Lali tocó a Peter en el hombro. Llevaba varias horas inconsciente y la hinchazón era tan prominente, a pesar de los paños húmedos, que temía que el golpe en la cabeza hubiera sido grave.
Poco después de que lo arrojaran a la cama, el barco levó anclas y se hizo a la mar. No sabía si se dirigían a las islas Caimán o simplemente al mar para arrojar sus cadáveres a los tiburones, pero viajaban deprisa. Ya era de día cuando miró por la portilla, y no vio tierra por ninguna parte.
Deseó que Peter se despertara.
Pensó en lo sucedido durante la noche. Tal vez no hubiera sido la mejor experiencia sexual de Peter, pero sí de ella. Ahora quería sobrevivir a toda costa. No sólo estaba decidida a superar sus miedos, sino a dar una oportunidad a su relación con Peter y ver lo que sucedía.
Pero aquellos pensamientos le parecían absurdos. Estaban secuestrados y él, herido. No tenía sentido que se preocupara por el futuro cuando cabía la posibilidad de que los mataran esa misma noche o una semana después, cuando firmara los documentos de la cuenta bancaria. No tenía sentido a no ser que Peter consiguiera salvarlos.
Prefería aferrarse a la esperanza. A fin de cuentas, su padre había contratado al mejor de su profesión. Y era muy bueno, porque de lo contrario no la habría encontrado ni habría llegado al barco. Su primer plan de fuga había fracasado, pero eso no quería decir que no tuviera éxito con el segundo. Al menos lo había intentado.
Las cosas se estaban complicando. Sin embargo, Ed Martini tendría que atracar en alguna parte para conseguir combustible si tenía intención de llegar a las islas Caimán. Y ellos tendrían otra oportunidad.
Contempló su cara, sus largas y oscuras pestañas, sus labios increíblemente perfectos para ser un hombre, su nariz. Era tan atractivo, que se deprimió. Un hombre como él habría estado con mujeres fabulosas, mucho mejores y más interesantes que ella.
Al recordar sus palabras, se estremeció. No sabía si le había dedicado todos esos cumplidos sólo por tranquilizarla, pero eran lo más bonito que había escuchado en su vida. Tanto, que suspiró como una quinceañera.
Pero tenía derecho a comportarse como tal. Había desperdiciado años y años por culpa del miedo y, a pesar de ello, la habían secuestrado. Al menos, ahora no se arrepentiría de lo que había hecho. No lamentaría haberse acostado con él.
Necesitaba que se recuperara. Se sentía con fuerzas de soportar cualquier cosa si Peter estaba a su lado.
El gimió en ese momento. El golpe le dolía, pero eso era una buena señal.
—¿Peter?
—¿Qué ha pasado?
Peter entreabrió los ojos con dificultad.
—Te han golpeado.
—¿Con qué? ¿Con un frigorífico?
—No lo sé. Te trajeron hace un buen rato, al alba, aunque no estoy segura de la hora. Te arrojaron a la cama y dijeron que la próxima vez que intentes escapar no serán tan amables contigo —respondió.
Peter intentó alzar la cabeza, pero no pudo.
—Sí, han sido muy amables —bromeó.
—Y tú muy valiente al intentarlo. Espera... voy a refrescar el paño.
Lali tomó el paño azul y lo llevó al cuarto de baño. El agua estaba muy fría, pero habría preferido un poco de hielo.
Cuando regresó, notó que Peter no se había movido ni un milímetro. Le aplicó el paño con sumo cuidado, pero a pesar de todo le hizo daño.
—¿Soy yo o es que nos estamos moviendo?
—Levamos anclas al amanecer.
Peter se llevó una mano a la frente para comprobar la gravedad del golpe.
—Oh, lo que faltaba...
Lali le acercó un vaso de agua y un analgésico.
—Tómate esto. Te sentará bien.
Él gimió, se incorporó un poco y se llevó varios analgésicos a la boca. Por lo menos, seis.
—¿No te parece que son demasiados? —preguntó ella.
Peter echó un trago de agua.
—Es que la cabeza me duele mucho.
—Entonces, tendrás que comer algo. De lo contrario te sentarán mal al estómago.
—Te agradezco la preocupación, pero el estado de mi estómago es el menor de nuestros problemas en este momento.
—Está bien...
Peter le dio un golpecito en la mano.
—Me alegra que estés aquí, cuidándome. Pero ya he pasado antes por esto. Me recuperaré, no lo dudes.
—Sin embargo...
—Sí, es cierto, tengo que comer. Si nos traen algo, te prometo que no dejaré ni una miga en el plato.
Ella se sentó y acomodó los cojines para mirarlo mejor.
—¿Cómo has conseguido entrar en el otro camarote? No te oí...
—Estabas dormida.
—Eso ya lo sé.
—Digamos que tengo cierta práctica con las cerraduras.
—Pero no sabes cuántas personas hay en el barco. Tenías muy pocas posibilidades de lograrlo —comentó.
—Lo sé. Y lo siento. No debí permitir que las cosas llegaran tan lejos.
—Has hecho lo que has podido.
—No, no todo.
—¿Qué quieres decir?
—De momento, nada. Encontraré la forma de escapar. No dejaré que te hagan daño.
Ella se acercó y le acarició en la mano.
—Lo sé.
Peter apartó la mirada.
—¿Quieres más agua?
—No, estoy bien, iré yo.
—De eso nada. Estás...
—Necesito refrescarme un poco. Y tú deberías cambiarte de ropa. Creo haber visto una camiseta que te sentaría muy bien.
—No sé si...
—Pruébatela. Y dúchate. Te sentirás mejor.
Lali sonrió. Le parecía increíble que se preocupara por ella a pesar de su estado.
En cuanto él entró en el cuarto de baño, ella abrió la cómoda y revolvió la ropa hasta dar con un par de camisetas de hombre que le podían quedar bien. También encontró un bikini que podía servir como ropa interior.
Pero en ese momento recordó que no le quedaba mucho de vida. Y no sabía si quería que encontraran su cadáver con el bikini de otra persona.
Pensó en su padre y los ojos se le llenaron de lágrimas. Había sido demasiado protector con ella, pero siempre se había portado bien y no podía negar que la había querido con todo su corazón.
Pensó en Candela y le dolió tanto como el recuerdo de su padre. Tal vez no fuera de la familia, pero la consideraba su hermana en todos los sentidos. Una hermana verdaderamente buena.
Se sentó en el borde de la cama y se dijo que era una suerte que la doctora Bay no estuviera por allí. Menuda estúpida. Secuestros falsos. La única persona que necesitaba una psicóloga con urgencia era ella.
El enfado con su terapeuta sirvió para aliviar su dolor. Por fortuna, estaba con Peter. De no haber sido por él, ya la habrían matado. Y quería hacer algo para que se sintiera mejor.
Peter pensó que no podía sentirse peor de lo que se sentía. Se suponía que era un soldado, un guerrero, un combatiente, un campeón en su especialidad. Pero mientras se duchaba, revisó lo sucedido durante los dos últimos días y tuvo la impresión de que se había equivocado en todo. Aquello era un desastre. Que empeoraría sustancialmente cuando Lali supiera lo de Charlie.
Sin embargo, tenía que contárselo. Sobre todo ahora, cuando no tenía más plan que esperar a que surgiera otra oportunidad.
Tendría suerte si no le daba una bofetada.
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Maaaaass!! :s
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