Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

domingo, 27 de enero de 2013

Capitulo 13


El  teléfono  sonó.  Lali por  fin  se  despertó  a  las  once  de  la  mañana.  En realidad,  había  abierto  los  ojos  antes,  cuando  oyó  que  Peter  y  Stefano se marchaban a trabajar, pero no había sido capaz de levantarse de la cama. No tenía trabajo ni nadie a quien ver. Ni  siquiera sabía si Peter y Peter irían a cenar aquella noche o si se pasaría el día entero sola.
Recordó que Mona se había ofrecido a hacerle la manicura a cambio de un corte de pelo,  pero no tuvo fuerzas para levantarse de la cama. Además, ya se habría  corrido  la  voz  de  que  estaba  embarazada  y  no  sabía  a  quién  podría encontrarse en el salón de belleza. Podría encontrarse con su madre, con la
madre de Mike y Nico, quien no tendría una opinión mejor de ella que la propia Tami, o incluso con la insoportable Merry.
Con un gruñido, se tapó la cabeza con las sábanas. No pensaba responder al teléfono.  Quien  estuviera llamando podía dejar un mensaje en el contestador de Peter. De todos modos, lo más probable era que fuera él.
Después de unos pocos segundos, el silencio volvió a adueñarse de la casa. Lali empezó  a quedarse de nuevo dormida... pero el teléfono volvió a sonar. Comprendió que, si quería tener algo de paz, tendría que contestar. A trompicones, se levantó de la cama y fue lentamente hacia el pasillo.
—¿Sí? —rugió Lali.
— Soy Peter. ¿Dónde estabas?
—Oh... en la ducha —contestó. No quería decirle la patética verdad.
—¿Vas a ir a la panadería para hablar con tu padre?
—Estaba pensándolo —mintió. En realidad, había decidido que sería inútil. Sus padres no se preocupaban en absoluto por ella.
— Pues no lo hagas.
—¿Por qué no?
— Se   me   ha   ocurrido   algo   diferente. Hablaremos sobre ello cuando yo llegue a casa.
— Bien.
Ocultó un bostezo. Se sentía demasiado indiferente para preguntarse sobre a lo que él se  refería y mucho menos preguntárselo a él. Nada de lo que Peter hiciera supondría ninguna diferencia. Ella sola tendría que subsanar el embrollo en el  que  había  convertido  su  vida,  pero  no  podría  hacerlo  en  ese  momento.  Se enfrentaría a ello al día siguiente, cuando se sintiera mejor.
—Llegaré a casa a las seis —prometió él.
— Muy bien. Tendré la cena preparada — dijo ella, pero entonces se fue otra vez a la cama y estuvo durmiendo todo el día.
Cuando Peter y Stefano llegaron a casa, la cena no estaba sobre la mesa. La casa estaba muy oscura y parecía vacía.
—¿Dónde está Lali? —preguntó Stefano.
Peter no oía nada. Ni la radio ni la televisión. No había nadie hablando por teléfono.
—¿Lali? —dijo.
— Se ha ido —sugirió Stefano
Sin poder evitarlo, Peter sintió que la esperanza se adueñaba de él. Tal vez alguien  habría  ido  a  recogerla.  Tal  vez  había  encontrado  otro  lugar en  el  que alojarse  y  un  trabajo  que  no  requiriera  que  estuviera  de  pie.  Si  era  así,  los problemas de ella, que se habían convertido en los de él, se habrían solucionado... Ojalá tuviera tanta suerte.
Se dirigió a la planta superior de la casa y llamó a la puerta del dormitorio de
Lali.
— ¿Hay alguien en casa?
No hubo respuesta. Ya había anochecido y, aunque la puerta estaba cerrada, no se veía luz alguna por debajo.
—¿Lali? —insistió.
—¿La has encontrado? —preguntó Stefano, desde el pie de las escaleras.
—Todavía no —respondió Peter. Entonces, abrió la puerta. Vio que había un bulto en medio de la cama, un bulto que se estaba empezando a rebullir.
—¿Qué? ¿Quién es?
Lali parecía estar completamente adormilada. Cuando consiguió sentarse, parpadeó repetidamente para que sus ojos se acostumbraran a la luz que entraba por la puerta.
—Soy yo —dijo Peter—, aunque, teniendo en cuenta que ésta es mi casa, no debería sorprenderte tanto.
— ¿Peter?
— Así es.
— Dios... —gruñó ella. Entonces, se dejó caer de nuevo sobre el colchón —. Yo pensé  que  simplemente  estaba  soñando  que  estaba  embarazada,  que  no  tenía dinero y que tenía que depender de la piedad de alguien que me odia.
— ¿Qué has hecho hoy?
— Nada.
— ¿Está ahí? —preguntó Stefano, desde la planta de abajo.
— Sí, está aquí. Ve a hacerte un bocadillo, Delbert.
— ¡Qué bien! Está aquí —le dijo éste a Bruiser, como si el animal estuviera especialmente preocupado. Entonces, los dos se dirigieron a la cocina.
—¿Qué hora es? —preguntó Lali. —Las seis y media.
— ¡Las seis y media!
—El tiempo vuela cuando uno se está divirtiendo — replicó Peter, tras sacarse el palillo de la boca—. ¿Qué es lo que te pasa?
— Me he pasado todo el día durmiendo y estoy demasiado cansada como para levantarme — gruñó ella.
— Dime que tiene algo que ver con el embarazo.
— No lo sé. No he estado embarazada antes, pero tampoco me he visto despreciada y sin dinero. Todo esto es nuevo para mí.
— Lo superarás —afirmó Peter.
— ¡Qué fácil resulta decir eso! —exclamó ella, furiosa—. Tú nunca has estado embarazado.
— Pero sí me he visto despreciado y sin dinero la mayor parte de mi vida. Bueno, ¿te vas a levantar?
— No.
— ¿Crees que lo harás dentro de un rato?
— No.
— No estás haciendo que me sienta muy cómodo.
No hubo respuesta. Peter se esforzó por encontrar algo más que pudiera decir o hacer.
—¿Sientes ya que se mueve el bebé? —preguntó, por fin.
Evidentemente, aquella pregunta sorprendió por completo a Lali. Se apoyó sobre un codo y lo miró fijamente.
— Sentí que el bebé se movía por primera vez cuando venía en coche hacia
aquí.
—¿Y qué notaste?
— Bueno —susurró ella, con expresión más dulce — ... como las alas de una mariposa en el vientre. ¿Por qué?
— Porque necesitas recordar ese momento. Mañana, te levantarás por tu hijo
—dijo. Entonces se marchó.
El letargo se estaba apoderando de ella como una droga, incapacitándole un músculo detrás de otro hasta que se sintió completamente paralizada. Llevaba dos noches y un día acostada, pero no le importaba. Estaba más cansada que cuando se había  metido  en  la  cama.  Peor  aún,  tenía  un  aspecto  terrible,  aunque  no  le importaba. Hasta cepillarse los dientes le parecía demasiado esfuerzo.
Alguien llamó a la puerta. Lali no respondió. Se temía que fuera Peter para que se levantara y no quería hacerlo. Necesitaba más tiempo.
Él entró de todos modos, pero no dijo nada. Se detuvo a los pies de la cama. A
continuación, abrió las cortinas y se marchó.
Agradecida  de  que  le  hubiera  dado  un  respiro,  Lali  se  dio  la  vuelta  y observó el  trozo de cielo azul que él había dejado al descubierto. El sol estaba empezando a salir y pintaba el horizonte de un delicado tono anaranjado. Peter le había dicho que se levantaría por su hijo, pero no lo comprendía. Lali no podía levantarse por nada.

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