Lali intentó calcular cuánto tiempo había pasado desde que les dio el número de teléfono de su padre. No tenía el reloj y no podía recordar si se lo había dejado en casa o si se lo habían quitado. Además, todavía estaba oscuro.
Desde la cama, sólo podía ver el techo, bastante bajo, y un ojo de buey. Al otro lado del camarote había una cómoda y un tocador pequeño con una silla. Todo estaba atornillado al suelo, naturalmente.
No había objetos sueltos por ninguna parte, ni siquiera una lamparita, y las luces estaban apagadas.
También notó que tenía dos puertas. Sus captores habían entrado y salido por la que estaba en la esquina, pero había otra junto a lo que parecía ser un cuarto de baño. Era la que pretendía usar si lograba huir.
Todavía no entendía que estuviera tan tranquila.
Otra persona no se habría considerado tranquila, pero teniendo en cuenta sus circunstancias personales, aquello era lo más parecido a una demostración de aplomo. No sentía pánico. Sólo una inquietud ligera en comparación y perfectamente soportable.
Mientras miraba la segunda puerta y azuzaba el oído por si se acercaba alguien, recordó el primer secuestro que había sufrido. El que terminó con la muerte de Lisa.
Las habían raptado en su dormitorio. Lisa, su prima y mejor amiga, se había quedado a pasar la noche con ella. Las encerraron en un sótano durante dos días y, de algún modo, Lali consiguió escapar. No recordaba cómo lo había conseguido. Y siempre se había sentido culpable por ello.
Siguió escuchando con atención. No se oía nada salvo las olas que rompían contra el casco del barco y su propia respiración. Eran sonidos leves, pero en cualquier caso más fuertes que los latidos de su corazón, lo cual era todo un avance.
Alzó la pierna derecha, con cuidado de mantener el brazo esposado tan quieto como le fue posible, y repitió la operación con la izquierda. Necesitaba moverse un poco. Afortunadamente para ella, en la universidad se había acostumbrado a mantenerse en forma. Había hecho yoga, pilates, clases de defensa personal e incluso había aprendido a disparar y era una buena tiradora.
Nada de eso había servido para que superara sus miedos, pero las cosas habían cambiado radicalmente. Pondría en práctica sus conocimientos en cuanto surgiera la ocasión.
Lo primero que tenía que hacer era estirar los músculos. Necesitaba recuperar el control de su cuerpo. Tenía una mano esposada, pero todavía le quedaba otra, las dos piernas y el cerebro. Con un poco de suerte podría darles unos cuantos golpes antes de que la arrojaran al océano.
—¿Por qué debo creerte?
Peter deseó que le quitaran la cuerda del pecho. Estaba tan apretada, que le hacía daño. Pero si lo dejaban en libertad, sabía que lo primero que haría sería matar a su hermano.
Maldito Charlie. Era evidente que había abierto la caja fuerte de su casa cuando él fue al dormitorio a cambiarse de camisa. No había otra explicación. Y aunque le hubiera prometido a su difunto padre que cuidaría de él, estaba más que dispuesto a hacérselo pagar. Siempre y cuando no los mataran antes.
—Porque estás aquí —respondió. —Es una explicación más que suficiente. ¿O crees de verdad que esto lo ha planeado mi hermano?
Peter rió y no sintió lástima alguna al observar el gesto de dolor de Charlie.
—Hablando de estar aquí, ¿cómo nos has encontrado?
—Yo tengo la respuesta, jefe.
Jazz se acercó y le enseñó el GPS de Peter.
—Buen trabajo, Jazz. ¿A quién seguía?
—A la mujer.
Ed suspiró.
—Eso ya me lo imaginaba, Jazz. ¿Pero dónde está el localizador?
—Ah, eso...
—Seguro que Lanzani puede ahorrarte el trabajo de buscar.
Peter consideró la posibilidad de mentir. Sin embargo, sólo tenían que acercar el GPS al bolso de Lali para averiguar la verdad.
—Está en el bolso.
—Jazz, dile a Danny que venga —ordenó Ed. —Y luego, que se lleve el bolso de la señorita Esposito y lo tire en algún lugar de Nueva Jersey.
—De acuerdo, jefe.
Ed se giró hacia Peter.
—Todavía no me has contado cómo vas a conseguir que te dé el número de su cuenta bancaria. Y francamente, no creo que puedas convencerme.
Peter miró a Ed e hizo un esfuerzo por mantenerse quieto y no hacer lo que le habían enseñado para esas situaciones: escapar.
—Lali Esposito ha sido rica desde que nació. Es tan rica, que no tiene sentido del dinero. A mí me parece que cincuenta millones de dólares es una verdadera fortuna. Pero claro, si tienes más de mil millones en inversiones...
Jazz soltó un silbido.
—Sabía que estaba forrada...
—Sólo tenéis que echar un vistazo a los datos de la Esposito Corporation —continuó Peter. —Por no mencionar que Nico Esposito está en la lista de los hombres más ricos de la revista Forbes. Es el tercer multimillonario de Estados Unidos, y eso sin incluir sus cuentas secretas.
Peter decidió cerrar la boca. Ya había dicho suficiente. Había echado el anzuelo y sólo faltaba esperar a que picaran. Ed Martini era un hombre inteligente, uno de los principales corredores de apuestas de la costa este, y estaba seguro de que su carácter de jugador lo empujaría a arriesgarse. Cincuenta millones eran muchos millones.
Además, no tenía nada que perder. Se quedaría con los cinco del rescate de todas formas. Y por la calma que había demostrado hasta ese momento, era obvio que estaban esperando a que Nico reuniera el dinero. No tenían prisa. Ni él. Necesitaba ganar tiempo.
Sabía que al final se saldría con la suya; liberaría a Lali y se marcharían de allí sanos y salvos. Lo habían entrenado para eso, y Ed y los suyos no eran sino vulgares aprendices en comparación.
Pero antes, debían picar.
—Sí, eso está muy bien, pero ya tenemos cinco millones y ninguna necesidad de arriesgarnos. Por otra parte, no hay garantías de que...
—Está loca por él, Ed —Charlie lo interrumpió. —Amenaza con hacer daño a Peter y ella hará lo que le pidas.
Ed ni siquiera miró a Charlie.
—No me convence. Demasiado complicado.
—¿Por cincuenta millones que están en un paraíso fiscal y que son completamente ilocalizables? —insistió Peter. —Yo diría que es bastante sencillo.
—Pero si tiene que identificarse para hacer la transferencia, podría levantar la liebre —observó Jazz.
Peter sonrió.
—No veo cómo, a no ser que sepa comunicarse desde el otro barrio.
Jazz frunció el ceño sin entender el comentario.
Mientras Peter esperaba a que lo entendiera, pensó en la forma que elegiría para matar a Jazz cuando surgiera la ocasión. Pensaba divertirse un poco.
—Ah. El otro barrio. Ya lo he pillado.
—Cuando se haya realizado la transferencia, no habrá forma alguna de rastrear la transacción —explicó Peter. —No si ingresas el dinero en el mismo banco, pero a tu nombre.
Ed rió en el preciso momento en que se abrió la puerta del camarote. Entró un individuo calvo con bandejas y tras él apareció un hombre con delantal blanco que debía de ser el cocinero.
Peter fijó su atención en el calvo. Era un par de años mayor que él, pero estaba en plena forma. Necesitaría un arma para quitárselo de encima.
Evidentemente se trataba de Danny, el que debía tirar el GPS. Jazz le pidió que esperara, entró en el camarote donde debían de tener a Lali y salió con el bolso, que le entregó. Pero se quedó con el dinero de la joven y con su reloj de pulsera. Peter pensó que lo mataría a él en primer lugar.
En cuanto al cocinero, no le pareció gran cosa. Sólo un cocinero. Si todas las personas que estaban en el barco hubieran sido como él, salvar a Lali habría sido coser y cantar. Aunque el único que le preocupaba de verdad era Jazz. Conocía a ese tipo de individuos. Disfrutaban con su trabajo y hacían daño por puro placer.
Fuera como fuese, Peter supo que la reunión había terminado; al menos por el momento. El cocinero se acercó y preparó la mesa a Ed, que terminó la cerveza y se dirigió a Jazz:
—Llévatelo al camarote y átalo junto a su novia.
Peter no ocultó su alivio. Quería saber si Lali estaba bien.
Nico Esposito estaba en el armario del piso de arriba, mirando los estantes de la caja fuerte. Hasta ese momento no se había parado a pensar en lo que pesaban cinco millones de dólares. Sabía que un millón en billetes de cien pesaba alrededor de un kilo, luego cinco millones pesarían cinco kilos.
Necesitaba un recipiente adecuado, algo que cupiera en una papelera y que no llamara la atención de ningún transeúnte, algo donde cupieran cinco kilos de billetes de cien dólares. Era un dilema importante. De él dependía la vida de su hija.
Cerró los ojos y pensó en la llamada telefónica que había recibido. Era evidente que habían distorsionado la voz con algún tipo de dispositivo electrónico:
—Su hija está en nuestro poder. Traiga cinco millones de dólares en billetes de cien sin marcar al carrusel de Central Park. A las dos y media de la madrugada, meta el dinero en la papelera marcada con una equis roja. Sin policía. Sin localizadores.
Entregue el dinero en persona. Si algo sale mal, mataremos a Lali.
Tuvo que contener su nerviosismo. No podía hacer nada por su hija, y sabía perfectamente que, aunque entregara el dinero, no había garantías de que la dejaran en libertad. Sólo sabía que si un hombre era capaz de secuestrar a una persona, también era capaz de asesinar.
Estaba tan alterado y tan al borde de las lágrimas, que tardó más de la cuenta en encontrar el recipiente adecuado. Una bolsa de deportes. Había un par en el piso inferior.
Pero no podía correr ese riesgo. Si bajaba, sus empleados se darían cuenta de que pasaba algo raro. Tendría que llamar a Stafford, el mayordomo.
Acababa de cerrar el armario cuando sonó el intercomunicador.
—¿Sí?
—Candela Vetrano está al aparato, señor.
—Gracias, Stafford. Y por favor, suba a mi dormitorio con una de esas bolsas de deportes que tenemos abajo. Discretamente.
—Sí, señor.
Nico pulsó el botón de la línea telefónica.
—Hola, Cande.
—Hola, Nico. ¿Ha ocurrido algo malo?
—¿Lali está contigo?
—No.
—¿Tienes idea de dónde puede estar?
—No me dijo que tuviera intención de ir a ninguna parte.
+10
Mási
ResponderEliminarYyya
ResponderEliminar!!
ResponderEliminarOtroo
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Mmmmmmmmas
ResponderEliminar777
ResponderEliminarOooooootrrrro
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ResponderEliminarQue hdp, lo bueno es que esto va a unir a Lali y Peter :)
ResponderEliminarEl hermano de este es un idiota! -.-
Diees
ResponderEliminarmaas :))
ResponderEliminarLos van a poner juntos,esto promete.
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