Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

lunes, 29 de abril de 2013

Capitulo 1


Era la una y cuarto de la tarde del martes cuando, con precisión de reloj suizo, la terapeuta de Lali Esposito se recostó en la butaca, cerró la libreta, sonrió y preguntó:
—¿Hay algo más que me quieras contar?
La respuesta de Lali fue igualmente mecánica.
—No, doctora Bay. No tengo nada que contar.

—Pues yo tengo algo que me gustaría enseñarte.
Lali alzó la cabeza. La una y cuarto era la hora de finalización de la consulta, y la doctora Bay no la extendía nunca. Jamás.
—¿Sí?
La doctora hojeó la libreta y sacó un anuncio de periódico.
—Echa un vistazo —dijo.
Lali tomó el artículo sin saber si leerlo o mirarla a ella. La terapeuta, con la que llevaba casi dos años, estaba claramente entusiasmada. Una emoción muy poco habitual; tan poco, que era la primera vez que la sorprendía con semejante actitud. La doctora Bay era conductista y se dedicaba a imponerle retos y objetivos que debía cumplir entre sesión y sesión. Incluso aunque los hubiera cumplido con creces mantenía las distancias; pero ahora la miraba con anticipación y sus pálidas mejillas se habían ruborizado.
Lali bajó la mirada y el pulso se le aceleró al leer el titular: «Secuestros de alquiler». Sorprendida, volvió a mirar a la doctora.
—No te preocupes, Lali. Por favor, lee.
Tras un momento de duda, Lali empezó a leer.

Haga una lista con sus peores temores. Por unos cuantos miles de dólares, el servicio de secuestros personalizados de Jerry Brody se encargará de hacerlos realidad. Sus secuestradores podrán meterlo en un saco o vendarle los ojos y llevarlo a una cabaña apartada. Verá una máscara de extraterrestre en la oscuridad, o a un hombre de ropa sucia y tan maloliente como un cubo de la basura. Todos nuestros raptos son diferentes. Su secuestro personalizado se detendrá al pronunciar una clave o seguirá durante días. Brody y su equipo pueden raptarlo cuando esté en el metro o tomando una ducha en su piso. Tras el evento, que algunos clientes comparan con la meditación, se sentirá aliviado, entusiasmado o incluso con una sensación nueva de poder personal.

Lali tuvo que detenerse. Había avanzado mucho desde que le confesó por primera vez que su miedo a ser secuestrada se había convertido en una fobia. No había sufrido un ataque de pánico en varios meses, pero aquello era demasiado, aquello era una locura.
—Respira, Lali —dijo la doctora Bay. —Recuerda lo que hemos practicado.
Lali cerró los ojos, respiró profundamente y se concentró en todas y cada una de las partes de su cuerpo, desde los pies hasta la cabeza.
—Estás a salvo. Estás en mi consulta y nadie te va a hacer daño. Imagina que estás en tu claro, en el bosque.
Lali siguió las instrucciones de la psicóloga, terminó el ejercicio de relajación y recobró el equilibrio. Pero cuando abrió los ojos sintió la decepción de estar a merced, después de tantos esfuerzos, de sus miedos.
La doctora señaló el anuncio y preguntó:
—¿Quieres que hablemos de eso?
—¿Pretendes que contrate a ese hombre? ¿Quieres que me rapte?
—Quiero que te lo pienses. He investigado a fondo tu problema y he hablado con varios colegas que usan técnicas parecidas. Hay casos clínicos perfectamente fiables que demuestran una importante mejoría en los pacientes. Pero debes recordar que sólo es una idea. Has avanzado bastante con nuestra terapia, y por otra parte comprendo que la propuesta es poco convencional.
Lali se estremeció. No quería ni imaginar lo que diría su padre de una propuesta tan «poco convencional».
—Cuando vuelvas a casa esta noche, quiero que trabajes en tu diario. No escribas sobre tu reacción negativa al anuncio que te he enseñado, sino sobre cómo sería tu vida si pudieras superar tu miedo. ¿De acuerdo?
Lali asintió.
—Lo intentaré.
—Eso es lo máximo que se puede esperar de alguien. Y por si te sirve de algo, te diré que has aplicado muy bien las técnicas de relajación. Te has recuperado en muy poco tiempo —afirmó la doctora.
Lali miró la hora. Eran las dos menos cuarto. Teniendo en cuenta lo sucedido, no estaba nada mal. Antes de empezar la terapia, la simple mención de un secuestro le habría provocado un ataque de pánico que habría durado varios días.
Dejó el anuncio sobre la mesa y tomó el bolso.
—No olvides la meditación.
Ella nunca la olvidaba. Y la había ayudado. Ahora salía con más frecuencia y ya no sufría lanías pesadillas. El juego de imaginarse en un claro del bosque, funcionaba. Pero desgraciadamente, sólo se sentía a salvo en su imaginación.
Al salir de la consulta, saludó a Stephanie, la recepcionista de la doctora. En la sala de espera, había dos personas con aspecto de ser perfectamente normales. Aunque imaginó que pensarían lo mismo de ella.
Cuando entró en el ascensor, no había nadie, así que se tomó un momento para echarse el pelo hacia atrás, retocarse el carmín y prepararse para salir a las calles de Manhattan.
Aunque en realidad no iba a pisar ninguna calle.
Viajaría en la limusina negra de su padre. Las ventanillas estaban ahumadas y nadie la podía ver desde el exterior, así que la ciudad le parecía una especie de gigantesco escaparate.
El ascensor se detuvo en el cuarto piso. Lali se apartó para dejar pasar a un hombre. Era alto, de cabello canoso y llevaba un traje de color negro y aspecto tan caro como sus zapatos. Cuando sonrió, le enseñó unos dientes cuyo arreglo le debía de haber costado una fortuna. Pero eso no tenía nada de particular; la consulta de la doctora Bay estaba en un edificio con vistas a Park Avenue. Todos sus pacientes daban por sentado que preguntar por sus honorarios, incluso antes de la primera sesión, estaba fuera de lugar; sabían que serían desorbitados.
El hombre se giró y se quedó mirando las puertas durante el trayecto hasta el vestíbulo. Pero las puertas reflejaban la imagen y aprovechó para echarle un buen vistazo.
Lali contó los segundos que tardaron en llegar al vestíbulo. Cuando por fin llegaron, el hombre salió y ella se quedó unos segundos para poner tierra de por medio. Se preguntó cómo sería vivir sin miedo. Desgraciadamente, no tenía respuesta. No conocía ese concepto.
A pesar de la mejoría, su vida estaba llena de miedo y lo estaría para siempre. Sólo tenía veinticuatro años, pero se había resignado a vivir en la burbuja que le había construido su padre. Del apartamento a la limusina y de la limusina a reuniones de trabajo absolutamente preparadas y seguras.
No tenía la menor duda de que cualquiera que contemplara su vida desde el exterior pensaría que era perfecta. Tenía más dinero del que nadie debería tener y había heredado el metabolismo rápido de su padre y los impresionantes ojos castaños de su madre. Su educación era ejemplar, y si hubiera decidido no hacer nada y dedicarse a ir de compras hasta el fin de sus días, habría podido hacerlo.
También sabía que algunos interpretaban su agorafobia como un síntoma de arrogancia y presunción. El hecho de que tuviera pánico a que la raptaran y que todo su mundo estuviera sometido a ese factor no significaba nada. No era un problema real. Creían que era una niña mimada con demasiada imaginación y un estado de terror constante que le impedía disfrutar de sus privilegios.
Salió del edificio y clavó la mirada en la limusina, que estaba aparcada a unos metros. Peter, el conductor, le abrió la portezuela trasera. Cualquiera de las personas que pasaban por la acera habría pensado que era un chófer normal y corriente. Traje negro, camisa blanca, servicial... Pero detrás de sus gafas oscuras, había unos ojos que en ese momento escudriñaban la zona con intensidad de rayo láser. Y el motivo por el que no llevaba abrochada la chaqueta era que la necesitaba abierta por si tenía que sacar la pistola que llevaba. Llevaba a Lali de un sitio para otro, pero esa sólo era su ocupación secundaria.
Pasó junto a él cuando se introdujo en el vehículo y volvió a maravillarse de su cara. No era guapo en un sentido clásico; tenía demasiados bordes afilados y defectos, y al principio no le había prestado atención: en su vida, había muchas personas dedicadas a mantenerla a salvo; algunas eran amigas suyas, como Eugenia, su ayudante, pero su padre prefería que mantuviera las distancias con el servicio, y ella actuaba en consecuencia.
Sin embargo, su relación con Peter era distinta. Había empezado a trabajar con ellos seis meses antes y cada vez le gustaba más. No era exactamente un amigo. No hacían nada salvo viajar en la limusina. Sólo hablaban. De todo.
Ahora sabía que le gustaba leer a clásicos rusos como Tolstoi, Dostoievski y Turgenev, aunque también disfrutaba con las aventuras gráficas de Frank Miller. Ella le tomaba el pelo por su afición al cómic, pero había encargado varios ejemplares de Miller en secreto y le habían parecido interesantes.
Peter cerró la portezuela, dio la vuelta al coche y se sentó al volante. Lali vio su cara en el reflejo del retrovisor y deseó, como siempre, que se quitara las gafas oscuras.
—¿Adónde vamos?
—A casa.
—¿Sin paradas?
—No, hoy no.
El sonrió y ella se recostó en el fresco asiento de cuero.
También había descubierto que no tenía novia. Y eso era mucho más interesante que sus gustos literarios.


Bueno, empezamos nueva novela. Espero que les guste. Nos leemos mañana. Espero los comentarios eh!

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