Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

lunes, 27 de mayo de 2013

Capitulo 25

—No, estoy completamente seguro. Son ellos los que están avergonzados. Es típico de los militares. Prefieren que no llame la atención —explicó.
—Bueno, seguro que haces más amigos cuando termine esto. Si yo no tuviera a Cande...
—Cande es una mujer encantadora —dijo él.
—Eh, Cande es mía, no puedes tenerla —bromeó.

—Vaya por Dios.
—¿Los hombres siempre sois tan previsibles?
—Sí.
Ella sonrió y él sonrió. Lali se dijo que no había cometido un error al confiar en él. Simplemente había elegido la vida.


—¿Ed? ¿Jazz?
Peter llamó a la puerta otra vez y retrocedió al oír que abrían.
—¿Por qué llamas?
—Necesito hablar con Ed.
—Está ocupado.
—No lo dudo, pero necesito hablar con él. Jazz lo miró y suspiró.
—Espera un momento.
Peter sonrió a Lali mientras esperaba. Ella no estaba muy convencida de que su estrategia fuera la más adecuada, pero lo aceptó de todas formas.
La puerta se abrió momentos después.
—Da la vuelta y enséñame las muñecas.
Peter sólo quería hablar con Ed. Le pareció lógico que hubieran renunciado a ponerle las esposas, pero habría preferido algo más cómodo que una cuerda.
Jazz la apretó tanto como pudo y advirtió:
—No hagas ninguna tontería.
—Descuida.
Ed Martini estaba sentado en su sofá preferido. Charlie tenía peor aspecto que el día anterior.
—¿Qué quieres? —preguntó Martini.
—Lali necesita ropa.
Ed rió.
—Y yo más pelo.
—Si vas a llevarla al banco, necesitará algo apropiado. No puede presentarse con lo que tiene —razonó.
Ed miró a Jazz y luego a Peter.
—¿Qué tipo de ropa?
—Hará una lista. Con tallas y diseños.
—Muy bien, dale la lista a Jazz.
—¿Cuándo?
—Esta noche. Y no intentes nada cuando atraquemos. Si nos creas alguna molestia, por pequeña que sea, te mataremos.
—Entendido.
—Entonces, que haga esa lista.
—Ah... a mí también me gustaría pedir un par de cosas.
—¿Ah, sí?
—Sí. No quiero que se arrepienta de estar conmigo. Necesito tener buen aspecto. Y oler bien —afirmó.
—Bueno.
—Y te estaríamos agradecidos si nos dieras más cantidad de comida. Y de bebida. Ed suspiró.
—¿Y no os apetece que os demos unos masajes?
—Venga... La necesitas y me necesitas. No pedimos nada excesivo.
—Anda, lárgate de una vez.
Jazz lo encañonó con la pistola, le quitó la cuerda y lo volvió a encerrar en el camarote. Peter se frotó las muñecas y caminó hacia ella. Estaba mirando por el ojo de buey.
—¿Puedes ver algo?
—No. Es que estaba cansada de mirar las paredes, la cómoda y el tocador.
Peter le acarició la espalda.
—Quiero que hagas una lista de las cosas que necesites. Sé específica. Si quieres una marca concreta, pídela. E incluye ropa. La que te pondrías si tuvieras que ir a una oficina bancaria —explicó.
—¿También puedo pedir maquillaje y productos para el pelo?
—Estoy seguro de que piensan fondear en Miami o en los Cayos, así que pueden comprar lo que haga falta. Pide lo que quieras. Martini es capaz de gastarse veinte de los grandes sin pestañear si cree que va a conseguir cincuenta millones.
Lali no dijo nada. Pero cuando por fin se giró, le dio un beso. No demasiado largo ni demasiado apasionado. Sólo una insinuación de lo que estaba por llegar.


Cuarenta minutos después de que Jazz recogiera su larga y hasta cierto punto embarazosa lista, llamaron a la puerta. Peter le pidió que se pusiera en el extremo opuesto de la habitación por simple seguridad. Era Jazz otra vez, y llevaba una bandeja. Peter la tomó y el hombre bajo desapareció.
—Vaya... langosta y vino.
—Parece que me ha hecho caso —dijo él.
—Eres un hombre de grandes habilidades, no hay duda.
—¿Quieres comer, o prefieres hablar?
Ella sonrió y los dos se sentaron en la cama. Cenar allí, junto a Peter y con un buen vino, se le hacía muy extraño. La aventura estaba resultando interesante, aunque no en el sentido que esperaba.
Todavía sentía el miedo en sus venas, pero podía superarlo. Tal vez fuera eso lo que buscaba la doctora Bay. No la experiencia de un secuestro real, sino el pánico, la conciencia de que podía morir en cualquier momento y de que, en consecuencia, cada minuto de vida era un minuto precioso.
—Eh... —dijo él.
Lali no se había dado cuenta de que estaba con la mirada perdida.
—Oh, lo siento.
—No hay nada que sentir. Pero me gustaría saber lo que estabas pensando.
—Nada en particular... Por cierto, este vino está muy bueno.
—Seguro que no estabas pensando en vinos —se burló. —Pero si no quieres decírmelo, lo comprenderé.
—Está bien... Pensaba en mi capacidad de hablar, de comer, de sonreír, de dormir. En esas cosas. Nunca habría imaginado que podía sobrevivir a esta experiencia.
—Los seres humanos somos criaturas muy flexibles.
—Es posible que la idea del secuestro no fuera tan mala. Me refiero al secuestro falso, claro, no a estos canallas.
La expresión de Peter se volvió sombría.
—No, no era una buena idea. No me gusta que te pongas en peligro.
—Pero ha servido para que reaccione.
Peter apartó la mirada.
—Peter que había otro método.
Lali dejó la copa de vino en la bandeja.
—Hace cinco meses y medio que quiero invitarte a salir. Y no para seducirte, sino para invitarte a cenar, a tomar una copa. Pero estaba muerta de miedo. Tan asustada que no podía vivir, tan presa en mi limusina y mi casa como lo estoy en este barco —le confesó.
Peter contempló su cara, sus ojos, y ella se alegró de que no llevara gafas de sol. Fue una mirada directa y sincera. Tras la que frunció el ceño.
—¿No querías seducirme?
Ella rió y se ruborizó a la vez. El no apartó la mirada en ningún momento, y Lali se la mantuvo con una seguridad nueva. Ya no sentía miedo. Por lo menos, cuando estaba a su lado.


+10

13 comentarios:

Comenta