Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Capitulo 20


No sabía quién le había golpeado en el camarote principal, ni con qué, ni cuántas personas había a bordo, ni adónde iban.

Tal vez le había llegado el momento. Charlie siempre había sido el hermano sin suerte, el que iba de error en error y se arrastraba por la vida. Pero cabía la posibilidad de que el destino hubiera cambiado los papeles.
Tomó el jabón, se frotó con él y decidió dejar la autocompasión para otro momento. Tenía que contárselo a Lali. Había sido un cretino al pensar que todos los problemas se solucionarían si hacían el amor y conseguía que se durmiera. Ahora estaba tan desesperado, que pensó en atacar a Ed Martini y a sus hombres hasta que lo mataran. Si tenía éxito, Lali podría usar la radio del barco y pedir ayuda. Averiguaría lo de Charlie de todas formas, pero al menos moriría por ella.
—Maldita sea...
Suspiró, cerró los ojos y dio otra vuelta al grifo de agua fría.


Ed Martini terminó de comerse los huevos mientras miraba la última carrera de Santa Anita. No estaba pensando en el dinero que ganaría con ella ni en los cinco millones del rescate. Estaba pensando en los cincuenta libres de impuestos.
Aquel podía ser el golpe de suerte que había estado esperando. Su vida estaba llena de lujos y hacía lo que quería, pero sería mucho mejor si tenía cincuenta millones en un banco, lejos del alcance de Sheila. Lejos de su voracidad y de sus largas uñas pintadas. Ni siquiera sabía por qué se había empeñado en pintarse palmeritas en las uñas. A él le parecía espantoso, aunque supuso que iban a juego con su rubio de bote y su voluminoso trasero.
Naturalmente, se encargaría de que supiera lo de los cincuenta millones. Se volvería loca. La enfadaría más que cualquiera de sus amantes, incluida la chica de veinticinco años que tanto la había molestado. Más que un coche nuevo. Saber que tenía tanto dinero y que no podía echarle mano ni gastárselo sería demasiado para ella.
—¿Jefe?
—¿Sí, Jazz?
—No he estado nunca en las islas Caimán. ¿Son bonitas?
—Sí.
—¿Hay mujeres interesantes?
—Oh, sí...
—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar?
—¿En barco? Si forzamos un poco el motor, unos ocho días.
—¿Y qué vamos a hacer durante ocho días?
Ed se recostó. Sabía lo que iba a hacer: cuidar de sus negocios, como siempre. Que no estuviera en Nueva York no significaba que descuidara sus obligaciones.
—Jazz, tú limítate a vigilar a la feliz pareja. Anoche lo dejaste fuera de combate, pero consiguió escapar del camarote.
—No volverá a suceder.
—Asegúrate de ello.
Jazz, que se había comido sus huevos con panceta en diez segundos y que después se había puesto a limpiar la pistola, bajó la voz e hizo un gesto hacia Charlie.
—¿Y qué hacemos con él?
—Charlie.
Charlie estuvo a punto de atragantarse.
—¿Sí, jefe?
—Cuando termines de desayunar, lleva algo de comer a tu hermano y a esa chica. Y métele en la cabeza que si intenta escapar otra vez será muy malo para tu salud —respondió Martini.
Charlie tragó saliva.
—Sí, claro, no lo intentará otra vez. Te lo prometo. No lo hará. Le juró a nuestro padre que...
—No me importa lo que jurara —lo interrumpió. —Simplemente quiero que lo entienda.
Charlie asintió y apartó el plato.


La ducha era tan pequeña, que Lali se daba golpes en los codos. La que tenía en casa era enorme, con tres chorros diferentes que creaban un ambiente parecido al de una selva tropical. Pero allí, el agua sólo estaba levemente templada y el jabón era azul y olía a antiséptico. Por no mencionar que tenía miedo de que alguno de sus secuestradores entrara en cualquier momento.
Se lavó el pelo con el jabón y se preguntó qué aspecto tendría después de usar la espuma que había encontrado. O qué aspecto tendría su piel después de varios días sin ponerse sus cremas. Sin embargo, el asunto no tenía remedio.
Lamentó no tener una maquinilla para afeitarse las piernas, aunque no habría podido hacerlo en un sitio tan pequeño. Apenas tuvo espacio para cerrar el grifo.
Al salir de la ducha volvió a pensar en Peter y recordó lo bien que olía. Le parecía asombroso que, a pesar de estar secuestrada, fuera tan feliz. Se sentía como si fuera una adolescente, y esperaba que el resto del viaje hasta las islas Caimán fuera tan maravilloso como la noche anterior.
Además, todo el mundo pensaba que siempre se salía con la suya. No la comparaban precisamente con París Hilton, pero sí con otras herederas ricas. Oía sus murmuraciones cuando comentaban lo ridícula que estaba en esa limusina anticuada o con esa ropa digna de la reina Isabel de Inglaterra. Incluso de vez en cuando publicaban alguna historia en la prensa amarilla, y más de una noche había llorado en silencio.
Nadie valoraba su trabajo en la fundación. Decían que lo podía hacer cualquiera, o al menos cualquiera con los contactos necesarios, y que se limitaba a dar el dinero que le entregaba su multimillonario papá.
Pero ella nunca asistía a grandes fiestas ni a estrenos en Broadway. No visitaba clubes de moda ni le gustaban los vestidos de la reina Isabel. Ella no era así.
Se secó, cansada de sentir lástima, y se prometió que no volvería a sentir miedo. Si lograba escapar, no volvería a la vida que había llevado. Ahora contaba con el apoyo de Peter, y a su lado se creía capaz de cualquier cosa.
Tomó el bikini y se lo puso. Le quedaba muy pequeño, al igual que la camiseta, pero era aceptable. También se puso unos pantalones que había encontrado. Eran cortos, de hombre, así que se los tuvo que apretar mucho para que no se cayeran.
Se echó espuma en el pelo y estuvo a punto de usar el secador del armarito. Luego pensó que le quedaría mejor si dejaba que se secara solo y echó un vistazo al maquillaje. Aquello le pareció demasiado. No usaría el maquillaje de otra mujer. Habría sido como utilizar un cepillo de dientes usado.
Mientras lavaba su ropa interior, oyó que alguien gritaba en el camarote. Se puso tan nerviosa, que empezó a sufrir un ataque de pánico y cerró los ojos para intentar tranquilizarse.
No confiaba mucho en los ejercicios de relación, pero lo intentó. Y se llevó una buena sorpresa cuando descubrió que no imaginaba ningún claro en el bosque, sino a Peter, la mirada de Peter, la sonrisa de un Peter que en su imaginación se acercaba a ella con intenciones más que evidentes.
La deseaba. La deseaba a ella, no a otra persona.
La visión cambió otra vez y de repente se vio con una pistola en la mano. Peter se encontraba con ella, alto, atractivo como el pecado. Y también iba armado. Los dos estaban armados. No había nadie que pudiera detenerlos.
Abrió la puerta de baño con decisión.
—¡Lo juraste, Peter! ¡Prometiste a nuestro padre que cuidarías de mí! Y atacar a Martini no es precisamente una forma de asegurar mi bienestar. Pórtate bien, Peter, o nos matará a todos. Te lo advierto.
Lali sintió que la tierra se hundía bajo sus pies. Sintió ira, culpa, miedo.
Peter estaba con ellos. Ayudaba a los secuestradores y se había acostado con él.




Mañana le seguimos(:

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