El la besó en el hombro y ella se tranquilizó de inmediato.
—Sé que es una tontería, pero debemos intentarlo —susurró ella.
Sin embargo, no pudo oír nada salvo la voz de Jazz.
—Cierto, pero me sentiría mejor si estuvieras fuera del barco. Tendrás más posibilidades de escapar.
—No quiero marcharme.
—Lo sé.
—En el banco tienen verdadera obsesión con la confidencialidad. Nos llevarán a una habitación privada. No son como los bancos de Nueva York.
—Bueno, tú haz lo que te dije.
—Lo intentaré.
—Lo harás bien. Confío en ti.
—No deberías...
Peter rió y la besó de nuevo, esta vez en los labios. Fue un beso dulce y suave, un contrapunto a la pasión de la noche.
—¿Peter? Sé que lo que dijiste anoche es perfectamente lógico, pero no quiero que terminemos así. Si conseguimos volver a Nueva York... no quiero que te marches.
Peter la miró sin decir nada.
—¿He dicho algo malo?
—No, en absoluto —dijo él al final. —Me siento terriblemente halagado.
—Pues deja de sentirte halagado y habla conmigo.
—Voy a dejar el trabajo, eso es un hecho. Pero dudo que olviden el asunto así como así. Tu padre no me perdonará. Y es lógico. Debía protegerte y te he puesto en peligro.
—No es cierto.
—Claro que sí. Lo de Charlie es culpa mía. Debería haberlo apartado de mi vida hace años. Debí imaginar que abriría la caja fuerte. Fui un estúpido.
—No ha sido culpa tuya. Tú no tenías nada que ver con el plan de tu hermano, y además has arriesgado la vida para salvarme.
—Sea como sea, tu padre no pensará lo mismo.
—Pero yo no soy mi padre.
—No sabes cuánto me alegro.
—Peter, no estoy bromeando.
—Lo sé. Y créeme, me sorprende que una mujer como tú me desee. Pero no deberías hacer promesas. Todavía no.
—No he hecho una promesa en toda mi vida. Así que tengo derecho a empezar ahora.
—Está bien. Hazla...
—Por favor, Peter, no bromees con esto. Nunca me había sentido así. Tú has sido una revelación para mí. No sólo porque me estremezcas, sino porque...
El no dijo nada. Pero contuvo la respiración.
—Sino por cómo me ves —continuó. —No tenía idea de que todo esto fuera posible.
—Hagamos una cosa. Cuando regresemos a Nueva York, veremos lo que sucede. Solos tú y yo. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Y ahora, intenta dormir.
—Ja.
El la besó de nuevo en la frente.
—Venga, descansa.
Por primera vez desde que la habían raptado, Ed entró en el camarote. Eran poco más de las ocho de la mañana y Lali no había pegado ojo. Había estado dándole vueltas a la cabeza, pensando en un futuro con Peter.
Sabía que su padre no aprobaría esa relación, pero no le importaba. Estaba enamorada de él.
—Vestíos —ordenó Ed. —Quiero que todo el mundo esté preparado dentro de una hora.
Ed Martini parecía un típico millonario hortera. Llevaba una camiseta hawaiana bastante cara, pantalones de color caqui, zapatos náuticos, un sombrero estilo Panamá, un Rolex de los mejores y un anillo con un diamante tan grande, que se podría haber usado de ancla.
—Asegúrate de que tenga buen aspecto —añadió, mirando a Peter.
Antes de que Peter pudiera decir una sola palabra, Ed se marchó y cerró la puerta.
Lali se sentó en la cama, súbitamente nerviosa.
—Tranquilízate, cariño. No imagines nada. Iremos paso a paso. Primero, tienes que ducharte. Eso no es peligroso... lo has hecho miles de veces.
Ella asintió.
—Peter, quiero que me prometas que no matarás a Charlie.
—¿Qué?
—Prométemelo. Sé que tendrás que enfrentarte a ellos, pero no quiero que mates a tu hermano —insistió. —Si lo hicieras, te arrepentirías para siempre.
—No me pidas eso, Lali.
—¿Por qué no?
—Porque no sé lo que va a pasar ni lo que me veré obligado a hacer.
—Está bien. Pero prométeme al menos que lo intentarás.
—Por supuesto.
Ella se arrojó a sus brazos.
—Eso es todo lo que necesitaba oír.
Peter la tomó de los hombros y la besó apasionadamente. Después, la miró.
—Anda, ve a ducharte. Pero recuerda: paso a paso.
No fue fácil, pero Lali siguió su consejo. Vestirse, maquillarse, cepillarse el pelo, ponerse la ropa que Jazz le había llevado. Cuando al final se miró en el espejo, parecía tan rica como Ed. De hecho, podría haberse pasado por su hija.
Unos segundos después, Peter llamó a la puerta del cuarto de baño.
—¿Lali?
Había llegado el momento. Tendría que marcharse y dejarle solo en el barco. Debía ser fuerte. Ahora, todo dependía de ella.
Tomó aliento y abrió la puerta.
Ed estaba allí, con Jazz. La miraron como si fuera un tesoro valioso y ella se ruborizó, pero mantuvo la calma.
—Tienes buen aspecto. Sólo falta que cierres la boca y firmes esos documentos —declaró Ed. —Sé convincente y vivirás un día más, querida.
Ed se giró hacia Jazz y asintió. El hombre bajo se situó junto a Peter y su jefe sacó una pistola y apunto a Lali.
—Pero lo más importante de todo es que tu novio seguirá con vida si obedeces.
Antes de que se dieran cuenta de lo que pasaba, Jazz tomó a Peter del brazo, le puso la mano en la mesita de noche y se la machacó con la culata de la su automática. Fue un golpe tan fuerte, que Peter gritó.
Lali se volvió, enfurecida, y abofeteó a Ed.
—¡Lali, no!
Ed le puso el arma en la cara y la miró con rabia. Deseaba matarla y en otras circunstancias lo habría hecho, pero quería su dinero.
—Has cometido un error.
—No tenías motivo alguno para hacerle daño a Peter. He dicho que te daré el dinero. Eso es lo que quieres. Déjalo en paz.
—Si vuelves a hacer otra estupidez, llamaré por teléfono a Jazz. Le romperá la otra mano; después le pegará un tiro en una rodilla y luego repetirá la operación con la otra. Y cuando termine con él, no le quedará un hueso sano en todo el cuerpo. ¿Entendido?
—Sí.
—Muy bien. Entonces, vámonos.
Ed se guardó la pistola en el cinto.
—Peter necesita un doctor...
—Ya recibirá la atención que necesita cuando terminemos —dijo Ed.
—Venga.
Ed la llevó hasta la puerta, pero ella se detuvo.
—Espera un momento.... Peter, te amo. Creo que me enamoré de ti hace mucho tiempo. Recuérdalo, por favor.
Salir del camarote fue como morir para ella. El sol le calentaba la piel, el mar brillaba y las gaviotas chillaban en el cielo.
Sólo podía pensar en matar a Ed Martini, a Jazz y al propio Charlie y volver con su amado. Le dolía que Jazz le hubiera hecho daño con tanta facilidad. Con demasiada facilidad, de hecho.
Era evidente que Peter no había hecho nada por defenderse porque tenía miedo de que tomaran represalias con ella.
Ed la llevó a una motora y se sentaron. Acto seguido, le dijo que se haría pasar por su tío Ed, el mejor amigo de su padre, y que la transferencia sólo era una decisión temporal hasta que Nico pudiera ir a Gran Caimán y tomar las decisiones pertinentes. Después, la obligó a repetir el plan. Hasta cinco veces seguidas.
Lali estaba enfurecida. Jamás habría imaginado que pudiera odiar de esa manera, y mucho menos que fuera capaz de matar a alguien, pero lo deseaba. Por lo visto, no era la víctima propiciatoria que había creído.
Habían pasado varios años desde la última vez que había estado en la isla, pero recordaba las blancas playas y lo mucho que disfrutaba jugando con las tortugas. Cuando llegaron a la orilla, avanzaron por el paseo marítimo y se dirigieron al centro de la ciudad, hacia el banco. Ed la llevaba el brazo y la apretaba con fuerza cada vez que se cruzaban con un policía.
Lali no dijo nada. Se limitó a obedecer. Sabía que sólo tenía una posibilidad entre un millón de lograr escapar, pero era lo mismo porque no iba a intentarlo. No mientras Peter estuviera en peligro.
Ed bajó el ritmo cuando se acercaron al banco.
—¿Quién soy? —le preguntó.
—Mi tío Ed.
—Dilo otra vez. Y sonríe.
Ella sonrió.
—Mi tío Ed.
Ed se acercó a una sombra, sacó el teléfono y llamó a Ed.
—Jazz, rómpele la otra mano —ordenó.
—¡No! —gritó ella.
—Pues dilo otra vez.
Ella hizo un esfuerzo y volvió a sonreír.
—Mi tío Ed.
—Repite.
—Mi tío Ed.
—Mucho mejor. Pero no olvides que llevo el teléfono en el bolsillo —dijo, dándose un golpecito en el pantalón. —Si quieres que tu novio siga con vida, pórtate bien.
Peter tardó demasiado tiempo en vendarse la mano y tragarse medio frasquito de analgésicos. Sabía que Jazz volvería en cualquier momento, y que cuando lo hiciera, tendría que actuar.
Ahora que Lali no estaba a su alcance, podía hacer lo que había deseado cuando Jazz lo agarró del brazo. Todavía podía forzar la cerradura de la puerta, pero ése no era el plan. Necesitaba que Jazz entrara en el camarote.
Cuando acabara con él, seguiría con los demás. Pero se lo tomaría con calma. Debía acabar con todos ellos antes de enfrentarse a Martini.
Maldijo su suerte por enésima vez. Todo el dinero que le había dado a su hermano no había servido de nada. Todo el apoyo, todas las promesas. Y para empeorar la situación, se había enamorado de Lali Esposito.
Aquello no podía salir bien. Ella no merecía tanta angustia.
Se giró tan rápidamente, que sintió una temblé punzada en la mano. Esperaba tener más tiempo, hasta que los analgésicos le hicieran efecto, pero eso era lo de menos. En cuanto Jazz entrara, empezaría la acción.
Lali se sentó frente a la mesa del vicepresidente del banco y esperó a que le llevaran los documentos de la transferencia. Las cosas habían cambiado desde el atentado de las Torres Gemelas y hacían más comprobaciones que antes con cualquier asunto que oliera a lavado de dinero. Si hubieran conocido la identidad de Ed Martini, habría terminado en la cárcel en pocos minutos. Pero no iba a decir nada.
Sonrió, respondió a sus preguntas y fue tan encantadora como pudo. En determinado momento, empezó a respirar con dificultad.
—¿Qué haces? —preguntó Ed.
—Yo...
Ed le dio un pellizco muy fuerte en el brazo.
—Deja de hacer eso.
—No creo que pueda...
Su respiración se aceleró. Se estaba hiperventilando a propósito. Estaba haciendo su trabajo, lo que mejor sabía hacer: sufrir un ataque de pánico, uno que no podía durar varias horas. Debía desmayarse y conseguir que alguien la atendiera. Cualquiera menos el tío Ed.
El la volvió a pellizcar.
—No te atrevas a...
—Por favor, no puedo evitarlo. Tengo agorafobia. Yo...
—Será mejor que reacciones. O de lo contrario...
El señor Granger, el vicepresidente del banco, entró en la habitación en ese momento y los miró con preocupación.
—¿Podrían traer un vaso de agua a mi sobrina? —preguntó Ed. —No se encuentra bien.
—Faltaría más. Esperen un momento...
Granger llamó a su secretaria y le pidió que llevara agua.
—¿Puedo hacer algo más por ustedes?
Ed sacudió la cabeza.
—No, se pondrá bien.
Lali lo miró e intentó sonreír. Después, perdió el conocimiento.
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ResponderEliminarmmmmmmmmm
ResponderEliminaraaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarssssssssssssssss
ResponderEliminarotroooooooooooooooooo
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ResponderEliminarABRI LA ENCUESTA PORFA
ResponderEliminarmaaaaaaaaaaaaaaassss porfiii!!
ResponderEliminarEspero k todo le salga bien a Lali.
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