Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

martes, 2 de julio de 2013

Capitulo 2

Mientras sus ojos recorrían los tirantes nudosos, el pronunciado escote en V, el corpiño de encaje guarnecido con perlas ensartadas que se estrechaba en la cintura para luego desaparecer en una falda vaporosa, el corazón se le desbocó como un caballo salvaje.
–Precioso –dijo una mujer detrás de ella–. ¿Solo estás mirando o piensas llevártelo?
¿Precioso? Aquella palabra no le hacía justicia al retazo de perfección que colgaba de las temblorosas manos de Lali.

Sacudió la cabeza, sin volverse, y de sus labios salieron las palabras que nunca creyó que llegaría a pronunciar.
–Este vestido es mío.


–¡Lali!
De nuevo junto a la puerta, Lali alzó la vista y vio a Candela avanzando hacia ella.
–¡Llevo veinte minutos llamándote!
Lali se llevó la mano al bolsillo donde tenía el móvil. No había oído ni sentido nada.
Cande señaló frenéticamente la pesada bolsa beis que le colgaba del codo.
–¡Lo conseguí! Quería que lo vieras, pero no podía avisarte porque había una morena flacucha que lo miraba como una hiena hambrienta, así que me desnudé y me lo probé allí mismo, en mitad del pasillo. Y me queda de muerte –entonces se fijó en la bolsa blanca con letras rosas que tenía Lali sobre los muslos–. ¿Has encontrado un vestido de dama de honor?
Lali tragó saliva y negó lentamente con la cabeza. Incapaz de decirle la verdad, movió temblorosamente un brazo hacia el mar de encaje y seda de color blanco y marfil.
–¿Lo has comprado para uno de tus catálogos? ¿Vas a inspirarte en una boda?
Allí estaba. La excusa perfecta. El vestido era caro, muy caro. Tanto que casi podría declararlo como gasto deducible en la renta. Pero el miedo le atenazaba la garganta.
Cande arqueó las cejas, las mantuvo así unos segundos y se echó a reír.
–Creía que era yo la única que hacía locuras, pero esto se lleva la palma.
–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Lali al recuperar finalmente la voz.
Cande se llevó la mano libre a la cadera.
–Dime, rápido, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una cita?
Lali abrió la boca para decirle cuándo, con quién y dónde, pero ninguna palabra salió de sus labios. Porque no podía recordar cuánto tiempo había pasado desde su última cita. ¿Semanas? ¿Meses? En vez de preocuparse, no obstante, se aferró a la esperanza de que hubiera una razón lógica y sensata para aquel arrebato consumista.
–Tienes que encontrar a un hombre enseguida –Cande la agarró del brazo y la hizo ponerse en pie–. Pero lo primero es salir de aquí... antes de que este olor a laca y desesperación me revuelva las tripas.


Mientras esperaba a que se cerrasen las puertas del ascensor del edificio de apartamentos Botany, en Docklands, Lali contemplaba distraídamente el suelo blanquinegro del vestíbulo, el empapelado negro de las paredes y los marcos dorados de las puertas; todo tenuemente iluminado por media docena de arañas de nácar.
¿Tendría razón Cande? ¿La impulsiva compra del vestido era el resultado de una larga abstinencia? ¿Como un acto reflejo en sentido contrario? Tal vez. Porque, aunque no tuviera la menor intención de casarse, le gustaba salir y le gustaban los hombres. Le gustaba cómo olían, cómo pensaban y el calor que la invadía al sentirse atraída. Le gustaban los hombres que vestían bien, los que invitaban a copas, los que trabajaban tanto como ella y no buscaban nada más que un rato de compañía. En definitiva, la clase de hombres por los que era famoso el centro de Melbourne.
¿Dónde se habían metido todos?
¿O tal vez fuera culpa suya? ¿Le estarían pasando factura todo el tiempo y el esfuerzo dedicados al proyecto del catálogo brasileño? ¿O simplemente estaba cansada de salir siempre con el mismo tipo de hombres? Quizá estuviera emocionalmente saturada de la serie Las chicas Gilmore, que reponían una y otra vez por la tele.
Se cambió la bolsa de mano y flexionó los agarrotados dedos de la mano libre mientras esperaba a que se cerrara el ascensor. Llevaba rato esperando, y aún podría tardar bastante. El ascensor tenía personalidad propia. Subía y bajaba, pero lo hacía de un modo completamente aleatorio, sin detenerse en la planta elegida por el usuario. De nada habían servido las patadas ni decírselo a Sam, el conserje. Tal vez habría que darle las patadas a Sam...
Por otro lado, un ascensor defectuoso era un precio muy pequeño a pagar con tal de vivir en su pequeño paraíso del octavo piso. Había crecido en una casa enorme que olía a flores secas y cortinas de cretona y donde se podía palpar la tensión en el aire. La primera vez que vio la espaciosa y esbelta opulencia de los Apartamentos Botany se sintió como si pudiera respirar de verdad por primera vez en su vida.
Cerró los ojos y pensó en la decoración minimalista de su apartamento, en la vista de la ciudad, en los dos dormitorios... uno para ella y el otro que le servía de estudio o para acoger a Lali cuando su amiga se quedaba a dormir en casa tras una noche de juerga... algo que no sucedía desde que Vico le propuso matrimonio.
Meneó la cabeza como si estuviera ahuyentando una mosca. El ascensor era un mal menor, salvo cuando llegaba a casa cargada con una bolsa tan pesada como aquella.
De acuerdo. Si su carencia de citas la había llevado a cometer aquella locura, tendría que hacer algo al respecto. Y pronto. De lo contrario, ¿qué sería lo próximo que hiciera? ¿Comprarse un anillo? ¿Alquilar un salón en el hotel Langham? ¿Contratar un servicio de publicidad aérea para ofrecerse como novia en el cielo de Melbourne?
–Prometo que me arrojaré en brazos del primer hombre que me sonría –murmuró para sí misma–. Puede invitarme a cenar, o yo puedo invitarlo a un café. O incluso compartir una botella de agua en la máquina de la tercera planta. Pero necesito pasar tiempo con un hombre, y rápido.
Una eternidad después, cuando las puertas del ascensor empezaron a cerrarse, Lali casi soltó un sollozo de alivio. Pero entonces, en el último instante, aparecieron unos dedos largos y bronceados en la abertura.
–Sujeta la puerta –dijo una voz profunda y masculina.
Oh, no, pensó Lali. Si las puertas se abrían, la larga espera comenzaría de nuevo.
–¿No? –preguntó la voz de hombre con un deje de incredulidad, y Lali se encogió de vergüenza al darse cuenta de que debía de haber hablado en voz alta. Los años que se había pasado viviendo sola le habían hecho adquirir la costumbre de hablar consigo misma.
Sin sentir el menor remordimiento, pulsó repetidamente el botón para cerrar las puertas.
Pero los dedos largos y bronceados tenían otras ideas. Sujetaron la puerta con una impresionante exhibición de fuerza bruta y entonces apareció el hombre. Era alto y robusto, tan corpulento que ocultaba el vestíbulo a la vista. Tenía la cabeza agachada y el ceño fruncido mientras miraba el teléfono inteligente que sostenía en su mano libre.
Su imagen hizo que Lali se encogiera aún más en el pequeño ascensor. Sus ojos recorrieron rápidamente la chaqueta de cuero marrón con cuello de lana, los vaqueros ceñidos a los poderosos muslos, el bulto rectangular de la cartera en el bolsillo trasero, las botas llenas de arañazos...
Todo el sosiego inspirado por las arañas de nácar y los marcos dorados se esfumó ante el súbito impacto de aquel desconocido. Un remolino de calor se propagó por su estómago y subió hasta sus mejillas. Y, antes de que pudiera recomponerse, una voz interior le lanzó una súplica silenciosa a aquel hombre.
«Sonríe».



Nos leemos mañana.

2 comentarios:

  1. Oh de seguro ese debe ser peter
    espero mas, me esta encantando
    Tengo nove te espero http://amorporcasiangeless.blogspot.mx/
    Besos!

    ResponderEliminar
  2. jajaja se siente vergonzosa,pero a la vez se obliga a sonreir.Pobrecitacesta muuuuuy sola

    ResponderEliminar

Comenta