Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Capitulo 16


—El hombre que te ha raptado se llama Ed Martini. Es uno de los corredores de apuestas más importantes del país, así que no se arriesgará a perder cincuenta millones de dólares —dijo. —Estaremos bien.
—Hasta que firme los documentos.
—Para entonces ya nos habremos escapado.
—Me gustaría creerte.
—He vuelto, ¿no es verdad?
Ella sonrió.

—Sí, es verdad.
—Pues anímate. Y venga, vamos a cambiarte esa venda.


Nico volvió a mirar la hora mientras conducía lentamente por la calle Sesenta y Cinco. Unos minutos después, estaría en el carrusel de Central Park, y luego debía meter la bolsa con los cinco millones en la papelera marcada.
El trayecto resultó terrorífico. No había conducido un coche en varios años, y la última vez había sido en Inglaterra. Pero no le importó. Por salvar a su hija habría sido capaz de ir andando.
Había obedecido las instrucciones de los secuestradores al pie de la letra, aunque después de la conversación con Cande sabía que alguno de los empleados estaba involucrado en el asunto. Era la única forma de que hubieran sabido lo del falso secuestro. Y tal y como estaban las cosas, todas sus sospechas recaían en Peter Lanzani.
La convicción de Cande de que Peter no sería capaz de hacer daño a su hija sólo era otro clavo en su ataúd. Nico lo había contratado porque se suponía que era el mejor en su profesión, pero al parecer había subestimado el motivo por el que había dejado el Ejército: un asunto oscuro relacionado con su hermano.
Estaba decidido a llegar al fondo del asunto. Y por supuesto, a que los secuestradores de su hija dieran con sus huesos en la cárcel.
Las calles estaban completamente vacías a esas horas de la madrugada; y las tiendas, cerradas. En cambio, el carrusel seguía iluminado. Nico habría preferido que la luz no fuera tan intensa, pero no eran las luces de la entrada al espectáculo, sino las que dejaban de noche para alejar a los drogadictos y a los jóvenes que buscaban lugares oscuros para sus andanzas.
Tenía que llegar a la papelera marcada con la equis roja. No sólo porque las instrucciones lo indicaran, sino porque los cinco millones pesaban bastante y no era un hombre fuerte. En ese momento, deseó haber escuchado al médico cuando le dijo que hiciera ejercicio.
Pero todo eso no tendría la menor importancia si no lograba que liberaran a Lali. No había ahorrado en gastos con ella. Fueran a donde fueran y viajaran a donde viajaran, su seguridad estaba garantizada. Lali era lo único importante para él.
Allí estaba. La equis marcada en una papelera cercana al carrusel. Era grande, pero tendría que hacer fuerza para meter la bolsa dentro.
Aparcó el Cadillac prestado. Staford había insistido en llevarlo, pero Nico quería hacerlo solo. Al menos el Cadillac era más fácil de maniobrar que la limusina. Cuando salió, sacó la bolsa del maletero y miró a su alrededor. No se veía a nadie.
Tomó aliento y empezó a caminar. Al llegar a la papelera, introdujo la bolsa y se sorprendió al notar que caía más de lo esperado. Se asomó, perplejo, y vio que le habían quitado el fondo y que había un agujero que atravesaba el cemento del suelo. Pero lo único que vio Nico fue el fin de su mundo.


Con la venda nueva y el ánimo de saber que no la esposarían durante el resto de la noche, Lali terminó de lavarse en el cuarto de baño y agradeció que les hubieran dado jabón y un par de cepillos de dientes sin usar.
Tenía motivos para alegrarse. Había estado a punto de morir, pero seguía con vida. En realidad, el secuestro no estaba resultando tan terrible como sus peores temores.
Y todo se lo debía a Peter.
Se miró en el espejo y casi no se reconoció. Sus mejillas y sus ojos estaban enrojecidos. No se podía decir que estuviera en el mejor de sus días, y aquello le hizo desconfiar. Cabía la posibilidad de que Peter no la hubiera besado porque la deseara, sino simplemente para tranquilizarla y distraerla. Pero preocuparse por su apariencia en tales circunstancias le pareció tan absurdo, que pensó que debía buscarse otro psicólogo.
En ese momento estaba más preocupada por otra cuestión. No podía permanecer en el cuarto de baño toda la noche. En algún momento tendría que salir, y entonces tendría que compartir la cama con Peter.
Se quedó sin aliento.
Iban a dormir juntos, pero podía ser su última noche con vida y no había nada que preguntarse. Era un hombre de verdad y sus labios eran de verdad. Daba igual que fingiera su cariño, si es que fingía. Mientras la besara, todo estaba bien.
Se estremeció de nuevo cuando la realidad y la desilusión chocaron en su mente. Aquello era muy distinto a lo que había imaginado, y eso que había imaginado muchas cosas. En sus pesadillas, no había descanso, no había ningún alivio para el terror. Y desde luego no había besos ni confianza en que al final, de algún modo, sobreviviría.
Entonces, llamaron a la puerta y su corazón empezó a latir otra vez.
—¿Lali? ¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy bien —respondió. —Salgo enseguida.
Peter necesitaba cepillarse los dientes y prepararse para la cama. Aunque le apeteciera, Lali no podía quedarse allí toda la noche.
Se miró una vez más al espejo y salió.
Peter sonrió al verla. Lali pensó que parte de la confianza que tenía con él se debía a una simple respuesta condicionada. El sólo se quitaba las gafas de sol cuando mantenían alguna de sus maravillosas conversaciones. Y cuanto más tiempo lo miraba a los ojos, más tranquila se sentía.
—¿Necesitas algo? —preguntó él. —Hay ropa en los cajones. Tal vez encuentres algo cómodo para dormir.
La idea de ponerse algo de otra persona no le gustaba demasiado.
—Saldré enseguida. Pero no te preocupes, que la puerta está cerrada. Si alguien intenta entrar, lo sabrás.
Lali miró la puerta y luego a Peter.
—Estaré bien.
—Lo sé.
Un momento después, Peter desapareció en el cuarto de baño y ella se quedó a solas. Pero el camarote no le pareció tan inhóspito como antes.
Caminó hasta la cómoda y abrió el primer cajón. Bikinis, montones de bikinis, tan pequeños que casi se ruborizó. En el segundo cajón había picardías y camisones, pero casi transparentes. No quiso ni preguntarse a quién pertenecerían ni lo que hacían en ese barco.
Sacudió la cabeza. Estaba acostumbrada a las cosas del sexo, aunque no tuviera demasiada experiencia. En el instituto y en la universidad, había respirado un ambiente sano y sin inhibiciones, pero después se había retirado a su mundo de miedos y había empezado a desconfiar de todo. Vivía encerrada en su dormitorio, rodeada de fantasías y de sueños. Y en cierto sentido, eso facilitaba la perspectiva de acostarse con Peter.
Respiró a fondo y cerró los ojos. Imaginó a Peter como un guerrero con botas militares y un arma semiautomática. Después, hizo unos rápidos ejercicios de relajación y se dirigió a la cama.
Si hubiera sabido que la iban a secuestrar, se habría vestido de forma diferente. Desde luego no se habría puesto pantalones de lino, pero era lo que tenía y tendría que aguantarse. En cuanto al día siguiente, ya se preocuparía cuando llegase. Pero estaba el problema de los zapatos.
Eran zapatos de tacón alto, perfectos para ir de compras a tiendas caras e inútiles para la defensa personal, aunque mejor que nada. La idea de dormir con ellos le pareció desconcertante.
En todo caso, no podía hacer nada al respecto.
Apartó los cojines y las sábanas. La manta que les había llevado Jazz no abrigaba demasiado, pero tampoco tenían elección.
Totalmente vestida, se tumbó, se tapó y cerró los ojos. Iba a ser una noche bastante incómoda.
Sus preocupaciones por detalles intrascendentes la hicieron reír. Evidentemente no había caído en manos de unos secuestradores de diseño, con tres comidas excelentes al día y esposas forradas de piel.
—¿Lali?
Abrió los ojos y vio que Peter se había acercado. La risa de Lali había llamado su atención, y era tan contagiosa que se unió a ella.
—¿Se puede saber qué ocurre?
—Nada, que soy una bruta tomo y tomo.
—¿Una qué?
Peter se ruborizó y la miró de un moto tan extraño, que Lali supo que la había malinterpretado.
—¿Qué es lo que has dicho?
—Que soy una bruta. Una bruta, no una pu...
—Ah, menos mal.
A ella le pareció tan divertido, que empezó a reír otra vez. Él se sentó a su lado y sacudió la cabeza con humor.
Era la escena que Lali había soñado tantas veces. Estaban solos, en la cama, en plena oscuridad. Peter era perfecto y la situación se parecía mucho a las que leía en las novelas románticas. Con excepción del peligro, por supuesto. Pero en ese momento era una amenaza lejana e imperceptible.
Antes de que ella pudiera recobrar el aliento, él se tumbó a su lado y la abrazó


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