Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

martes, 21 de mayo de 2013

Capitulo 13


Charlie se secó la frente y deseó estar lejos de aquel barco. Necesitaba una dosis con urgencia, pero Peter estaba allí y Ed no estaba precisamente en su día más generoso.
Miró el plato sin hambre. Cuando recibieran el rescate, él podría marcharse y ya no le debería más dinero a Martini. Además, su parte era más que suficiente para sobrevivir una buena temporada. Por supuesto,
quedaba el problema de Peter. Pero a fin de cuentas era el culpable de todo lo que había sucedido. Si le hubiera prestado el dinero, no habrían secuestrado a la chica. Y ahora estaban metidos en un buen lío.
—Charlie.
Se volvió a secar la frente. Esta vez, con la servilleta.
—¿Sí, Ed?
—Charlie, ¿por qué no me contaste lo de la cuenta en las islas Caimán?
Ed lo miró con intensidad. Jazz seguía en el camarote con Peter y Tate.
—Porque no lo sabía.
—¿Tu hermano no te lo contó?
Charlie maldijo su suerte. Odiaba que le interrogaran. Sobre todo cuando no conocía las respuestas y cualquier error podía costarle la vida.
—No, pero me contó lo del secuestro. Me dijo que iba a pagar a alguien para que la secuestraran y que era rica, que tenía un montón de dinero. Que yo sepa, eso es lo importante —respondió.
—Pero no te dijo nada de la cuenta bancaria.
Charlie negó con la cabeza.
—Nunca me lo cuenta todo. Se cree muy listo y piensa que yo soy tonto.
—¿Y tampoco mencionó que pensaba seguirte?
—Tal vez lo hizo... no me acuerdo. No, creo que no.
—Háblame de él. ¿Siempre ha sido guardaespaldas?
—No, en absoluto. Sólo lleva seis meses en ese trabajo. Desde que dejó el Ejército. —¿Estaba en el Ejército?
—Sí, y en algo grande. Todo el mundo lo adoraba.
—¿Por qué lo dejó?
Charlie se ruborizó. No quería decir la verdad, pero Ed no le perdonaría que mintiese. —Por mí.
 —¿Por ti? ¿Y eso?
—Bueno, es que... le robé unas cosas a un colega suyo.
—¿Cosas?
—Sí, los planos de un arma. Ni siquiera estoy seguro de lo que eran. Dejó un maletín en el coche y pensé que contendría algo de valor, aunque no llegué a venderlos —respondió. —Me atraparon y pasé una temporada en la cárcel. Peter dijo que no quería saber nada más de mí... pero soy su hermano. Prometió que me cuidaría.
—Comprendo.
—¿Cuándo recibiremos el dinero del rescate? Es que tengo cosas que hacer...
—Todavía faltan unas horas, Charlie. Termina de cenar y te avisaré cuando llegue el momento —dijo.
Charlie asintió y miró su plato otra vez. Ahora tenía menos hambre todavía.
Maldito Peter. La culpa era suya por no haberlo ayudado.


Jazz se marchó al cabo de un rato. Apagó la luz y cerró la puerta, de modo que se quedaron a solas.
—Esto es muy incómodo —dijo ella, sacudiendo las esposas contra el cabecero de la cama.
Jazz los había esposado después de cenar, y ahora estaban tumbados con varios cojines entre ellos. Peter había conseguido que los tapara con una manta, pero ciertamente no era una forma cómoda de pasar la noche.
—Dime una cosa, Lali. ¿Por qué te ha dado hoy por ir de compras?
Lali lo miró, extrañada por la pregunta, y soltó una risita. No solía soltar muchas risitas, y le gustó.
—Bueno, de vez en cuando es divertido... además, conozco a los dependientes de esa tienda y me gusta su ropa. Pero, ¿qué estás haciendo?
Peter se había sacado un peine del bolsillo trasero de los pantalones y al parecer estaba maniobrando para encontrar una posición adecuada. Pero le habían esposado la mano derecha, así que tendría que hacerlo con la izquierda.
Por fin, consiguió introducir una de las puntas en el orificio de las esposas. Y al cabo de unos segundos y no pocos esfuerzos, se abrieron.
—¿Has hecho lo que creo que has hecho?
Peter no dijo nada. Se limitó a acercarse a ella y a liberarla. Las dos esposas quedaron colgando de la cabecera.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Mi tío era Houdini.
—¿En serio?
—En absoluto. No siempre he sido conductor de limusinas.
—Sí, ya lo sé. Eras espía.
—Algo así.
—¿Algo así?
Peter la miró y pensó que era un momento tan bueno como otro cualquiera para contarle su historia. Le dio un golpecito en la espalda y dijo:
—Anda, apártate un poco.
Ella obedeció y él le pasó un brazo por detrás.
—Estuve en el servicio de espionaje del Ejército. Entrábamos en sitios, robábamos información, coordinábamos operaciones de la CÍA... en fin, esas cosas.
—Suena emocionante.
—A veces lo era.
—¿Y por qué lo dejaste? Supongo que era un trabajo más importante que el que tienes ahora —dijo.
—Cuidar de ti es importante.
—Oh, vamos, sólo soy una niña mimada con problemas psicológicos. ¿Tan importante soy? —preguntó.
—¿Para quién? ¿Para mí?
Lali respondió con un ligero estremecimiento, pero Peter pensó que lo estaba llevando bastante bien. No quería que estuviera asustada. Necesitaba tranquilizarla y convencerla de que podían salvarse. Necesitaba que creyera en él y que hiciera lo que le pidiera en todo momento. Sin ataques de pánico.
La situación habría sido bastante más sencilla si su hermano no hubiera estado en el camarote contiguo. Se sentía culpable por haber permitido que Charlie volviera a meter la pata. La primera vez le había costado su carrera profesional y esa vez podía significar algo más grave. Pero Charlie era Charlie. Hacía lo que hacía y no podía evitarlo.
No, la culpa era suya. Y antes de que le despidieran o de que dejara el trabajo, se aseguraría de que Ed Martini y Jazz no hicieran más daño a nadie. Haría lo que fuera necesario para impedir que se quedaran con el dinero de Nico y para devolver a Lali sana y salva a su casa.
—¿Peter?
—¿Sí?
—¿Ocurre algo?
—No. Es que estoy enfadado conmigo. No debí permitir que entraras sola en esa tienda.
—No estaba sola.
—Pero Eugenia...
—Es una mujer muy capaz. No fue culpa suya. Y no quiero que pierda el empleo por lo que ha pasado —declaró.
El sonrió.
—Está bien... Eugenia seguirá con nosotros.
—Magnífico.
—Hablando de cosas magníficas, te estás portando muy bien...
—No creas —dijo, acurrucándose contra él. —Me he desmayado varias veces.
—Bueno, es comprensible.
—Y cuando recobraba la consciencia, sufría un ataque de pánico. Las técnicas de relajación no me han servido de nada.
—Es lógico. Esta situación no es normal.
—Ya, pero lo siento mucho.
—¿Que lo sientes? ¿Por qué? Tú no tienes la culpa de nada.
—No lo sé. Llevo tantos años concentrando mi energía en el miedo a que me secuestren...
—Pero tú no has organizado esto.
Ella suspiró y Peter sintió una gota en el hombro.
—Habla conmigo, Lali. Me contaron que...
—¿Que ya me habían raptado antes? —lo interrumpió. —¿Que a mi prima y a mí nos sacaron a la fuerza de mi habitación?
Peter no supo si insistir o dejarlo estar. Tal vez se sintiera mejor si se lo contaba, pero él no era psicólogo. Aunque seguramente le había confesado la historia a la doctora Bay, y esa mujer era de las mayores idiotas que había conocido.
Por fin, asintió y le apretó el hombro con cariño.
—Se llamaba Lisa. Era mi mejor amiga. Mi única amiga. Su padre y el mío eran socios y nosotras teníamos la misma edad, así que crecimos juntas.
—De la misma edad, ¿eh?
—Sí. Mi madre falleció cuando yo sólo tenía dos años, así que la madre de Lisa, mi tía Sharon, cuidó de nosotras.
—No sabía que fueras tan pequeña cuando murió...
—Casi no me acuerdo de ella. Pero recuerdo toda mi infancia con Lisa.
—Háblame de ella.
—Tenía un pelo larguísimo y a mí me encantaba peinarlo. Yo fingía ser peluquera y jugábamos todo el día. Estaba convencida de que ésa sería mi profesión cuando me hiciera mayor....
—¿Tú? ¿Peluquera?
—¿Por qué no?
—No te imagino de peluquera.
—En aquella época, mi familia no era exactamente rica... o por lo menos, no como ahora. Mi padre y su hermano habían conseguido varios contratos del Gobierno y con los beneficios pudieron montar la empresa, pero estaban empezando —explicó. —Éramos tan felices... viajábamos, explorábamos, nos divertíamos juntas. Como si fuéramos hermanas.
Ella se detuvo un momento, inclinó la cabeza y su cabello le acarició el cuello.
—A los quince años, nos marchamos de viaje y visitamos España, Italia e Inglaterra. Fue maravilloso. No me sentí sola en ningún momento. Teníamos los mismos tutores y hacíamos los mismos deberes, e incluso llevábamos la misma ropa. No nos parecíamos nada, pero la gente nos tomaba por mellizas.
—Suena divertido...
—Lo era.
Lali se estremeció otra vez. Pero en esta ocasión fue un estremecimiento distinto, como los que sufría justo antes de un ataque de pánico, antes de que su respiración se acelerara y palideciera.
Peter decidió interrumpirla. Quería la conversación sirviera para tranquilizarla y para que confiara en él, no para empeorar su estado.
—De niño no tuve a nadie tan cercano —le confesó. —Hacía mucho deporte, sobre todo fútbol. Pero cambiaba constantemente de colegio.
—¿Por qué?


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