Peter sintió un gran alivio cuando Lali salió de la cocina. Se había tomado su tiempo para vestirse y para comer, pero al menos lo había hecho.
En aquellos momentos, con sus ojos marrones más vivos que nunca por la palidez de su piel, tenía un aspecto tan frágil que resultaba muy hermoso.
—¿Has comido lo suficiente?
— Sí.
— Bien.
— Esto me parece algo repentino —dijo ella mientras Peter la llevaba hasta la furgoneta—. ¿Es... es una entrevista formal?— Más bien era un favor de Eugenia y de los hermanos Hill, pero Peter se temía que, si le contaba aquel detalle, Lali volvería directamente a la cama.
— No creo que sean muy duros contigo, si es eso lo que te preocupa. Te conocen y saben lo que puedes hacer.
—Corto el pelo.
— ¿No sabes cómo utilizar un ordenador? — preguntó él mientras se ponía tras el volante.
—No se me da mal.
— En ese caso, puedes trabajar con un ordenador.
— Sé cómo utilizar Internet. Sé encontrar lo que busco, pagar mis facturas y poner al día mi libro de cheques, pero no sé demasiado sobre los programas relacionados con los negocios.
— Puedes aprender. Al menos, es un trabajo — dijo Peter. Entonces, arrancó el motor del vehículo.
Los dos permanecieron en silencio durante varios minutos.
— Sin embargo, un trabajo no va a resolver nada —dijo ella, cuando ya estaban en la carretera principal — .Al menos, no inmediatamente.
—¿Qué quieres decir?
— Para tener un apartamento, voy a necesitar el alquiler de dos meses y una fianza. Y mi hijo va a nacer dentro de cuatro meses.
Eugenia había mencionado algo sobre un lugar en el que Lali podría vivir, pero no habían concretado nada. Peter esperó que Euge pudiera solucionar también aquel tema.
— Lo primero es lo primero. Euge me dijo también que deberías encontrar un médico inmediatamente. ¿Tienes idea de quién quieres que te vea? —le preguntó. Lali se encogió de hombros—. ¿No lo sabes?
—Tal vez el doctor Hatcher...
—Por lo que he oído, es un borracho.
— Bueno, pues, a menos que se haya mudado otro médico al pueblo, no tengo mucho donde elegir. Y yo no puedo ir a Boise. Mi coche es demasiado viejo como para hacer repetidamente ese trayecto.
—Tal vez haya alguien del salón que pueda llevarte cada vez que tengas una cita o que te preste su coche —sugirió él. Estaba dispuesto a prestarle el coche de Hatty. Él tenía su furgoneta y su Harley. Sin embargo, estaba tratando de desaparecer de la vida de Lali...
—Hatcher no puede ser tan malo. Me trajo a mí al mundo y creo que me dejaría pagarle poco a poco...
Lali ya estaba teniendo problemas con su embarazo. Peter no podía consentir que corriera ese riesgo. No obstante, lo que Lali hiciera o dejara de hacer no era asunto suyo. Aunque le resultó muy difícil, cerró la boca y aparcó delante de Saba, la única tienda de ropa y de zapatos del pueblo.
Sentada frente al imponente escritorio de Pablo rodeada de caros objetos y de fotografías enmarcadas de los caballos del rancho que habían recibido un premio, Lali esperaba que Pablo terminara la llamada de teléfono que los había interrumpido al poco de que ella llegara. Pablo colgó a los pocos minutos y le dedicó una sonrisa.
—¿Dónde estábamos?
— Estábamos hablando... de mi horario — dijo ella, recordando con dificultad de qué habían estado hablando.
Se había distraído pensando en los tiempos en los que había seguido a Pablo por todas partes. Había envejecido un poco. Las líneas de expresión que enmarcaban sus ojos y su boca eran más pronunciadas, pero no disminuían en absoluto su atractivo.
— Eso es. Del horario. Podrías hacer un horario normal, digamos de ocho a cuatro. O también podrías venir un poco más tarde, si lo prefieres.
—Creo que de nueve a cinco sería un poco mejor. Así tendría algo más de tiempo por las mañanas, en caso de que haya nieve en la carretera. Además, aún no estoy segura de dónde voy a vivir, pero el rancho está bastante lejos de la ciudad. No es que me importe conducir...
—¿No te lo ha dicho Eugenia?
— No.
— Ha reservado una de las cabañas para que vivas allí. No tendrás que tomar el coche para venir a trabajar.
—¿Qué cabañas?
—Las cabañas que construimos hace un año principalmente son para los vaqueros que contratamos durante la época de cría, pero...
—¿No se acerca pronto la época de cría?
—Sí, pero estoy seguro de que nos las arreglaremos.
—¿Cuánto es el alquiler?
—No te preocupes de eso. Es parte de tu sueldo.
—¿Vas a pagarme quince dólares a la hora y, además, me vas a proporcionar un lugar en el que vivir? ¿Lo único que voy a hacer es ayudar a la persona que ya se ocupa de contestar tus llamadas y de archivar tus documentos y hacerlo según el horario que sea mejor para mí? — preguntó, incrédula.
— Así es, al menos durante los próximos meses.
— Hasta que tenga el niño, ¿verdad? —dijo ella. Pablo no pareció sorprenderse en absoluto.
— Supongo que, después de eso, preferirás volver a la peluquería, ¿no?
Lali supo que él estaba esperando que la respuesta fuera sí. De repente, sintió un fuerte dolor en el estómago, que le recordó a los dolores de parto que ya había sufrido.
— Esta no es una entrevista de trabajo — dijo.
—¿Cómo dices?
—Es un regalo.
—No es exactamente un regalo, Lali. No hay razón alguna para que lo consideres de ese modo. A nosotros siempre nos viene bien la ayuda extra y, con un bebé de camino, tú... Bueno, no es ningún problema dejar que vivas en una de las cabañas hasta que puedas salir adelante.
—¿Quién te pidió que me contrataras?
— Nadie.
Lali lo miró de un modo que le hizo reconsiderar su respuesta.
— Está bien. Peter se lo mencionó a Euge. Ella me llamó a mí, pero no me importa. De verdad. Ni a Nico tampoco. Demonios, estoy seguro de que Delaney y Conner dejarían que te alojaras en el hotel si así lo prefieres.
Lali cerró los ojos. ¿Tenía que verse humillada delante de todos los que habían significado algo para ella?
—Gracias por la oferta —dijo, levantándose con tanta dignidad como pudo reunir—, pero me temo que no voy a poder aceptar.
— Eugenia me dijo que no tenías más opciones — replicó Pablo muy sorprendido—. ¿Qué vas a hacer?
— Voy a salvar todo lo que pueda del respeto que debo sentir por mí misma. De repente, volvió a sentir el agotamiento que la había mantenido en la cama
cada vez que había tratado de levantarse. A pesar de todo, consiguió mantener la cabeza bien alta y marcharse del despacho. Encontró a Peter apoyado contra su furgoneta.
—¿Cómo te ha ido? —le preguntó.
Por el modo en el que se sacó el palillo de la boca y se irguió, Lali supo que
Peter sospechaba que algo había ido mal.
—Tal vez pase algún tiempo antes de que pueda pagarte estas botas nuevas.
—¿Qué significa eso?
— Esto no va a funcionar.
—Pero si tenías el trabajo antes de venir a la entrevista.
— Precisamente por eso —replicó ella. Entonces, se metió en la furgoneta y cerró la puerta. Peter hizo lo mismo.
— Entonces, ¿cuál es el plan? —quiso saber él mientras se disponían a salir del rancho.
Lali lo había estado pensando. Respiró profundamente y lo miró.
—Quiero hacer un trato contigo.
Peter detuvo el coche inmediatamente.
—¿Qué trato es ése?
—No tengo dinero y no tengo un lugar en el que alojarme.
— Acabas de rechazar la oportunidad de tener ambos —señaló él.
Lali esbozó un gesto de dolor y miró por la ventana unos segundos antes de volver a mirar a Lali.
— Dejar que me compraras estas botas fue ya bastante duro para ti. No podía... Dime una cosa, ¿podrías aceptar tú tanta caridad?
— Yo nunca he estado embarazado ni he tenido que dejar de trabajar en lo que trabajo normalmente.
—¿Sí o no?
—¿Qué me ofreces?
— Si me dejas quedarme en tu casa, yo me ocuparé de las comidas, de la limpieza y de lavaros la ropa a Stefano y a ti para pagar mi alquiler.
—¿Cómo puedes hacer todo eso sin poner en peligro al bebé?
— Lo haré poco a poco, descansando y con cuidado de no excederme.
—¿Y ése es tu plan?
— No del todo, pero... pero me temo que no te va a gustar la segunda parte.
— Tú dirás —replicó Peter. Ni siquiera estaba seguro de que le gustara la primera.
— Necesito un ordenador. Quiero que me ayudes a vender el Cadillac para que me pueda comprar uno y pagarte por las reparaciones que has hecho.
— ¿Quieres un ordenador en vez de un coche?
— Si
— ¿Para qué?
— Para que pueda empezar a trabajar desde casa.
—¿Desde mi casa?
— Bueno, sólo será hasta que consiga suficiente dinero para establecerme sola... —susurró ella, mirándose los nudillos.
— ¿De qué clase de negocio estamos hablando?