Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

martes, 8 de enero de 2013

Capitulo 2


—No —replicó ella. Entonces, se cubrió un poco más con la capucha—. Todo va bien.
— Pues  a mí  me parece que ese motor no  huele demasiado bien  —dijo. Entonces, se percató de que la mujer tenía unas maletas a su lado.
— Sólo estaba dejando que el motor se enfriara un poco.
Aquella  vez,  al  escuchar  la  voz  de  la  mujer,  Peter  creyó  reconocerla. Recordó  que  el  coche  tenía  matrícula  de  California.  El  no  conocía  a  nadie  en California a excepción de... Dios santo... No podía ser...
¿Lali? —le preguntó, tratando de verle el rostro a pesar de la capucha.
— Sí, soy yo —respondió ella, muy apesadumbrada—. Ahora puedes reírte de mí.
Peter  no  respondió  inmediatamente.  En  realidad,  no  sabía  qué  decir ni cómo sentirse. Sin embargo, reírse de Lali no era lo que quería hacer en aquellos instantes.  Principalmente,  lo  que más  quería  era  marcharse para  no  tener  que volver a verla, pero no podía abandonarla.
—¿Quieres que te lleve a alguna parte?
Lali dudó durante un instante. Entonces, levantó la barbilla.
— No,  no hace  falta. A mi  padre  se le dan  muy  bien  los  coches.  Él  me ayudará.
—¿Sabe que estás aquí?
Si —respondió ella, tras otro momento de duda—. Me está esperando. Se imaginará lo que ha pasado cuando no me presente.
Peter volvió a meterse el palillo en la boca. Una parte de él sospechaba que Lali estaba mintiendo. Otra, la más fuerte, sintió un inmediato alivio por el hecho de que ella fuera el problema de otras personas.
— En ese caso me marcharé. Dile a tu padre que puede llamarme si tiene alguna pregunta.
Con eso, regresó rápidamente a su furgoneta, pero ella lo siguió antes de que pudiera escapar. Con un suspiro, bajó la ventanilla.
— ¿Quieres algo más?
— En realidad, he llegado un poco antes de lo que había planeado y... bueno
—añadió, temblando—, es posible que mis padres no me echen de menos durante un tiempo. Creo que es mejor que acepte tu oferta, si no te importa.
Lali le había dicho que todo iba bien cuando se acercó a ella. ¿Por qué no había podido tomarle la palabra y marcharse? El dolor y el resentimiento que había sentido hacía dos años, cuando ella le dio con la puerta en las narices, amenazó con volver a consumirlo. Sin embargo,  sabía  que tenía que ayudarla. No le quedaba más remedio.
—¿Por qué llevas esas sandalias? —le preguntó.
Me las compré en San Francisco. Son únicas y están diseñadas especialmente para mí respondió ella mientras se miraba los pies empapados   El día en que Benjamín y yo compramos estas sandalias fue el mejor de los últimos dos años. El único día que salió tal y como yo había deseado.
Aquellas sandalias eran un símbolo de sus ilusiones perdidas. Gracias a ella, Peter  también  había  perdido  muchas  ilusiones,  aunque  nunca  había  tenido demasiadas. Sus padres se habían ocupado de ello hacía mucho tiempo.
— Sube —le dijo—. Voy por tu equipaje.
Lali  permaneció   sentada,   sin   hablar,   escuchando   el   zumbido   de   la calefacción y  el rítmico movimiento de los limpiaparabrisas sobre el cristal. De todas las personas de  Dundee,  él era la última a la que había deseado ver. Sin embargo, había sido el primero con el que se había encontrado.
Con las manos en el regazo, observó tristemente los familiares edificios frente a los que estaban pasando. El Honky Tonk, donde solía ir los fines de semana. La biblioteca, en la que trabajaba su amiga Delaney, que ya estaba casada con Conner Armstrong. La tienda de ultramarinos de Finlay-
—¿Tienes frío? —le preguntó Peter.
—No —respondió ella, aunque aún no había entrado del todo en calor—. —Bueno —añadió, esperando aliviar la tensión que había entre ellos- ¿cómo ha ido todo desde que yo me marché?
Vio la cicatriz que le recorría el rostro desde el ojo a la barbilla, recordó de una pelea con navajas según le había dicho él, y el tatuaje que llevaba en el bíceps derecho. Se le movía cada vez que tensaba los músculos.
—¿Peter? —insistió, al ver que él no respondía.
— No finjas que somos amigos, Lali —le espetó él.
— ¿Porqué?
— Porque no lo somos. -Oh...
Lali sabía que Peter siempre había tenido pocos amigos. Consideraba a todos, menos  a Eugenia Suarez desde que se había casado con Nico, con cierta desconfianza. Considerando todo lo ocurrido entre ellos, Lali sabía que no debía sentirse sorprendida. Mientras estuvieron juntos, nunca estuvo completamente segura de que él sintiera algo por ella. La paseaba en su Harley y hacía que se divirtiera mucho,  pero siempre se mostraba distante. Lali, por su parte, siempre había estado segura de que su relación no iba a durar. Entonces, él se había presentado en su casa y le había pedido que se  casara con él. La única explicación que Lali podía encontrar para aquella reacción era que la abuela de Peter, Hatty, acababa de morir. Los dos siempre habían estado muy unidos, por lo  que  Lali sospechaba que la repentina proposición de matrimonio de Peter
tenía algo que ver con su pérdida. Años después, resultaba evidente que él seguía molesto por el hecho de que ella lo hubiera rechazado en un momento tan difícil.
— ¿Giro a la izquierda en 500 Sur? —le preguntó él, después de algunos minutos.
—¿Cómo dices? —replicó ella. Estaba distraída observando la lluvia a través de la ventanilla.
— Tus padres siguen viviendo en el mismo lugar, ¿verdad?
Según  las  últimas  noticias  que  tenía,  así  era,  pero  no  lo  sabía.  No  había hablado con ellos desde hacía dos navidades, cuando ellos le habían dicho que no volviera a llamar.
—  Llevan  en  Lassiter  cerca  de  treinta  años  —  comentó  ella,  con  tanta confianza como pudo reunir—. Conociéndolos, estarán allí otros treinta.
—Me parece que oí que tu padre decía, no hace mucho tiempo, que iba a construir una cabaña a las afueras del pueblo. ¿Han cambiado de opinión?
La aprensión se apodero de Lali. Sus padres aún tenían el mismo número de teléfono Había escuchado la voz de su madre cuando lo había marcado desde una cabina el día anterior. Había querido decirles a sus padres que iba camino de casa, pero le había faltado valor en el último momento.
— Sí, —mintió—. Les gusta vivir cerca de su panadería. Esa panadería es su vida.
 El Arctic Flyer apareció a su derecha, evocando unos dulces recuerdos. Lali
había trabajado allí durante el instituto, porque quería probar algo diferente a la panadería de sus padres. Rompió la máquina de helados el primer día.
Miró  a  Peter.  Los  recuerdos  que  tenía  de  él  no  iban  tan  atrás.  Había escuchado las historias que se contaban sobre él cuando visitó el pueblo durante varios meses cuando tenía unos quince años. Había creado suficientes problemas como  para  que  todos  los  habitantes  de  Dundee  lo  consideraran  un  muchacho problemático.  El  mismo  había  mencionado  algunas  cosas  sobre  aquella  visita, como que robó la furgoneta de Eugene Humphries para hacerla trizas unas horas más tarde. Entonces, Lali sólo tenía nueve años. No había conocido a Peter hasta años más tarde, cuando él se había ido a vivir con Hatty.
—  ¿No  sientes  curiosidad  por  saber  que  he  regresado?  —le  preguntó, tratando de entablar conversación.
—Eso es más que evidente —replicó él, tras mirar las dos maletas de Lali.
—En realidad, probablemente no es lo que estás pensando. San Francisco era fabuloso, en  su mayor parte. Lo que ocurre es que, en el fondo, sigo siendo una chica de campo, ¿sabes? Decidí que San Francisco es un lugar estupendo para ir de visita, pero no para vivir allí.
— ¿Dónde está Benjamín?
—El... él está muy ocupado y no ha podido venir.

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