Peter arrancó, condujo entre el complicado tráfico del centro de Manhattan y se dirigió al domicilio de los Esposito, en Carnegie Hill. En la sesión de aquel día había sucedido algo fuera de lo común. Lo notó en cuanto Lali salió del edificio, pero esperó a que ella se lo comentara o a que llamara a su amiga Candela. Sus conversaciones con Candela eran lo mejor. No le ocultaba nada a su amiga, y durante los últimos meses, ya no susurraba cuando hablaba por teléfono. Lali sabía que él estaba escuchando y era una forma tan perfecta como indirecta de contarle sus cosas.
La mirada de Peter pasó de la calle al retrovisor, donde se encontró con unos ojos castaños. Supo que Lali estaba sonriendo y le devolvió la sonrisa aunque no debía. Cuando Lali se ponía coqueta, significaba que acababa de sufrir una situación desagradable. Había acertado con lo de la sesión.
—¿Cómo te ha ido con la doctora?
Lali se movió un poco y ahora sólo podía ver su sien derecha en el retrovisor.
—Bien.
—Me gustaría saber de qué habla cuando está con su psicólogo.
—Probablemente, de lo mal que están sus pacientes.
—No lo creo. Me pareció bastante profesional.
—Sólo la has visto una vez. Y durante cinco segundos. El sonrió.
—Sí, pero se comportó de manera bastante profesional durante cinco segundos.
Los ojos de Lali volvieron al reflejo del retrovisor. Brillaban con alegría.
—A veces se le ocurren ideas increíbles.
—¿Por ejemplo?
Un taxi se le coló delante y Peter tuvo que frenar a fondo. Sintió la tentación de tocar el claxon, pero habría sido inútil.
—No, nada —respondió ella con voz más apagada.
Peter no insistió porque la llamada a Candela lo sacaría de dudas. Todo el asunto del teléfono era francamente astuto. Un ardid que no rompía las barreras entre ellos y que sin embargo lo mantenía informado de sus problemas más personales y le ayudaba a hacer su trabajo. Además, Lali era muy divertida.
Si tenía que ser la niñera de alguien, prefería serlo de Lali. Tal vez fuera rica como Creso, pero no se comportaba como las herederas que había conocido. De vez en cuando, se preguntaba si sería tan amable con él si su vida no estuviera llena de miedo. Sólo esperaba que la psicóloga la ayudara a superarlo y a disfrutar de la vida mientras fuera joven.
—¿Eugenia te ha contado lo de mañana?
Peter asintió.
—Sí, me ha dado el programa de toda la semana.
—Bien. Bueno...
Peter echó un vistazo al retrovisor, pero ella no le estaba mirando. Se disponía a llamar a su amiga.
En ese momento, vio un hueco en el carril contiguo y aprovechó la circunstancia. La limusina era enorme, así que aceleró y se coló por delante del taxi a sabiendas de que no se atrevería con él. Media manzana más adelante, Lali ya se había llevado el móvil al oído.
—Hola, Cande, soy yo...
A Peter le habría gustado escuchar los dos lados de la conversación, pero al menos oía a Lali.
—No lo sé, Cande. Creo que la doctora Bay se ha pasado esta vez de la raya. Me dio un anuncio de prensa sobre un individuo de Nueva York que se dedica a raptar personas por dinero.
Peter apretó las manos sobre el volante y a punto estuvo de girar en redondo, utilizar la acera como carril extra, y regresar al edificio de la doctora.
—¿En serio? ¿Tú también lo conoces?
No podía creer lo que estaba oyendo. Por lo visto, la terapeuta de Lali había tomado demasiadas pastillas aquella mañana.
—Cree que me sentiría mejor si paso por esa experiencia. Quiere que afronte mis miedos de un modo directo, por así decirlo.
Peter pensó que Lali necesitaba cambiar de psicóloga con urgencia. Podía imaginar lo que diría su padre cuando lo supiera. Nico sufriría un infarto, pero antes se encargaría de que le retiraran la licencia a la doctora.
Cuando empezó a trabajar para ellos, Peter quiso saber algunas cosas; por ejemplo, por qué necesitaba Lali un nivel de seguridad digno del presidente. Nico contestó que existía la posibilidad de que quisieran secuestrarla y que su trabajo consistiría en evitarlo a toda costa. Una respuesta razonable, salvo por el hecho de que la casa estaba vigilada por guardias armados a todas horas y de que tanto la cocinera como la ayudante de Lali eran ex agentes de la CÍA.
Luego, poco a poco, descubrió la verdad. A los quince años, Lali y una de sus primas habían sido secuestradas. Lali logró huir por la ventana de un cuarto de baño, pero su prima murió asesinada. Y luego, cinco años después, cuando ya estaba en la universidad, sufrió un segundo intento. En esa ocasión, fueron un par de idiotas que la sacaron del coche a punta de pistola y exigieron dos millones de dólares; el FBI los encontró unas horas después, pero la experiencia la dejó marcada para siempre y su padre quiso asegurarse de que no volvería a estar en peligro.
—¿Que cómo he reaccionado? Con un ataque de pánico —respondió Lali, riendo con amargura. —Pero he prometido que lo pensaré.
Ya habían llegado a Carnegie Hill, así que Peter dirigió el vehículo hacia la entrada del edificio y aminoró la velocidad para no perderse una sola palabra de la conversación.
—Yo también creo que es absurdo. Pero antes de marcharme, la doctora me ha preguntado cómo sería mi vida si no tuviera miedo. Y no tengo respuesta.
Peter estaba de acuerdo con la psicóloga en que Lali debía superar esa fobia. Sin embargo, el método que había propuesto le parecía ridículo. Debían encontrar otra solución.
—Ah, ya hemos llegado. Luego te llamo y seguimos hablando. Pero descuida, no tengo intención de aceptar la propuesta.
El coche entró en el vado y Peter lo llevó al elevador del garaje subterráneo. Podía aparcarlo en el exterior, pero prefirió bajar para asegurarse de dejar a Lali a salvo.
El garaje estaba extraordinariamente bien iluminado, de día y de noche; era otra cortesía de Nico Esposito, capaz de hacer cualquier cosa por el bienestar de su única hija. Eugenia estaría arriba, ocupada en las tareas administrativas de ayudante que ocultaban a una tiradora experta con una automática de nueve milímetros. Todos los que trabajaban con Lali se encontraban en el mismo caso: eran buenos profesionales en sus trabajos normales y corrientes, pero sencillamente impresionantes en su verdadera especialización. Cualquier delincuente habría temblado ante ellos. De haberlo sabido.
En ese mismo momento, tres hombres estaban vigilando cada rincón de la propiedad con los sistemas más refinados del mundo. Y si Lali tropezaba al salir del coche, varios guardias estarían junto a ella en menos de sesenta segundos.
Bajaron al garaje y Peter le abrió la portezuela. Lali lo miró antes de recoger el bolso y salir. Siempre le había parecido increíble que saliera del asiento trasero con tanta elegancia; pero a fin de cuentas, tenía mucha práctica. Era la limusina que la había llevado al colegio y la universidad, la que utilizaba para ir al cine y para cualquier otra cosa, desde un baile hasta un entierro. Formaba parte de su existencia.
Lali caminó hasta el ascensor y pulsó el bolón. En eso también se diferenciaba de la mayoría de las herederas ricas: si tenía que pulsar un botón, lo pulsaba ella; si tenía que llamar por teléfono, llamaba en persona. Hacía lo posible por no dar más trabajo a sus empleados.
El ascensor tenía puertas parecidas a las del edificio de la doctora y reflejaban la imagen, pero Peter bajó la mirada. A Lali no le gustaba que la observaran y a él le parecía perfecto. Su trabajo consistía en cuidar de ella, no en disfrutar de la contemplación de su belleza, y se dedicaba en él en cuerpo y alma. Incluso en el ascensor. Todas las mañanas lo revisaba a fondo y buscaba explosivos o dispositivos electrónicos que pudieran suponer algún peligro.
No tuvieron que subir mucho; sólo cinco pisos. Lali era la propietaria de todo el edificio, así que habían decidido que viviera arriba porque facilitaba la vigilancia. Tenían un equipo de doce personas que se turnaban con cierta frecuencia para impedir que bajaran la guardia. Algunos llevaban varios años al servicio de la joven, pero todos estaban a las órdenes de Peter, quien había contratado a sus cuatro mejores hombres. Un equipo del que se sentía orgulloso.
La puerta se abrió y ella lo miró antes de salir.
Peter revisó la pequeña sala mientras Lali sacaba la llave y abría los distintos cerrojos. Tenía unas manos delicadas, largas, preciosas, de uñas cortas y sin pintar. No llevaba anillos ni joyas de ninguna clase, con excepción de unos pendientes de diamantes. Odiaba aparentar, y de hecho ocultaba su condición de millonaria. Pero había algo que no podía esconder ni cambiar: su elegancia. Era una mujer distinta, excepcional en muchos sentidos. Cualquier persona que pasara a su lado se daba cuenta con una simple mirada.
—Gracias —dijo ella.
—¿Te quedarás toda la noche?
—Sí.
—Muy bien. Entonces, esperaré hasta que cierres por dentro.
Ella sonrió y sus pálidas mejillas se ruborizaron levemente. Peter sabía que deseaba invitarlo a entrar. Jugueteaba con la idea de mantener una aventura con él, y se sentía halagado por ello. Pero no podía ser. Habría sido poco ético por su parte y peligroso para su seguridad. Además, Lali pertenecía a una de las familias más ricas del país y él sólo era un guardaespaldas.
Peter dio dos pasos atrás. Lali comprendió el gesto y supo que aquél no era el día más apropiado para ser atrevida. Entró en el piso y cerró la puerta. Fiel a su palabra, él esperó hasta que cerró por dentro. Después, sacó su radio y habló con el guardia que estaba de turno para asegurarse de que su protegida había llegado bien.
Mientras bajaba al garaje, tomó una decisión. Averiguaría todo lo que pudiera sobre ese cretino que se dedicaba a raptar a la gente.
+10 y les subo otro
Me encanta!!!! Maaaaas
ResponderEliminarLos dos estan enamorados.
ResponderEliminarwooooow que buena la novee
ResponderEliminarpobre lali ue terrible debe ser vivir asiii
ResponderEliminarsube mas
ResponderEliminarme encanto masnovelaaaaaaaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarMas noveee!!! Me encanta!!!
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