No se durmió hasta que despuntó el alba, y despertó con un sobresalto al oír que alguien daba un portazo.
Cuando abrió los ojos, se encontró ante Peter. Llevaba una camiseta y sus pantalones de chófer, y portaba una bandeja con café y comida. Al verlo, se estremeció y supo que no podría pegar bocado. Pero de todas formas daba igual. No importaba nada. Moriría pronto y ya no tendría que soportar aquella tortura.
Peter dejó la bandeja en la cómoda y se giró hacia ella.
—Lali, tenemos que...
Lali no perdió el tiempo. Se levantó de la cama, caminó hasta el cuarto de baño y se encerró en él.
Cuando terminó de lavarse la cara, cepillarse los dientes y peinarse el pelo, comprendió que no podía salir.
El seguiría allí e intentaría convencerla de que se había comportado de ese modo por su bien, de que no era un ladrón y de que se había acostado con ella porque la encontraba atractiva o, peor aún, porque estaba enamorado de ella como en un cuento de hadas.
Al menos podía sentarse. El inodoro no era la mejor butaca del mundo, pero lo encontraba preferible a mirar a Lali.
Le parecía asombroso que hubiera confiado en él. Estaba visto que necesitaba un psicólogo con urgencia. Pero no la doctora Bay. Cualquiera menos ella. Un buen profesional.
Rió y bajó la cabeza, derrotada. Ya era demasiado tarde para buscar psicólogos.
—¿Lali? —preguntó Peter desde el camarote. —¿Quieres café? Puedo pasarte una taza. No hace falta que salgas.
—No, gracias.
El no dijo nada y ella deseó que las puertas de los cuartos de baño tuvieran mirilla. Le habría gustado saber si seguía allí.
Se levantó, se desnudó y se metió en la ducha. La ducha era el sitio donde se le ocurrían sus mejores ideas, y aquél era un momento más que adecuado para que se le ocurriera alguna.
Rió y se le metió agua por la nariz, así que estuvo tosiendo un rato. Justo entonces, sucedió. No estaba segura de que fuera una idea brillante, e incluso era posible que sólo demostrara su locura. Pero estaba allí y allí se quedó. Todo el día.
Peter miró por el ojo de buey y no se sorprendió al ver la rojiza puesta de sol. No había comido ni bebido nada porque no quería molestar a Lali, que seguía en el cuarto de baño, pero aquello había llegado ya al límite.
Sus problemas personales no eran tan preocupantes como los de Lali. Odiaba haberla puesto en semejante posición, pero no podía hacer nada para arreglarlo. Le había dicho la verdad y no le creía. Tal vez le hubiera creído si se lo hubiera contado un segundo antes de que entrara a ducharse, pero había cometido el error de esperar.
Culpar a Charlie era lo más sencillo. A fin de cuentas, era el principal responsable. Pero él tampoco estaba libre de culpa. Y si se empeñaba en cargar las tintas contra él y responsabilizarlo de todos sus males, perdería la perspectiva de las cosas y su principal objetivo: salvar a Lali. Todo lo demás era secundario.
La puerta se abrió. Lali lo miró y se cruzó de brazos por encima de la camiseta que había encontrado en la cómoda.
Tenía buen aspecto. Sus mejillas habían recobrado el color y parecía algo ruborizada. Su pecho subía y bajaba con normalidad. Tampoco temblaba, aunque parpadeaba más de la cuenta.
—Te diré mis opciones —declaró ella con tranquilidad. —Puedo hacer lo más lógico y racional y no creer ni una sola de tus palabras. ¿Quién más sabía que iba a estar en esa tienda? ¿Quién sabía que Eugenia no podría ayudarme en ese preciso momento? Sólo tú. Y es lógico que me siguieras al barco, porque era tu oportunidad de echarle mano al dinero. También es lógico que metieras a tu hermano en el negocio. El conocía a Martini y podía proporcionar los hombres, el barco y los medios necesarios.
Lali se detuvo un instante.
—Pero por otra parte, y contra toda lógica y racionalidad, puedo creerte. Puedo pensar en las conversaciones que manteníamos en el coche, en lo que disfrutaba con ellas, en que me haces reír, en lo que sentí anoche cuando hicimos el amor. Tal vez me equivoque, y si me equivoco, me moriré de vergüenza. Pero si dices la verdad y mueres... bueno, no me lo perdonaría. Así que me voy a arriesgar.
Ella caminó hasta él y bajó los brazos. Peter la miró y la encontró más bella que nunca.
—Lali, no puedo creer que vaya a decirte esto, pero no me dejas otra opción.
Ella palideció.
—No, no es nada malo, no te asustes. Es que has estado tanto tiempo en el cuarto de baño, que necesito entrar con urgencia...
Desesperado, Peter pasó a su lado a toda velocidad y se metió en el cuarto de baño. Ella lo miró con asombro, se sentó en la cama y estalló en carcajadas.
Cuando Peter salió y vio que estaba riendo, dijo:
—¿Tan gracioso te parece?
—Por supuesto que sí. Pero lamento haberte creado ese problema.
El asintió sin dejar de mirarla.
—¿Y bien? ¿No vas a decir nada? —preguntó ella.
—Sí, un par de cosas.
—Pues adelante.
—En primer lugar, comprendo que no creyeras una sola palabra de lo que te dije.
—Gracias.
—Pensé en darte más explicaciones, pero sabía que no serviría de nada. Lo que has hecho al apostar por mí es un simple y puro acto de fe.
—En efecto.
—Pero quiero compartir contigo lo que sé. Y no son opiniones, por cierto, sino hechos.
—Te escucho.
Peter se puso serio y se sentó a su lado.
—Sé que tienes habilidades que tú misma desconoces, en gran medida porque tu padre y tu psicóloga se han encargado de ocultártelas. Cande también lo sabe, por cierto —declaró. —Pero sea como sea, estoy muy impresionado por lo bien que te has portado en el barco, a pesar de tus ataques de pánico. Deberías estar en las últimas y sin embargo te has recuperado perfectamente. Has tomado una decisión, has decidido luchar, has elegido la vida. Y dadas las circunstancias, no todo el mundo habría hecho lo mismo.
Lali apartó la cabeza porque estaba a punto de llorar. Al parecer, la decisión de creer en él no había sido totalmente estúpida.
—En la cómoda hay algo de comer. Sé que no has probado nada en todo el día...
Ella parpadeó y miró los platos. Había un par de platos con emparedados, zanahoria y unas patatas fritas. En ese momento, le pareció una comida digna de reyes.
Tomó el primero de los platos y le quitó el papel celofán. Peter rió e hizo lo mismo con el segundo. Durante los diez minutos siguientes no hicieron nada salvo comer. El se levantó una vez para alcanzar uno de los refrescos que les habían llevado. Ninguno era bajo en calorías, pero a Lali le dio igual.
Sin embargo, el idilio no duró demasiado.
Peter se limpió la boca con una servilleta de papel y dejó el plato a un lado.
—Estaba asqueroso, pero me ha sentado maravillosamente.
—Y que lo digas —dijo ella.
Cuando se giró hacia Peter, soltó el mayor eructo que había soltado en toda su vida. Se sintió tan avergonzada, que se ruborizó como un tomate y se llevó una mano a la boca.
Peter sonrió de oreja a oreja.
—Parece que mi humillación te divierte mucho...
—Vamos, no es para tanto. Son cosas que pasan.
—Sí, supongo que sí. Pero debería haberme contenido.
—¿Eso es lo que quieres hacer? ¿Contenerte?
—Ahora ya no sirve de nada. Tendría que haberlo hecho hace veinte segundos.
—Está visto que no tuviste un hermano.
Ella negó con la cabeza.
—Tuve a Lisa y luego a Cande. Nada más.
—No es poco, en mi opinión.
Lali sintió un intenso sentimiento de anticipación ante la noche que los esperaba.
—¿No hay ninguna Cande en tu vida?
—No. Tuve algunos amigos en el Ejército, pero eso es agua pasada
—¿Estás seguro de que ya no son amigos tuyos? ¿O es que te sientes avergonzado por lo sucedido y has dejado de llamarlos?
Es todo lo que tengo para hoy, disculpen, ayer me fui a lo de mi abuela y recien llego a mi casa, y voy a salir con mi familia y no se a que hora regresare, pero para mañana hay maraton.
Otroooo
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ResponderEliminarOtro!
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ResponderEliminarMaaaas
ResponderEliminarYa quiero que salhgan
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