido con su hermano había estado a punto de costarle la vida. Era la excepción a la regla y estaba loco por ella.
¿Qué podía hacer con una mujer como ésa? Salvarla, naturalmente. Asegurarse de que tendría la oportunidad de vivir su vida.
Debía encontrar un arma. Ya.
Se que debi haber subido novela, pero recien tuve tiempo. No le queda mucho asi que comenten. +10
+
ResponderEliminarotro capi por favor
ResponderEliminarotro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
ResponderEliminarotro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
ResponderEliminarotro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
ResponderEliminarotro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
ResponderEliminarotro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
ResponderEliminarotro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
ResponderEliminarotro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
otro capi por favor
maaaaaaaasss
ResponderEliminarotro capiiiii :)
ResponderEliminar