Por tanto, muy buena amiga debía de ser para estar congelándose de frío a las puertas de un almacén de Melbourne, en una fría y nublada mañana invernal, esperando a que abrieran las puertas para que su amiga Candela se comprara un vestido de novia.
Los carteles rosados que ondeaban junto a las agrietadas paredes de ladrillo anunciaban una liquidación de trajes de novia, nuevos y usados, con descuentos de hasta el noventa por ciento. Lali se preguntaba si alguna de las otras mujeres de la cola, que a esas alturas ya había llegado a la esquina de la manzana, sería capaz de ver la deprimente realidad que enmascaraba el bombo publicitario. No era probable, a juzgar por el brillo maníaco de sus ojos. Todas y cada una de ellas creían ciegamente en las canciones y poemas de amor.
–La puerta se ha movido –le susurró Cande, agarrándola con tanta fuerza del brazo que debió de dejarle una marca.
Lali levantó su larga melena para darle una vuelta más a la bufanda de lana alrededor del cuello y pisó con fuerza el pavimento para reactivar el flujo sanguíneo.
–Alucinas.
–Se ha movido –insistió Cande–, como si alguien la estuviera abriendo desde dentro.
La noticia se propagó como un fuego descontrolado por la cola y Lali casi cayó al suelo ante la repentina embestida.
–¡Calma! –dijo, soltándose de la garra de su amiga mientras fulminaba con la mirada a la mujer con aspecto de energúmena que la empujaba por detrás–. Las puertas se abrirán cuando sea el momento y entonces podrás encontrar el vestido de tus sueños. Si no eres capaz de encontrar un vestido entre un millar, es que eres un fracaso de mujer.
Cande dejó de retorcerse y le echó una mirada ceñuda.
–Solo por eso debería despedirte como dama de honor.
–¿De verdad lo harías? –le preguntó Lali, esperanzada.
Cande se echó a reír, pero enseguida se puso a dar saltos en la acera como un boxeador segundos antes de subir al ring. Llevaba su alborotada melena castaña recogida en una cola de caballo y su concentración era total, como el día en que su novio se le declaró.
De pronto, las puertas de madera se abrieron y del interior salió una bocanada de alcanfor y lavanda, acompañando a una mujer de aspecto cansado con vaqueros y una camiseta del mismo color rosa que el cartel.
–¡Precio fijo! –gritó–. ¡No se admiten cambios ni devoluciones! ¡Tallas únicas!
La larga fila de mujeres se lanzó hacia las puertas como si hubieran anunciado que Hugh Jackman iba a dar masajes gratis en la espalda a las cien primeras que entrasen en el local.
Lali se dejó arrastrar hacia el interior y se agarró a los hombros de Cande cuando su amiga se detuvo en seco y la marea femenina se abría ante ellas como las aguas del Mar Rojo ante Moisés.
–Dios... –murmuró Candela, y hasta Lali se quedó impresionada por lo que veían sus ojos.
Decenas y decenas de vestidos para todos los gustos se sucedían hasta donde alcanzaba la vista. Vestidos de diseño y confección. Vestidos de segunda mano. Vestidos con taras. Todos con descuentos formidables para una liquidación inmediata.
–¡Vamos! –gritó Candela, abalanzándose hacia lo primero que le llamó la atención.
Lali se refugió en un rincón junto a la puerta y agitó el móvil en el aire.
–Estaré aquí si me necesitas.
Cande sacudió la mano sobre las cabezas y luego desapareció.
Lo que ocurrió a continuación fue una auténtica lección de antropología. Una mujer junto a Lali, que llevaba un impecable traje a medida, se puso a chillar como una adolescente al encontrar el vestido de sus sueños. Otra, con gafas, un discreto conjunto y el pelo recatadamente recogido, tuvo una rabieta infantil con pataleta incluida al descubrir que el vestido que le gustaba no era de su talla.
Todo por un simple vestido que solo lucirían una vez en la vida, en una ceremonia donde se obligaba a hacer promesas de amor y fidelidad eternos. Para Lali, sin embargo, el amor ciego hacia otra persona solo conducía al desengaño y el arrepentimiento por los años perdidos. Era mucho mejor jurarse amor y fidelidad a uno mismo. No merecía la pena buscar a otra persona solo para poder vestirse como una princesa una vez en la vida.
Los olores a laca y perfume se mezclaron con el alcanfor y la lavanda y Lali tuvo que respirar por la boca. Aferró el móvil con fuerza, deseando que Candela la llamara.
Candela... Su mejor amiga y cómplice desde la infancia. Siempre habían sido inseparables, desde que sus padres se divorciaron a la vez y ellas se convencieron de que los finales felices no eran más que un mito romántico para vender flores y tartas nupciales. Cande, quien se había olvidado de todo nada más conocer a Vico.
Lali tragó saliva. Le deseaba lo mejor a su amiga y quería que fuera feliz con su novio para siempre, pero cada vez que lo pensaba sentía una punzada de miedo en el estómago. Así que decidió pensar en otra cosa...
Como encargada de Ménage à Moi, un negocio al por menor de menaje para el hogar, siempre estaba buscando ubicaciones que sirvieran de fondo para sus catálogos. Y, aunque aquel almacén se caía a pedazos, las agrietadas paredes de ladrillo podrían ofrecer un toque romántico si no quedara más alternativa.
Pero ella no tenía la menor intención de utilizar aquel lugar. El próximo catálogo tenía que hacerse en Brasil y no cabía ninguna otra posibilidad. Tal vez fuera un gasto excesivo para un simple catálogo, pero algo le decía que valdría la pena. Su proyecto era tan interesante que su jefa no podría negarse. Y era el cambio que necesitaba en su vida...
Sacudió la cabeza. Brasil era el cambio que necesitaba el negocio, no ella. Ella estaba estupendamente. O lo estaría en cuanto saliera de aquel almacén viejo y destartalado.
Respiró hondo por la boca, cerró un ojo y se imaginó las inmensas ventanas cubiertas con cortinas azules de chiffon y la colección de la próxima temporada, con motivos brasileños de brillantes colores, contra las apagadas paredes de ladrillo. Los cristales estaban tan sucios que apenas dejaban pasar la luz del sol, salvo un rayo que se colaba por un círculo incongruentemente limpio. Las motas de polvo bailaban en su trayectoria y Lali lo siguió con la mirada hasta una fila de vestidos de novia con faldas tan voluminosas que sería imposible avanzar con ellas por el pasillo de una iglesia.
Se disponía a apartar la mirada cuando algo le llamó la atención. Un destello de chiffon de color champán. El brillo tornasolado de las perlas. El complejo bordado del encaje. Una cola tan diáfana que desapareció cuando alguien pasó juntó a los percheros y bloqueó el rayo de luz.
Lali parpadeó un par de veces, pero el corazón le dio un vuelco al constatar que, efectivamente, el vestido había desaparecido.
Se le formó un nudo en la garganta, sintió que se mareaba y fue incapaz de pensar en nada.
Entonces la persona volvió a moverse, el rayo de luz volvió a recorrer su trayectoria sin obstáculos... y allí estaba de nuevo el vestido. Un segundo después, Lali estaba abalanzándose hacia la prenda como si estuviera poseída por una fuerza sobrenatural, y sus manos lo sacaron del apretado confinamiento al que lo sometían los otros vestidos, tan fácilmente como Arturo liberó a Excalibur de la piedra.
Sinceramente esta historia me encanto al momento de adaptarla y espero tambien les guste. ¿Como la elegi? La verdad fue que sus comentarios fueron pocos y querian varias, entonces no supe como hacerle, hasta que se me ocurrio la magia de los papelitos, escribir en varios papelitos los nombres de la novela y elegi uno y este fue el que salio. Espero contar con su apoyo. Nos leemos mañana
Aaayyy si me ree encantoooo!!!segui segui seguiii..ya quieroo maaaas!!u.u @pl_mialma
ResponderEliminarEsta buenisima esta novela! te voy a seguir me encanto
ResponderEliminarTe espero http://amorporcasiangeless.blogspot.mx/ acabo de subir nuevo capitulo
Besos.!
ayy se ve buena la nove subiss mass
ResponderEliminarsoy andrea costarica
la suerte del destino! :) jaja, si el destino quiso q leeamos sta nove, aqui stare pa leerla!! m gusta!!!
ResponderEliminarbesos!
@belteje