Ella suspiró y se apretó contra él, apoyando la cabeza en uno de los cojines.
—Supongo que las cartas están sobre la mesa.
—Sí. Y hasta que te devuelva a casa, será un juego totalmente diferente. Si algo te asusta o te incomoda, dímelo.
—Lo haré.
—Lo digo en serio, Lali. Dímelo. Podemos parar en cuanto quieras. Incluso puedes cambiar de idea y no pasará nada. ¿Comprendido?
Ella asintió.
—En serio, Lali...
—¿Peter?
—¿Sí?
—Te agradezco la preocupación, pero... ¿podríamos seguir con lo que estábamos haciendo? —preguntó ella.
Peter la miró y sonrió.
—Menos mal...
Ella rió, pero sus besos ahogaron las risas. El empezó a explorar su cuerpo en las zonas más íntimas, y como Lali siempre había sido una ferviente partidaria del quid pro quo, decidió dejar las cautelas para otro momento. No se contentó con masturbarlo, ni con acariciarlo suavemente bajo su sexo. Hasta le dio un pellizco en el trasero.
—¡Eh!
—Ssss... calla.
Lali lo besó y él se tranquilizó de nuevo. El camarote estaba en silencio, salvedad hecha de sus gemidos.
Pero nada la había preparado para el momento en que él pasó una mano entre sus muslos, la frotó con delicadeza y metió los dedos en su cuerpo. Sus músculos se pusieron en tensión y su corazón se aceleró, aunque sin pánico alguno. Sólo había excitación y sentimiento de anticipación.
—Oh... —gimió ella.
—¿Te gusta? —susurró.
—Sí...
Lali movía las caderas al ritmo de las caricias de su amante.
—Eres preciosa. Y me vuelves loco...
Ella sonrió.
—¿Yo? No soy yo quien tiene dedos mágicos.
—Lo dudo. Siempre he supuesto que los tienes.
—¿De verdad?
—Por supuesto que sí. No olvides que sé lo que lees. Sé lo que te gusta y lo que te divierte. No eres una persona normal, Lali.
—¿Cómo?
—Que no eres normal.
—¿Debo sentirme insultada?
—No, claro que no. Me encanta que por fuera seas tan correcta y educada. Todo el mundo cree que eres dulce y delicada porque haces lo que se supone que tienes que hacer —respondió.
—Por supuesto.
—Pero yo estaba presente cuantío participaste en aquel debate sobre Historia de O, por si lo habías olvidado. Y he oído tus conversaciones con Candela. Porque tal vez hablaras con ella, pero sabes perfectamente que me estabas hablando a mí.
Ella apretó la cabeza contra el cojín para que no viera que se había ruborizado.
—Oh, Dios mío... ¿era tan obvio?
—No puedo oír lo que dices si murmuras contra el cojín.
Ella alzó la cabeza y repitió la pregunta.
—¿Era tan obvio?
—Sí.
Lali gimió.
—Pero me gustaba —añadió él en voz muy baja. —Cuando volvía a casa, recordaba tu voz y me acariciaba.
Lali se estremeció.
—¿Lo ves? Te gusta jugar. Y no puedes negar que sabías que me excitabas.
Una vez más, ella intentó adivinar si decía la verdad o mentía. Parecía sincero, pero eso no significaba nada. Tal vez lo estuviera diciendo porque podían morir al día siguiente y quería que disfrutara de sus últimas horas. Pero su excitación era innegable. Estaba allí, delante de sus ojos, con su prueba inequívoca. La deseaba.
—¿En qué estás pensando?
—En que te lo has inventado todo para distraerme.
—No es cierto. Pero si lo fuera... Ella sonrió.
—Tienes razón. Distráeme.
—De acuerdo, pero recuerda esto, Lali Esposito: creo que eres una mujer extraordinaria, y no sería capaz de hacerte daño.
Lali se emocionó tanto, que los ojos se le llenaron de lágrimas, pero él no se dio cuenta porque la estaba besando otra vez. Cuando la empujó para que se tumbara de espaldas, ella se dejó llevar y separó las piernas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez. Y cuando lo sintió dentro de su cuerpo, su excitación fue tan intensa, que estuvo a punto de desmayarse.
En algún momento, Peter pasó un cojín por debajo de su cuerpo para elevar sus caderas. De ese modo tenía mejor acceso a ella y de paso frotaba directamente su clítoris. Lali conocía el truco porque lo había leído en alguna parte. Y le pareció muy bien.
Aquel fue su último pensamiento coherente. Peter fue tan apasionado, que trastocó no sólo su mundo sino todos los mundos de la galaxia. Ella ardió por dentro y él tuvo que taparle la boca para que no despertara a todos los habitantes de la costa este.
Jadeando, ardiendo y con los ojos cerrados, notó que le quitaba el cojín de debajo y que la tapaba con la manta. No estuvo segura de si el suave beso en la frente fue real, un sueño o las dos cosas a la vez.
Peter se levantó de la cama y fue directamente al cuarto de baño para que sus exclamaciones no la despertaran.
Se quitó el preservativo y abrió el grifo del agua fría mientras maldecía en todos los idiomas del planeta. Se había contenido muchas veces, pero nunca le había costado tanto. Sería que se estaba haciendo viejo. Viejo e incapaz de contenerse.
Tardó un buen rato en tranquilizarse, y hasta el simple acto de volver a ponerse la ropa le dolió. Había hecho su trabajo. Lali se había dormido. Ahora sólo tenía que asegurarse de que no se despertara en mitad de la fuga.
Se sacó el peine del bolsillo trasero del pantalón y se alegró de que no se lo hubieran quitado. Era útil para quitar esposas, pero también para abrir cerraduras. Y salía muy barato. Había comprado un paquete de cincuenta por cinco dólares.
Se guardó las tijeras y apagó la luz. Saldría, se dirigiría al camarote principal y cruzaría los dedos para que no hubiera nadie vigilando. Sólo necesitaba unos segundos de vigilancia antes de pasar a la ofensiva.
Comprobó que Lali seguía dormida y que no pasaba luz por debajo de la puerta. Estaba oscuro. Justo lo que necesitaba.
Sólo tardó unos segundos en forzar la cerradura con el peine. Salió y cerró a su espalda.
Martini ya no estaba allí. Charlie y Jazz se habían quedado dormidos en el sillón de cuero, así que Peter se dirigió hacia el segundo para quitarle la pistola. Pero no lo consiguió. Cuando estaba a punto de quitársela, sintió un dolor intenso y perdió el conocimiento.
Le seguimos? +10
oh dios mas
ResponderEliminarseguimos seguimos
ResponderEliminarmaaaaaaaaaaaas
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ResponderEliminarotrooo
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