Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

domingo, 23 de junio de 2013

Capitulo 32

—No me importa que tengan pruebas o que no las tengan. Sé que Peter Lanzani está detrás del secuestro.
Cande se mordió un labio para contenerse. Nico estaba muy nervioso y era normal que se comportara de ese modo. Ella se giró hacia el agente Webber y asintió. El día anterior habían mantenido una larga conversación.

El bolso había resultado ser el de Lali. Y dentro estaba la cartera, aunque sin documentación ni dinero. Cande conocía a su amiga y sabía que no habría dejado la cartera por voluntad propia. Se la había regalado ella.
Tardó un rato en decidir si debía contárselo a Nico. Pero al final lo hizo. Tenía derecho a saberlo.
—Señor, estamos haciendo todo lo que podemos para encontrar a su hija y al señor Lanzani. Sabemos que su motocicleta ha desaparecido, y por el estado de su apartamento no parece que planeara ningún viaje. Toda su ropa está allí y no falta ninguna maleta. Francamente, estamos bastante más interesados en Jerry Brody que en Lanzani.
—Pues yo no. El trabajó para el servicio militar de espionaje. Dudo que sea tan tonto como para dejar pistas. No lo contraté por ser un idiota.
—Lo comprendo, señor. Y le aseguro que no hemos abandonado ninguna línea de investigación. Ahora estamos investigando a su hermano por si existe alguna conexión.
—Su hermano.
—Sí, se llama Charles. Tiene antecedentes penales. Tráfico de drogas, robo y otros delitos de poca monta.
Nico se levantó.
—Lo sabía. Por eso necesitaba los cinco millones. Trafica con drogas.
—Nico, sé que todo esto parece sospechoso —intervino Cande—, pero estoy segura de que Peter no...
—Ya basta.
En ese momento entraron tres hombres del servicio de seguridad.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Esposito.
El más alto avanzó hacia él.
—Soy George Bryan. Trabajo en seguimiento.
—Yo soy E. J. Packer, señor. Dirijo el turno nocturno.
El tercero de los recién llegados, un hombre delgado y rubio, se quitó las gafas de sol y dijo:
—Me llamo McPherson. Bill McPherson. Trabajé para el servicio de espionaje militar.
—¿En serio?
—Sí, señor. Serví con Mike Lanzani durante dos años. Y le aseguro que no es el hombre que estamos buscando.
—¿Cómo?
—Yo también serví con él —dijo George Bryan. —Si está involucrado en el asunto, será porque quiere salvar la vida de su hija. No he conocido a un hombre más honrado en toda mi vida.
—Estoy de acuerdo con ellos, señor Esposito —comentó E. J. —Apostaría todo mi dinero a que Lanzani no tiene nada que ver.
—¡Márchense de aquí! —estalló Esposito. —Trabajan para él. Es lógico que le defiendan.
Los tres hombres se tragaron su orgullo como buenos soldados y se marcharon. Pero el agente del FBI había tomado buena nota de lo sucedido.


—¡Maldito canalla! —exclamó Lali. —¡Maldito asesino! Así que tienes intención de asesinarnos y celebrarlo con champán...
Lali lo dijo con la voz más alta posible, para que la oyeran todos los turistas.
Ed rió con nerviosismo y sacó el móvil.
—Te lo advierto....
—¿Qué me adviertes? ¿Que vas a matar a Peter? Nos vas a matar de todas formas. ¿Qué importancia tiene?
Lali hablaba en serio. Y no se paró a pensar cuando le pegó una patada entre las piernas. Ed se inclinó hacia delante y la gente empezó a acercarse. Pero Lali todavía no había terminado con él.
Se acercó por detrás, le levantó la camisa hawaiana y le quitó la pistola. Luego, le apuntó con manos más filmes de lo que habría imaginado y gritó:
—¡0ue alguien llame a la policía!
Se oían cláxones y gritos a su alrededor. Supuso que había tanta gente, que habían interrumpido el tráfico. Era evidente que no veían un espectáculo parecido todos los días.
Ed Martini seguía agarrándose la entrepierna como un niño. El, un hombre que no había dudado en ordenar que le rompieran la mano a Peter, un hombre que había planeado matar a dos inocentes y celebrarlo con champán. Merecía morir, pero prefería que acabara con sus huesos en prisión. No conocía las leyes de extradición de las islas Caimán y no sabía si podrían juzgarlo en Estados Unidos, pero daba igual. Ed Martini no iba a matar a Peter Lanzani.
—Señorita... baje la pistola, por favor.
Ella se giró y miró a los dos agentes de policía.
—Es un secuestrador y un ladrón y un asesino. Tengo pruebas de todo.
—Baje la pistola y hablaremos.
Lali no quería bajarla. Quería disparar. Pero tiró el arma.
Los policías se acercaron y Ed aprovechó la ocasión para arrojarse al suelo y recuperar la pistola. Después, se levantó y apuntó al pecho de Lali. Su cara estaba enrojecida y llena de odio.
—Baje la pistola, señor —dijo uno de los agentes. —Señor...
Ed ni siquiera miró al policía.
—Maldita bruja. Me las vas a pagar...
—Ya te he pagado. ¿Es que no te basta con cincuenta millones de dólares? ¿Es que no te basta con habernos secuestrado? ¡Tenías que romperle la mano! El sólo quería protegerme y ahora será un lisiado por mi culpa.
—Tu novio ya estará muerto —se burló. —Y dentro de poco, también lo estarás tú.
Lali cerró los ojos y se preparó para sentir el impacto de la bala. Oyó una escaramuza, luego un golpe, y cuando abrió los ojos de nuevo vio que los dos agentes habían inmovilizado y desarmado a Martini.
Empezó a reír sin poder evitarlo cuando comprendió que todo había terminado. Pero la risa se le quebró en la garganta. Había dicho que Peter ya estaría muerto.
No podía creerlo, pero tenía lógica. Peter ya no les servía de nada. Seguramente se habían librado de él en el preciso momento en que ella descendió del barco.


Tras alejarse de la cocina, Peter regresó sobre sus pasos. Danny tenía que estar en alguna parte, a menos que hubiera acompañado a Ed y a Lali a la isla. Y cabía la posibilidad de que lo estuviera esperando, porque el cocinero no había muerto en silencio.
Cuando se aproximó al último de los camarotes, más pequeño que los demás, aguzó los sentidos, se preparó y pegó una patada a la puerta. Pero en el interior no había nadie. Eso significaba que Danny debía de estar en alguno de los camarotes más grandes. Si es que seguía a bordo.
Uno de ellos tenía dos camas y espacio suficiente para que se ocultara un hombre de su tamaño. Peter pensó dónde se ocultaría él de estar en su pellejo y se dijo que seguramente lo haría detrás de la puerta. Así que se aproximó y disparó.
A pesar de su nombre, los silenciadores no apagaban completamente el ruido. Ayudaban bastante, pero cualquiera que estuviera cerca lo habría oído. Por si acaso, disparó dos veces más, se apartó y esperó. Debía ser paciente.
Al cabo de unos minutos, la puerta del camarote principal se movió un poco. Danny debía de estar allí y Peter no lo dudó: los tres disparos atravesaron la madera y Danny cayó como un tronco, golpeando el suelo de teca con la cabeza.
Peter se sentó. Le dolía todo el cuerpo, pero todavía no podía descansar. Charlie seguía allí, y no sabía lo que le había pasado a Lali.
Se levantó, momentáneamente mareado. Respiró a fondo, varias veces, y empezó a caminar. El olor de la muerte le seguía y se mezclaba con el aroma del océano.


La policía tardó un buen rato en tomarle declaración cuando los agentes la llevaron a comisaría. Tuvo que llamar la atención de la persona adecuada, pero cuando el capitán Eccles comprendió lo que sucedía, no perdió el tiempo.
De hecho, Lali tuvo que darle el resto de los detalles mientras avanzaban a toda prisa en una motora policial. Según el capitán, era mucho más rápida que el barco de los secuestradores.
Los acompañaban seis hombres, fuertemente armados, que parecían ser el equivalente de los grupos de operaciones especiales de Estados Unidos. Cuando se acercaron al Pretty Kitty, Lali rezó para que Peter siguiera con vida. Se dijo que daría más dinero a la beneficencia, que trabajaría más en la ONG, que haría lo que fuese, cualquier cosa.
Estaba tan nerviosa, que se puso en pie y se acercó al capitán. El agua del mar le salpicó en la cara y le arruinó el maquillaje. Pero también las lágrimas.


Charlie no se había movido. Peter se arrodilló a su lado y sintió una punzada de dolor y arrepentimiento. Le puso una mano en el cuello y creyó sentir el pulso, pero podía ser el suyo. Así que apretó la oreja contra su pecho. Estaba vivo. No se podía decir que tuviera buen aspecto, pero estaba vivo.
Aliviado, se sentó y los ojos se le llenaron de lágrimas. Ya sólo era cuestión de tiempo que Lali y Ed regresaran al barco. Y él tendría tiempo para limpiar un poco.
Se apoyó en la mano izquierda y se levantó con esfuerzo.
El golpe en la cabeza lo lanzó hacia delante, y durante un momento pensó que Ed ya había regresado. Pero cuando alzó la mirada no vio a Ed. Era Jazz.


Cada vez se acercaban más al barco. Lali había subido a él inconsciente y no le había prestado atención cuando subió a la motora con Ed Martini, así que era la primera vez que lo veía desde fuera. Y le pareció realmente bonito y esbelto. Un barco excepcional en una bahía llena de yates elegantes. No le extrañó que hubieran llegado tan deprisa a las Caimán.
La belleza del navío se quedó en nada cuando pensó que podía ser el ataúd de Peter. Apartó la idea de su mente, pero ya no sintió admiración alguna por el Pretty Kitty.
Se aferró a la barandilla y empujó como si así pudieran ir más deprisa. Quería estar con el hombre que amaba. Quería encontrarlo con vida.
Lo demás no importaba.


Jazz estaba de pie, pero se sostenía con dificultad y en su camisa había sangre.
—Vas a morir —dijo, mirando a Peter. —Vas a morir muy despacio.
Peter intentó alcanzar su arma, pero Jazz le golpeó otra vez.
—Déjalo ya, Jazz. Todo ha terminado. Eres el único que queda con vida.
—Te equivocas. Ed también está vivo.
—Pero no seguirá...
En ese momento, Charlie gimió. Jazz se fijó en él y le apuntó con la pistola.
—¿Crees que puedes detenerme?
Peter sonrió y se levantó.
—Podría acabar contigo con un solo brazo.
—Quieto ahí o disparo a tu hermano.
—Adelante, dispara. Es lo último que harás.
—Como quieras.
Jazz se dispuso a disparar, pero Peter saltó sobre Charlie y derribó a su enemigo. Jazz soltó el arma, pero tuvo tiempo de golpearle en el hombro derecho. El dolor estuvo a punto de dejarlo sin sentido.
El segundo golpe le impactó en el mismo sitio. Tenía que reaccionar con rapidez si no quería perder la partida. Tenía que recuperar su arma y disparar a Jazz antes de que fuera demasiado tarde. Esta vez no cometería errores.
Jazz le clavó una rodilla en el estómago y le lanzó un directo a la cabeza. Era la pelea menos elegante en la que Peter había participado, pero estaba saliendo bien. Un minuto más y Jazz saldría disparado y él tendría la adrenalina que necesitaba.
Con todas las fuerzas que le quedaban, Peter le pegó un directo con la izquierda a la mandíbula. Jazz se enrabietó y le golpeó donde pudo, pero no pudo evitar que Peter extendiera su mano libre y recuperara la pistola.
Después, sólo tuvo que apretar el gatillo.
El sonido del disparo llenó el camarote. Peter intentó moverse y quitarse de encima al muerto, pero sus fuerzas habían desaparecido.
La oscuridad empezó a cerrarse sobre él. Y se sintió agradecido.


—Tiene que quedarse aquí.
—No puedo.
El capitán Eccles negó con la cabeza.
—No sabemos cuánta gente hay a bordo ni cuántas armas tienen. Podrían matarla.
—No me importa. Si Peter está vivo, me necesitará.
—El barco ambulancia llegará en cualquier momento.
—Por favor —rogó. —Tengo que...
—Sé que quiere ver a su amigo, pero no puedo permitir que suba. Le prometo que lo verá en cuanto esté a salvo.
Lali no podía seguir discutiendo. Los agentes ya estaban en posición, preparados para asaltar el barco. Un segundo después, se pusieron en marcha y desaparecieron en su interior.
Le había dado al capitán la descripción exacta de Peter, para que no lo confundieran con ninguno de los secuestradores. Pero a pesar de todo, tenía miedo.
Los minutos fueron pasando. No oyó ningún disparo; sólo unos cuantos gritos, pero no pudo entender lo que decían. Por fin, el barco ambulancia apareció y los enfermeros subieron al yate con todo su instrumental.
Lali pensó que si subían al barco era porque ya no había peligro. Miró al único policía que se había quedado en la motora para ver si podía escaparse. Pero no hizo falta. En ese momento estaba hablando por radio y no le prestaba atención.
Lali no lo dudó. Se encaramó a la escala de cuerda y subió. El policía se dio cuenta de lo que pasaba y gritó, demasiado tarde.
Cuando alcanzó la cubierta del barco y vio el cuerpo de Peter, se sintió desfallecer. Lo habían matado. Ed Martini había dicho la verdad. Estaba muerto. Y a tenor de la sangre y de sus heridas, lo habían torturado antes.
—¿Señorita?
Lali alzó la mirada.
—¿Por qué no viene con nosotros? Seguro que él se sentirá mejor si la ve cuando recupere el conocimiento.
Lali parpadeó.
—¿Cómo?
—He dicho que por qué no viene con nosotros.
—No, no, me refiero a la última parte... ¿Ha dicho «cuando recupere el conocimiento»?
El enfermero asintió.
—Sí. Le han pegado una buena paliza, pero sobrevivirá.
Lali tardó unos segundos en entender el significado de las palabras. Y cuando por fin las comprendió, cuando supo que no lo había perdido, se desmayó.


Solo queda un capitulo mas+10

13 comentarios:

Comenta