Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

domingo, 19 de mayo de 2013

Capitulo 10


Habría dado cualquier cosa por hablar con la doctora Bay y decirle unas cuantas palabras sobre su brillante idea de contratar a Brody. Sin embargo, ya no tenía remedio. Había cometido el error de no hacer caso a Peter, quien había insistido una y mil veces en que no lo hiciera. Para ella, era una posibilidad de librarse de sus miedos. Para él, una simple situación de peligro.

Por supuesto, Peter tenía razón. Estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones y olía las complicaciones a distancia. Pero Peter era mucho más que un guardaespaldas frío y calculador. También era los libros que le gustaban, la música que escuchaba. Hasta en los novelistas rusos había amor, esperanza y cariño.
En cierta ocasión, le había preguntado por su canción preferida. Tuvo que insistir mucho para que se lo dijera, y fue la única vez que lo vio ruborizado. Al principio insistió en que era Highway to hell, de ACDC, pero al final confesó que prefería Claro de luna, de Debussy. También era una de las preferidas de ella, quién preguntó por qué le avergonzaba. El respondió que no le parecía un tema apropiado para un hombre y a ella le pareció enormemente divertido.
Al recordarlo, sonrió. Estaba a punto de morir asesinada y ella sonreía al recordar una anécdota con Peter.
Pero suponía que el verdadero Peter no se parecía mucho al hombre que había construido en su imaginación. El suyo era tan perfecto, que Peter no podría estar a la altura. E intento consolarse pensando que, en cierto modo, era mejor que la mataran allí, antes de sufrir una decepción.
Se apartó las lágrimas y se secó la mano en la manta. Quería acostarse con él. Aunque sólo fuera una vez. Ella seguiría soñando con su hombre perfecto, pero al menos habría disfrutado de su cuerpo real. Se había acostado tantas veces pensando en Peter que necesitaba hacer el amor con él, sentirlo con ella, besarlo.
Apenas sabía besar. Graydon, el único hombre con el que se había acostado, no besaba bien. Lo hacía sin sutileza alguna, sin miramientos. Pero Lali estaba segura de que un beso de verdad debía de ser otra cosa. No sabía por qué. Tal vez por los libros que había leído o por las películas románticas. Si tanta gente disfrutaba con ellos, sería por algo.
Sin embargo, aquellos pensamientos no le servían de nada en su situación. Lo mejor que podía hacer era morir con cierta dignidad. Y esperar que su padre sobreviviera a la terrible experiencia.


A Ed Martini le daba igual arrojar dos cuerpos o tres por la borda. Sólo quería el dinero y marcharse de la ciudad; por lo menos hasta que Sheila dejara de protestar sobre su pensión. Podía librarse de ella, pero Sheila se había cubierto las espaldas y la policía se arrojaría sobre él si le ocurría algo malo.
Se quedaría con los cinco millones y se marcharía de vacaciones, tal vez a Saint Thomas o a los Cayos de Florida. Luego volvería y le daría su dinero a la maldita bruja.
Ed miró al individuo que estaba atado a la silla. No sabía quién era, aunque le resultaba familiar. Suponía que sería un detective a sueldo de Sheila.
—¿Te pasa algo?
Ed se giró y vio que Jazz le daba un golpe en el hombro a Charlie, que parecía a punto de sufrir un infarto.
—¿Te pasa algo? —insistió Jazz.
—No, nada. Pero me gustaría saber cuándo recibiremos el rescate.
Jazz le dio otro golpe, pero Charlie parecía más preocupado por el tipo al que habían atado que por él.
Ed se recostó en el sofá de cuero y pensó que le pediría al cocinero que preparara algo de cenar. Tal vez un poco de salmón.
—Quítale la cartera, Jazz.
Jazz, la única persona en quien podía confiar realmente, se acercó al hombre atado, le quitó la cartera y la abrió.
—Se llama Peter Lanzani.
Al oír el nombre, el aludido alzó la cabeza y gimió.
—Eh, Charlie... ¿puedes hacerme el favor de explicar por qué hemos descubierto a un tipo armado que lleva tu mismo apellido?
—Bueno, yo...
—Yo soy el que le contó lo de Lali.
Ed miró al hombre que evidentemente era su hermano. Al margen de la sangre que le manchaba la cara, parecía mucho más inteligente que Charlie. Aunque una patata habría sido más inteligente que Charlie.
—Así que fuiste tú. ¿Y qué le dijiste exactamente?
—Que era multimillonaria. Que estaba planeando un secuestro falso y que haría bien si aprovechaba la ocasión y la raptaba.
—Ya. ¿Y por qué sabías eso?
—Porque soy su guardaespaldas.
Ed sonrió. Coincidía con lo que le había contado Charlie.
—Muy bien. Así que se lo contaste y él me lo contó a mí —dijo Ed. —Gran trabajo. Pero me temo que ya no os necesito.
—Eh, espera un momento... —intervino Charlie. —Se supone que tengo que ayudarte con el rescate. Es lo que dijiste. Que te ayudaría y que después estaríamos en paz. Además, yo no te debo cinco millones de dólares, Ed, te debo mucho menos. Díselo, Jazz.
Jazz se acercó al sofá de cuero y se sentó junto a su jefe.
—Lo que le pase a su hermano me da igual —declaró Jazz, en voz baja. —Pero Charlie todavía nos puede servir para algo.
Ed respondió con voz igualmente baja.
—¿Para qué?
—Cuando matemos a los demás y nos quedemos con el dinero, nos aseguraremos de que la policía siga la pista de Charlie. Y antes de que lo atrapen, sufrirá un accidente —explicó. —Nadie nos podrá asociar con el secuestro.
Ed pensó que Jazz merecía el sueldo que ganaba. Tal vez pareciera un desarrapado, pero era muy astuto.
Asintió y se giró hacia Charlie.
—Tranquilízate, hombre, sólo estaba bromeando. ¿Verdad, Jazz?
—Sí, sólo estaba bromeando.
—Por lo menos, en lo tocante a ti. Pero estarás de acuerdo conmigo en que tu hermano es un estorbo en estas circunstancias.
Charlie miró a su hermano y a los dos hombres. Estaba muy nervioso y parecía a punto de vomitar.
—No es necesario que lo matemos. A fin de cuentas, fue él quien me lo contó. No estaríamos aquí de no ser por Peter.
—Eso es cierto, Charlie, pero se ha presentado en mi casa con una pistola —observó Ed. —Una actitud muy desconsiderada por su parte.
—No tenía mala intención. Te lo juro, Ed. No pretendía ofenderte.
Ed suspiró.
—Ya es tarde para disculpas —dijo, mirando el reloj.
Faltaba poco para las ocho y media. No le extrañaba que tuviera tanta hambre. Se giró hacia la derecha y pulsó el intercomunicador para hablar con Pauly, quien hacía las veces de cocinero.
—¿Pauly?
El hombre tardó unos segundos en responder.
—¿Sí, jefe?
—¿Ya has preparado la cena?
—Estará en diez minutos, jefe. ¿Te apetece algo especial?
—Sí, salmón.
—De acuerdo.
—Ah, Pauly, y prepara suficiente para...
Ed se detuvo, miró a Charlie y deseó que el muy cretino se lavara la cara. Pero tenía que comer. Y también Jazz. Y por supuesto, la mujer; es posible que la necesitaran antes de recibir el rescate.
—Prepara suficiente para cuatro personas, ¿entendido? —añadió.
—Por supuesto, señor.
Quitó el dedo del intercomunicador e hizo un gesto hacia el pequeño frigorífico. Jazz no necesitó nada más; se acercó, sacó una cerveza, la abrió y la sirvió sobre un posavasos. Después se volvió hacia el equipo de televisión que estaba delante de la mesa. Había cuatro pantallas. A Ed le gustaba mantenerse informado, sobre todo en lo relativo a su dinero. Y gracias a la comunicación por satélite podía viajar en barco a donde quisiera y estar en contacto permanente con Ronnie, su hijo mayor, que se encargaba de los aspectos más básicos y diarios de sus negocios.
Echó un trago de cerveza y eructó. Acto seguido, se giró hacia Jazz.
—Mátalo.
Jazz sonrió y sacó el arma. Era una pistola de cuarenta y cinco milímetros, un regalo de cumpleaños de su padre.
—No le conté todo —dijo Peter.
—No intentes...
—No le conté a Charlie lo del dinero de verdad —insistió. —Lo que habéis pedido por el rescate es simple calderilla. Sé cómo podríais conseguir cincuenta millones libres de impuestos. Todo un tesoro.
—¿Cincuenta millones?
Jazz se acercó y le golpeó en la cabeza.
—Espera un momento, Jazz —intervino Ed. —¿Qué intentas decirme, Lanzani?
—Esa mujer vale diez veces más, pero el dinero del que te hablo está en una cuenta bancaria de las islas Caimán. Si la matas ahora, sólo conseguirás cinco millones. Si consigues el número de su cuenta, podría transferirte cincuenta. Sin preguntas y sin impuestos de ninguna clase.
—¿Y qué ganarías tú?
—¿Crees que me apetece trabajar de guardaespaldas de una niña rica hasta el fin de mis días? Con doscientos mil dólares podría vivir como un rey en las islas Caimán.
Ed se inclinó hacia delante. Había llamado su atención.
—Lali, sé que me lo has dicho para salvar la vida. Pero ahora que lo sabemos, ¿qué me impide matarte?
—Que soy el único que puede conseguir ese número de cuenta.
—¿Ah, sí? Dudo que la chica te lo diga.
Peter sonrió.
—No lo dudes. Está enamorada de mí.


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