Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

lunes, 1 de abril de 2013

Capitulo 6


Peter, que era un caballero, estaba a punto de darse la vuelta. ¿Pero no lo había contratado Agus para espiar a los empleados? Por el momento, Lali era la que había mostrado un comportamiento más extraño. Además, si no quería que escuchase la conversación, podía apartarse.
Pero no se movió del sitio, pálida como un cadáver.

–¿Que ha hecho qué? ¿Está segura? No, yo… sí, claro, lo entiendo. Iré enseguida –guardó el móvil y lo miró con cara de angustia–. Lo siento, pero no puedo quedarme a la reunión. Tengo que irme ahora mismo.
Y, antes de que Peter pudiera pedirle una explicación, se dio la vuelta y salió de la sala de juntas.


Lali detuvo el coche en el aparcamiento del colegio. Había ido hasta allí casi sin darse cuenta de lo que hacía, intentando controlar los nervios y concentrarse en el tráfico, pero de repente notó que le temblaban las manos.
¿Tanner se había peleado con otro niño? Tanner era un niño travieso que solía romper cosas sin querer con su espada láser, pero siempre había sido bueno y paciente con Nicole...
Solo llevaban tres semanas con ella. No podía haberles arruinado la vida tan pronto, ¿no?
Bajó del coche rezando para aprender a educar a los niños lo antes posible.
«Stefano, si estás mirándome desde ahí arriba, podrías echarme una mano».
Cuando entró en el colegio vio una fila de niños encabezada por una profesora que les recordaba que no arrastrasen los pies.
Lali recordó las palabras de la directora por teléfono:
–Tenemos unas normas muy claras, señorita Esposito, y mi obligación es expulsar a cualquier alumno que pegue a otro. No toleramos un comportamiento violento en ninguna circunstancia.
¿De verdad iban a expulsar a un niño de seis años que acababa de perder a sus padres? Y si así era, ¿qué iba a hacer con Tanner?
Tenía que ir a la oficina. Ya había pedido muchos días libres tras la muerte de su hermano y su cuñada y dudaba que pudiese pedir alguno más.
Se dirigió a la oficina que tenía delante, sintiéndose como una alumna castigada, y se aclaró la garganta para llamar la atención de la mujer que estaba tras el escritorio.
–Perdone, soy Lali Esposito.
–Ah, sí, la tutora de Tanner Esposito –la mujer se quitó las gafas y miró a Lali con unos penetrantes ojos azules–. Ha venido a ver a la directora.
Había pronunciado «Tanner Esposito» como si dijera «Delincuente Esposito» y a Lali le dieron ganas de recordarle que no debía juzgar a un niño de seis años que estaba lidiando con la muerte de sus padres.
Pero como no quería problemas, se limitó a asentir con la cabeza.
–Por ese pasillo, la primera puerta a la izquierda. Está esperándola.
En el despacho estaban Tanner, la directora del colegio y Heidi Lee, la psicóloga con la que había hablado cuando fue a matricular al niño. Y se alegró al ver que tenía una mano sobre el respaldo de la silla de Tanner, en actitud amistosa.
–Señorita Esposito –la saludó la directora–. Me alegra que haya venido tan rápidamente, eso demuestra que entiende la gravedad de la situación.
Lali se volvió hacia su sobrino.
–¿Estás bien?
Él apartó la mirada.
–Lo siento, tía Lali.
Ella tragó saliva, emocionada por su tono derrotado.
–Tanner no resultó herido en el altercado –le informó la directora–. Pero el otro niño tuvo que ir a la enfermería.
–¡Yo no quería tirarlo al suelo! –exclamó Tanner–. Sé que no debería haberlo empujado, pero… le salió sangre, tía Lali.
Heidi Lee apretó el brazo del niño.
–¿Por qué no vamos a mi despacho? Así podrás comerte el sándwich mientras la directora habla con tu tía.
Tanner miró a Lali con tal expresión de miedo que ella quiso abrazarlo y decirle que todo estaba bien, pero no sabía si era apropiado.
–A mí me parece buena idea, Tanner.
–Pero es que no tengo hambre.
–Ya sabes que no debes saltarte ninguna comida. Ve con la señorita Lee, yo iré en unos minutos.
O eso esperaba. Cuando volviese a la oficina, seguramente Pepper estaría pidiendo su cabeza.
La psicóloga salió con Tanner y cerró la puerta mientras Lali se dejaba caer sobre una silla.
–Lo siento mucho. Es un buen niño… no le haría daño a una mosca.
–Tendrá que convencer de eso a los padres del otro niño –replicó la directora–. Señorita Esposito, sé que Tanner está pasando por un momento muy difícil y es una pena que la profesora sustituta no conociera la situación. Pero hay casi ochocientos niños en este colegio y docenas de ellos han sufrido alguna tragedia en el último año, de modo que no puedo aceptar eso como excusa.
–Lo entiendo –aceptó Lali.
–Creo que Tanner es sincero al decir que no quería hacer daño al otro niño, pero no debería haberlo empujado. Tarde o temprano, alguien le dirá algo que le haga daño o que le moleste, y responder con violencia no es aceptable.
–Hablaré con él –le prometió ella.
–Según nuestras normas, no tengo más remedio que expulsarlo durante un día. Tendrá que irse a casa con usted y mañana pasará el día en el despacho de la señorita Lee. Después de eso podrá volver a clase, pero antes tendrá que disculparse con el otro niño. Y la profesora hará que el chico se disculpe por burlarse de que Tanner no tenga padres.
–Muy bien –asintió Lali. No era lo ideal, pero podría haber sido peor.
–¿Le explicará a su sobrino que no debe volver a pasar?
–Por supuesto.
–Muy bien, entonces vaya a buscarlo. Tal vez debería hablar con la señorita Lee, ella podría aconsejarla. Queremos que Tanner lo pase bien en el colegio, señorita Esposito, pero no podemos aceptar que se muestre violento con otros niños.
Seguramente era un buen consejo. Le vendría bien ayuda profesional para tratar con su sobrino, aunque no sabía cómo iba a salir de la oficina para hablar con la psicóloga. Su jefe le había dado dos semanas libres cuando Stefano murió y tenía la sensación de que no debería tentar a la suerte. De modo que…
¿Qué iba a hacer con Tanner? ¿Debía llevarlo a la oficina o ir a casa y llamar a una niñera?
Ninguna de las dos soluciones la haría quedar bien con su nuevo jefe de equipo.


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