Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

martes, 2 de abril de 2013

Capitulo 9


Cuando llegaran a casa, donde Nicole estaría rodeada de sonidos suaves como el CD de música para bebés o el tintineo del móvil sobre su cuna, la niña abriría los ojos como platos. En la pizzería, sin embargo, con el mismo ruido que el aeropuerto de Houston, decibelio por decibelio, entre los videojuegos, los gritos de los niños y la música, Nicole estaba prácticamente comatosa, profundamente dormida en su moisés.

Por supuesto, Lali sabía que iba a pagar por ello mas tarde. De ningún modo iba a dormir de un tirón toda la noche, pero casi merecía la pena por tener unos minutos de paz para charlar con Eugenia.
Menuda ironía. Un mes antes, aquel sitio le habría parecido demasiado ruidoso, demasiado hortera, la antítesis de la paz que tanto buscaba. Estaba adaptándose, evidentemente.
Dos mellizos pasaron corriendo a su lado, discutiendo a voz en grito. Uno de ellos estuvo a punto de tirar la copa de Eugenia y su amiga torció el gesto, algo raro en ella, que era una alegre y despreocupada rubia. Lali adoraba el natural optimismo de su amiga, pero durante su época universitaria siempre se había preguntado cómo podía alguien estar tan alegre a primera hora de la mañana sin tomar medicación.
–Admito que enamorarme de Nico me ha llevado a soñar alguna vez con una boda, pero este sitio te quita las ganas… –Eugenia se mordió los labios–. Ay, perdona. No me refería a Tanner y Nicole.
Lali dejó su refresco sobre la mesa.
–No pasa nada. Después de ver esto, entiendo que no quieras tener hijos. Tampoco yo estoy preparada, te lo aseguro.
Aparte de los juegos de rigor, la pizzería tenía un laberinto de túneles que llegaba hasta el techo, con ventanas de plástico transparente para que las nerviosas madres pudieran ver lo que hacían los niños. Tanner se había metido en uno de los túneles superiores y estaba mirando tranquilamente lo que hacían los de abajo. A Lali le gustaría que jugase con los demás niños, pero estaba sonriendo, así que mejor no quejarse.
–No puedo creer que haya tanta gente un miércoles por la noche –añadió. Todos los niños debían ir al colegio al día siguiente, incluido Tanner.
–Estarán celebrando algún cumpleaños –sugirió Eugenia.
–Eres una santa. Gracias por darme la idea de venir aquí. Nicole se ha quedado dormida y Tanner parece estar pasándolo bien.
Su amiga frunció los labios.
–Me alegra que se porte mejor que la mayoría de estos monstruitos, pero…
–Lo sé, pero el fútbol empieza la semana que viene y tal vez se anime un poco –dijo Lali–. Y no te rías.
Cuando descubrió que ella iba a ser la entrenadora del equipo, Eugenia había soltado una carcajada de incredulidad.
–Lo siento, es que no puedo imaginarte con una gorra y un silbato dando charlas a un montón de niños, pero aplaudo tu decisión. Será bueno para ti y para Tanner. Y tal vez para tu vida social.
Lali levantó los ojos al cielo.
–¿Qué vida social?
–Por eso precisamente. No has salido con nadie desde que Benjamin te dejó. ¿Debo decir una vez más que estás mejor sin él? Ahora eres libre para conocer a otro hombre.
Aunque era cierto, Lali no estaba precisamente de brazos cruzados.
–No estoy en casa esperando que algún hombre vaya a buscarme, estoy muy ocupada.
En casa, preocupándose de que el biberón de Nicole estuviese a la temperatura adecuada o si debía dejar que Tanner viese una película en la que unos androides se desmembraban entre sí.
–Tal vez el hombre ideal para ti sea alguien que tenga experiencia con niños –dijo Eugenia, repentinamente emocionada por la idea–. Un padre divorciado, por ejemplo, que sepa por lo que estás pasando y que quiera entrenar a un equipo de fútbol.
Estaría bien tener ayuda y no sentirse tan sola, desde luego. Lali intentó imaginar a un padre divorciado de bonita sonrisa y unos hombros en los que pudiera apoyarse… pero el rostro que imaginó fue el de Peter. Probablemente un recordatorio de que los niños eran su prioridad en ese momento.
–Aparte de Tanner, el único hombre en mi vida ahora mismo es Peter Lanzani.
–¿Cómo lo has conocido? –exclamó su amiga.
Lali la miró, sorprendida.
–Trabajo con él, al menos durante unos meses.
–¿Es el nuevo director de proyectos? No me habías dicho su nombre.
–¿De qué lo conoces?
–Su madre es una filántropa y nos hemos encontrado un par de veces en eventos benéficos en los que yo representaba al museo. Me dijiste que era atractivo, pero… no sabía que fuera tan atractivo.
Lali recordó su encuentro con Peter. La buena noticia era que no había vuelto a meter la pata desde el martes, pero tampoco había hecho nada para quedar bien. De ahí su determinación de impresionarlo. Aunque no sería su supervisor durante mucho tiempo, Peter informaría a Agustin Sierra y ella necesitaba desesperadamente conservar su puesto de trabajo.
Por el momento, podía hacerse cargo de los gastos, pero con los años las facturas aumentarían: aparatos para los dientes, campamentos, clases de música.
–Aquí viene tu sobrino –le advirtió Euge.
Tanner se acercó a ellas, cabizbajo.

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