—¿Y tu padre? ¿Has tratado de ponerte en contacto con él? Tal vez sea más razonable que tu madre.
— Tal vez —dijo Lali, a pesar de que el tono de su voz no sugería esperanza alguna—. Yo... yo me pasaré por la panadería mañana.
— Bien. ¿Qué has hecho hoy? —le preguntó, a pesar de que, más o menos, conocía sus movimientos.
— He ido a buscar trabajo.
—¿Has ido al salón de belleza?
— Me pasé esta tarde. ¿Por qué?
— ¿Estaba allí Eugenia?
— Estuvo durante un rato. Luego, se metió en la trastienda para tomarse la temperatura. Entonces, se marchó corriendo para ir a buscar a Nico.
Otra vez la historia del niño. Eugenia no se rendía, a pesar de que, cada vez que no funcionaba, se deprimía un poco más.
—¿No te dijo que pensaba volver a contratarte?
— Estuvimos hablando sobre ello.
—¿Y?
— Creo que prefiero trabajar en algo diferente.
— ¿Por qué? —gruñó Peter. Por lo que parecía, no tenía dinero. No creía que fuera el momento de que Lali fuera tan selectiva.
—Tal vez necesite un cambio.
— Mira, Lali. Esta mañana remolqué tu coche hasta el taller y he conseguido que arranque, pero...
— ¿Cuánto te debo por eso? —quiso saber ella, con un gesto de preocupación.
— Seiscientos dólares —contestó él. El rostro de Lali esbozó un gesto de dolor—. Y eso es dándote un buen precio —añadió — . He tenido que reconstruir todo el motor. A mi mejor mecánico le llevó casi todo el día y yo he estado trabajando un rato en él esta noche. Todavía no hemos terminado. Estoy esperando que me manden otra pieza.
—Te agradezco mucho tu esfuerzo, pero tú ni siquiera me preguntaste si... si quería que lo arreglaras.
—¿Y qué pensabas hacer? ¿Dejarlo en el arcén de la carretera?
—No, yo... Supongo que todavía no lo había decidido.
El silencio cayó entre ellos. Durante unos instantes, lo único que se oyó fue la voz de Stefano hablando con Bruiser en la cocina.
— Si quisiera venderlo, ¿cuánto podría sacar por ese coche? —preguntó Lali tras unos segundos.
—No lo sé —dijo Peter. No podía darle una cifra exacta, pero sospechaba que no sería mucho.
— Bueno, probablemente ya no vale los cuatro mil dólares que pagué por él, pero, en cuanto lo venda, te daré tu dinero.
— No pienso dejar que vendas el coche — afirmó él.
— Si no lo hago no podré pagarte... — Peter había soñado cientos de veces con volver a encontrarse con Lali. Ella le había hecho mucho daño cuando se marchó, por lo que le había parecido que no habría nada mejor que encontrársela arrepentida y sin dinero. Sin embargo, no sintió satisfacción alguna, sólo ira, dirigida tanto a Amadeo como a ella. Tal vez él no tenía la familia de Amadeo, ni sabía hablar tan bien, pero él jamás hubiera permitido que a Lali le faltara nada.
—¿Qué ocurrió en San Francisco? ¿Por qué no se ha ocupado Amadeo de ti?
—Estás muy chapado a la antigua —replicó ella—. Yo no necesitaría que nadie se ocupara de mí si no fuera porque estoy embarazada. Estaba trabajando en un buen salón de belleza, ganando mucho dinero. Yo era la que pagaba las facturas, pero entonces... entonces me quedé embarazada. Mi embarazo no ha ido muy bien hasta ahora.
—¿Qué significa eso?
—No puedo estar mucho tiempo de pie...
—¿Qué ocurriría si lo estás?
— Podría perder al niño. Por eso no puedo volver a trabajar como peluquera.
— Y no tienes ahorros —suspiró Peter.
— No. Amadeo se aseguró de eso. Casi no esperaba a que yo tuviera el dinero para gastarlo.
—¿Y él no llevaba un sueldo a casa?
— No. Traté de hacer que se pusiera a trabajar, pero... No importa. Estoy segura de que no quieres que te lo cuente.
— ¿Y los padres de Benjamín? —¿Los conoces?
— No, pero, por lo que dicen sus primos, apoyan mucho a su único hijo. Según LeAnn y su hermano Todd, no tuvo que trabajar para pagarse los estudios.
— Sus padres cortaron todo contacto con él unos meses después de que nos fuéramos a San Francisco.
—¿Y por qué hicieron eso después de haberle pagado todo hasta entonces?
—Tenían... tenían sus razones —dijo ella. Inmediatamente, se puso a mirar la televisión, como si no quisiera mirar a Peter.
—¿Y vas a decirme cuáles son?
— Preferiría no hablar al respecto.
— Yo quiero saberlo.
—Muy bien —replicó, con un cierto tono de beligerancia—. Fueron a visitarnos a San Francisco y lo que vieron los desilusionó mucho. En aquellos momentos, Benjamín no era una persona de la que sentirse orgulloso. Además, casi nunca venía a casa y, cuando lo hacía, venía alegre.
—¿Quieres decir borracho?
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me encanta la nove, la empece a leer hoy! mas!!
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