Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

domingo, 5 de mayo de 2013

Capitulo 8


Lali despertó en la oscuridad del vehículo, que seguía en movimiento. Tenía la garganta completamente seca y ganas de vomitar. Quiso gritar, decirles que todo estaba saliendo mal, pero no pudo.
Las lágrimas resbalaron por sus mejillas. Pensó en su padre y en lo furioso que se pondría cuando supiera el lío que había organizado; si le sucedía algo malo, él tendría que vivir con la idea de que la culpa había sido exclusivamente de ella. Pensó en Peter y en sus intentos infructuosos para convencerla de que no aceptara la oferta de Brody. Lamentaba no haber hecho caso.


Había malgastado su vida y ahora la iba a perder a manos de un cretino y en un juego verdaderamente estúpido.
Pero no entendía que Brody hubiera roto el acuerdo las condiciones eslabón claras y había firmado un contrato. Sabía que tendría muchos problemas si no lo cumplía a rajatabla.
Suspiró y se lamió una lágrima de los labios. En ese momento, habría sido capaz de dar cualquier cosa, cualquier cantidad de dinero, con tal de que la dejaran en libertad. No haría más estupideces. Sería buena, se comportaría bien, haría lo que fuera necesario.
La furgoneta giró de repente y ella se deslizó hacia la derecha, pero el vehículo se estabilizó enseguida. Tal vez se estuvieran acercando a su destino, y entonces la escucharían.
Sin embargo, no estaba segura de llegar. No podía respirar. Tenía la sensación de que el pecho le iba a estallar.
Todo había terminado. Sus días se acercaban al fin. Qué lamentable y patética pérdida de tiempo.


Había sido un accidente, y de los grandes. Había dos todoterrenos, uno de ellos volcado, además de un camión de bomberos, una ambulancia y varios coches de la policía de Nueva York. Peter no tuvo más remedio que esperar hasta que le dejaron pasar.
Para entonces, la furgoneta ya se encontraba muy lejos de allí. Había salido de la autopista y se había perdido en las calles de Port Washington. El conocía la zona, pero no demasiado bien.
Aceleró tanto como pudo y al cabo de un rato creyó divisar el vehículo en la distancia, en dirección a Sands Point. Según los datos que había recabado, ni Brody ni su esposa eran típicos ricos de Sands Point. No tenían tanto dinero. Sabía que en ese momento se había puesto en venta una propiedad de la zona por veintiocho millones de dólares. Era territorio de hombres como Nico Esposito.
El tráfico ya no estaba tan mal, pero eso no mejoró las cosas. Muchos neoyorquinos tenían prisa por volver a sus hogares en Long Island, así que conducían deprisa y de forma peligrosa. Unos segundos más tarde, el GPS le indicó que se había detenido. Peter lo quitó del cuentakilómetros y pulsó un par de botones. La furgoneta estaba en Seacost Lane, en las afueras de Sands Point.
Cuatro meses antes había llevado a Lali a Sands Point, a una recepción literaria con una escritora que vivía allí. Se llamaba Susan, aunque no recordó el apellido. Lali y él estuvieron charlando sobre la localidad. Ella le contó que allí no había tiendas de ninguna clase; sólo casas y jardines y refugios para animales. Los residentes, entre los que se encontraban el presidente de una multinacional farmacéutica, un antiguo gobernador de Nueva York y la familia que controlaba el Estado, se creían salidos de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, y preferían vivir en una zona sin más molestias que las verjas de sus enormes propiedades y los guardias de seguridad.
Pero esa historia no significaba nada para él. Forzó la motocicleta tanto como pudo, sin detenerse ni en las señales de tráfico, y no tardó en llegar a Port Washington, la ciudad donde vivían los empleados que trabajaban para los ricos de Sands Point.
Era un lugar muy tranquilo. Ni ruido de bocinas ni apenas peatones en la calle. Sólo estaba a cuarenta kilómetros de Manhattan y parecía otro mundo.
Peter volvió a mirar la pantalla del GPS. Se habían detenido allí mismo, en Seacost Lane. Pulsó un botón y localizó la furgoneta en una mansión gigantesca con al menos diez hectáreas de jardines y rodeada en tres direcciones por el Sound de Long Island, el estuario.
Ahora sólo tenía que entrar en Seacost Lane, una zona residencial cuyos accesos estaban vigilados por guardias. Pero fue ridículamente sencillo. Siguió a otra motocicleta, conducida por un adolescente, y se limitó a saludar al guardia cuando pasó. No tardó en llegar a la propiedad, resultó ser tan grande como el GPS indicaba.
Acto seguido, escondió la moto entre los árboles. No quería que Brody descubriera su intento de rescate y tuviera alguna idea absurda.
Tenía su pistola por si las cosas se ponían difíciles y tenía el GPS, pero en ese momento tendría que confiar más en su instinto profesional. Desconocía el sistema de seguridad que tendrían en la mansión y no le entusiasmaba la idea de desconectar alarmas.
Estaban a mediados de marzo y todavía había luz, así que tendría que andarse con cuidado. Esperaba que Lali se encontrara bien. Y a ser posible, que Sands Point tuviera un hospital psiquiátrico.


Lali volvió a despertar en la oscuridad. Estaba tumbada en un colchón, con la mano derecha esposada a un objeto situado sobre su cabeza. Quiso cambiar de posición y descubrió que le dolía todo el cuerpo.
Intentó pensar. Estaba en la tienda con Eugenia. Karen le estaba haciendo un dobladillo y ella había aprovechado la ocasión para comprar dos camisas a su padre. Pero no recordaba nada más.
Sí, por supuesto, eso era. El secuestro. Pudo sentir los síntomas familiares de un ataque de pánico. El corazón que se aceleraba, el nudo en la garganta, la pérdida de visión, la sensación de estar a punto de morir.
—Por favor —dijo con voz rota. —Por favor, déjenme salir.
Lloró e intentó respirar, desesperada. Se sentía como si estuviera en el mar, nadando contra las olas. Tenía la sensación de que la habitación se movía ligeramente. Como si la hubieran encerrado en un barco.
Sólo quería volver a casa. Había cometido el peor error de su vida. Era una pesadilla hecha realidad.
—Por favor —insistió de nuevo. Nadie contestó.
Brody había cumplido su palabra y no le había tapado la boca ni los ojos, pero eso daba igual porque estaba tan oscuro que no veía nada. Ni oía nada salvo sus propios gritos. Y su cuerpo temblaba de un modo tan espasmódico, que apenas sentía el dolor en la muñeca derecha. No podía respirar. Iba a morir allí y Peter no lo sabría. No entendía que hubiera sido tan estúpida. Quería marcharse, huir.
Quería escapar de aquella habitación, vivir la vida que no había vivido.
Una luz le quemó los ojos y Lali se revolvió un poco más, intentando liberarse. Alguien se inclinó sobre ella y la agarró de los hombros.
—Por favor, basta ya... No quiero que sigan. Tengo que salir... ¡Por favor!
—¡Quieta, estúpida! Estás sangrando.
Ella abrió los ojos y poco a poco se acostumbró a la luz. Era un hombre bajo y moreno al que no reconocía. No lo había visto antes, y desde luego no era Brody.
—Deja de moverte de ese modo. Te vas a destrozar la muñeca.
Lali no obedeció. Cuanto más le apretaba en los hombros, más histérica se ponía. Además, el hombre apestaba a alcohol y se sintió enferma.
Abrió la boca para rogar que la soltara, pero empezó a gritar. El hombre retrocedió un poco y le dio una bofetada. Fue como si le hubieran arrojado un cubo de agua fría. Dejó de gritar y enseguida, como por arte de magia, recobró la cordura. La habían secuestrado y estaba en una habitación con aquel tipo.
—Cierra la boca. Vas a enojarlo... y no quieres que se enoje.
—Suéltame —susurró con una voz que apenas reconoció. —Libérame y te pagaré. No perderás dinero; pero por favor, déjame ir.
—Sí, claro que pagarás, pero no te vamos a soltar.
—¿Dónde está Brody?
—¿Quién diablos es Brody? Cierra la boca de una vez. Sé buena y las cosas irán como la seda —respondió.
—¿Qué?
—Si te tranquilizas, te pondré algo en la muñeca.
—¿Quién es usted?
El hombre sonrió. Sus dientes eran tan grandes como pequeños sus ojos.
—Quien yo sea no importa. Lo que importa es quién eres tú.
—No eres Brody...
El hombre sacudió la cabeza.
—Si quieres desangrarte hasta morir, me parece perfecto. Pero a él no le gustará que le manches la cama —afirmó.
—¿Quién es él? ¿Dónde estoy?
—Escúchame. Dame el número de teléfono de tu padre, ¿de acuerdo? Eso es lo único que tienes que hacer. Y todo saldrá bien.
—¿Cómo?
—El número de teléfono. No te preocupes por nada más. Dame el número.
—¿Por qué?
—Limítate a obedecer. Eres una jovencita encantadora. No querrás que te haga daño, ¿verdad?
—Oh, Dios mío. No eres Brody... esto no tiene nada que ver con el plan. Me habéis raptado. Me vais a matar.
—¿Quien ha dicho nada de matarte? Sólo queremos el número.
Lali despertó de una pesadilla para descubrirse en el infierno. Aquello era real. La habían secuestrado. Sus miedos se habían hecho realidad y ya no era ningún juego. Corría un riesgo real de morir, pero lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y desear que no doliera demasiado.
En ese instante, recordó que no había invitado a Peter a su casa. Y desgraciadamente, ya no tendría ocasión.

Bueno, tengo que pedirles disculpas:( lo que pasa es que eran mis ultimos dias de escuela, y ahora puedo decir que TERMINE! y ahora tengo libre hasta septiembre, sali bien en todas las materias, Universidad ahi te voy! Bueno, hoy les traigo maraton, espero sus 10 comentarios.

10 comentarios:

Comenta