Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

domingo, 17 de febrero de 2013

Capitulo 34


-¿Estás segura?
-Barbara...
-Mira, Tami. Sé lo que Don y tú sentís sobre este asunto, pero a mí me resulta muy duro no ofrecerle a Lali la ayuda que tú le niegas. Si no fuéramos amigas, habría ido a verla hace mucho tiempo.
-Tú deberías apoyarme a mí. Me muestro firme frente a lo que está bien. ¿Por qué es eso tan terrible?
-Estás intentando decirle cómo debe vivir.
- ¡Es mi hija!
-Tiene veinticinco años.
- ¡Si me hubiera escuchado, no estaría en la situación en la que se encuentra ahora!

Barbara frunció los labios con desaprobación. Evidentemente, tenía mucho más que decir, pero se estaba conteniendo. Tami pensó en marcharse antes de que terminaran discutiendo, pero las dudas que estaba teniendo hicieron mella en su resolución. Apartó los libros y se encaró con su amiga.
-Vamos, Barbara. Dime lo que estás pensando.
-De acuerdo. Sólo me estaba preguntando adónde crees que esto va a llegar.
¿Qué quieres decir?
-¿Qué bien puede salir de la postura que habéis tomado?
-Tal vez Lali nos escuchará la próxima vez.
-¿La próxima vez? Por muy difícil que te resulte escuchar esto, Tami, el papel que representas en su vida ha cambiado. Ahora que es mayor, tienes que apoyarla de un modo diferente.
-¡Resulta muy fácil decir eso! Tú no tienes que enfrentarte a una hija que ha arruinado su vida, ni tampoco tienes que hacerlo para conducir por buen camino a un adolescente de catorce años. Tus hijos ya son todos adultos y les va fenomenal.
-Todos hemos tenido momentos malos, Tami. Tú sabes eso mejor que nadie. Mis hijos  tuvieron muchos problemas mientras crecían. Además, yo creí que me iba a morir cuando Nico  me dijo que se casaría con Eugenia. Sin embargo, yo deseaba tener relación con mis futuros nietos, así que tuve que confiar en él. Y me alegro de haberlo hecho. Eugenia es una buena mujer. No la cambiaría por nadie.
-Entonces, ¿crees que me debería olvidar del hecho de que Lali va a tener un hijo fuera del vínculo del matrimonio y darle la bienvenida con los brazos abiertos?
-Mira, Tami. Lo único que te estoy diciendo es que todos cometemos errores. Algunas veces,  hay que echar una mano a los que amamos y darles un poco de espacio para que aprendan las lecciones por sí solos.
Tami  recordó  la  imagen  de  Lali  en  el  porche  bajo  la  lluvia.  En  aquel momento, se había sentido tan desilusionada, tan furiosa... Se había asegurado que estaba en lo cierto al rechazar a Lali. Ya no estaba tan segura.
La  noche se extendía  por delante de Peter,  tranquila  y  solitaria.  Estaba demasiado  agotado  para  regresar  al  taller,  pero  tampoco  podía  dormir.  Hizo algunas tareas en la casa y entonces, incapaz de encontrar nada más que hacer, se sentó a ver la televisión durante media hora antes de subir las escaleras para irse a la cama. Stefano se había acostado hacía varias horas, pero Bruiser abrió la puerta del dormitorio al oír que Peter subía. Entonces, el animal lo siguió a la entrada de la habitación de Lali.
Mientras  acariciaba  la  cabeza  del  perro,  contempló  la  cama  y  la  cómoda vacías. Vacía era precisamente la palabra que mejor describía la granja en aquellos días.
-¿Ves? Por fin nos hemos librado de ella. Ahora, la vida podrá regresar a la normalidad, ¿verdad, Bruiser?
El perro inclinó la cabeza y lo miró de un modo como si se apiadara de él. Al ver el gesto de Bruiser, Peter se echó a reír.
-Dios, tú también...
Se dispuso a marcharse, pero, de repente, algo que había debajo de la cama le llamó  la  atención.  Se acercó  y  se dio  cuenta  de que era  el  canto  de un  libro. Evidentemente, Lali se  había olvidado de algo. Suponía que sería uno de sus manuales de informática, pero cuando lo sacó, vio que era un libro de la biblioteca sobre bebés.
-¿Qué te parece? -le preguntó a Bruiser mientras le enseñaba la portada.
El  perro  bostezó.  Evidentemente,  no  se  sentía  demasiado  impresionado. Peter, por  su  parte, tenía mucha curiosidad. Se sentó en la cama y lo estuvo hojeando. Miró las  fotografías. Algunas eran de mujeres embarazadas, otras del parto. Sin embargo, las que más le  gustaron fueron las que mostraban cómo se desarrollaba el bebé. Lali estaba de siete meses.  Según el libro, un feto de siete meses pesaba un kilo y medio y podía abrir y cerrar los ojos. El cerebro se le estaba desarrollando con mucha rapidez y era un ser consciente. El libro indicaba  que hasta podía reconocer la voz de su madre. Peter nunca se había imaginado que un feto de  siete meses estaría tan desarrollado. Lo de ser padre tampoco estaba entre sus objetivos, pero hasta eso parecía estar cambiando. Recordó el momento en el que colocó las manos sobre el  vientre de Lali y se sintió como si formara parte del círculo que constituían ella y su bebé. En realidad, no era parte de nada.
-Al diablo -gruñó.
Cerró el libro de un golpe. Estaba levantándose para salir de la habitación cuando comenzó a sonar el teléfono. Miró el reloj y se dio cuenta de que eran casi las dos de la mañana. ¿Quién podría estar llamando a aquellas horas de la noche?
-¿Sí?
-Hoy en visto a Stefano en el pueblo.
La persona que llamaba tenía una voz ronca y muy suave, tanto que casi no se podía escuchar.
-¿Cómo?
-Puede que no quieras que tu pequeño retrasado vuelva a ir solo por ahí, Peter. El pobre podría volver a hacerse daño.
-¿Quién diablos eres?
-Sé que te encantaría saberlo -comentó el aludido, con una carcajada.
-John, si eres tú, eres un canalla mayor de lo que había pensado.
-Ten cuidado, Peter. Tal vez te lleves una sorpresa.
-Reúnete conmigo ahora mismo en el parque -le dijo Peter-. Ya veremos quién se lleva una sorpresa.
-¿Acaso quieres volver a la cárcel? -le preguntó el desconocido, entre risas.
-Lo que te aseguro es que te arrancaré la cabeza sólo porque mires mal a
Stefano.
-Vaya, vaya... Menudo genio. Veo que las clases para controlar tu ira no te están sirviendo  de nada. Conmigo hicieron maravillas. ¿No lo ves? -le espetó el desconocido, entre más risas. Entonces, colgó.
Peter permaneció mirando el teléfono. Estaba seguro de que era John Small. Tomó la guía, buscó el número de John y marcó. Contestó una voz de mujer muy somnolienta.
-¿Está John?
-¿Quién es?
-Peter Lanzani.
-¿Por qué llamas tan tarde, Peter? Si no dejas en paz a mi marido vamos a conseguir una orden de alejamiento.
-Sólo permíteme que hable con John.
-No está en casa -repuso ella, después de una pausa.
-¿Dónde está?
-¿Cómo quieres que lo sepa? A mí no me informa de sus movimientos. Peter soltó una maldición.
-Cuando hables con él, dile que lo estoy buscando -dijo. Entonces, colgó.

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