Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

martes, 19 de marzo de 2013

Capitulo 12


Se marcharon sin sufrir ningún percance reseñable. Dejaron el coche de Lali en el garaje del edificio donde vivía y subieron al BMW de Peter. Para asegurarse de que no los seguían, Peter dio un rodeo por la autopista de circunvalación. Y cuando por fin tomaron dirección norte, Lali ya no tenía tanto miedo.
Durante las cuatro horas que duró el viaje se dedicaron a charlar de cosas intrascendentes, de música, libros y películas. Era como el aprendizaje básico de toda pareja en los primeros días de una relación. De hecho, Lali se alegró mucho de haberse marchado de la ciudad porque era la ocasión perfecta para conocer mejor
a Peter. Y cuantas más cosas sabía de él, más convencida estaba de que había dado con su príncipe azul.
Pero, a pesar de que las tensiones se fueron disipando a medida que se alejaban de Providence, ella se preguntaba si pasar un par de noches con un hombre al que deseaba, a solas y en una cabaña de Maine era una buena idea.
Había decidido que se tomaría las cosas con calma y que procedería con cautela. Sin embargo, era consciente de que el plan saltaría hecho pedazos en cuanto se encontraran en mitad de ninguna parte y no tuvieran nada que hacer excepto disfrutar del sexo una y otra vez.
—Mis padres me llevaban a Maine muy a menudo cuando yo era una niña —dijo Lali mientras contemplaba la costa rocosa—. Alquilábamos una casa cerca de Penobscot. A mis hermanas y a mí nos encantaba.
—¿Tus padres siguen vivos?
Lali asintió.
—Mi padre es terapeuta en Manhattan y mi madre da clase en Columbia. Es profesora de Sociología. Además, mi hermana mayor tiene un puesto de cirujano en California y mi otra hermana trabaja para la industria aeroespacial como ingeniera. Supongo que yo soy la oveja negra de la familia.
—Pero si eres profesora…
—Sí, pero adjunta. Y a mis padres nunca les ha gustado mi especialización. No les parece ni serio ni importante. Creo que esperaban que descubriera una cura para una enfermedad peligrosa o una nueva forma de energía, qué se yo.
—¿Y por qué elegiste el sexo? —preguntó.
—Porque las relaciones humanas me fascinan —respondió—. Sobre todo, la batalla entre el instinto y el intelecto. Empecé con el estudio de los animales, pero poco a poco me di cuenta de que los seres humanos son infinitamente más interesantes.
—Imagino que en tu trabajo te enterarás de cosas increíbles…
Lali negó con la cabeza.
—No creas. El sexo es igual para todo el mundo. No hay más diferencia que los gustos y las inhibiciones.
—Bueno, pero no me dirás que un hombre obsesionado con los pies de una mujer es un hombre normal. Por ejemplo.
Lali se encogió de hombros.
—A unos les gustan los senos y a otros les gustan los pies. ¿Qué diferencia hay?
—Que los senos son… senos. Son sexys y tocarlos es muy divertido.
Lali se quitó una sandalia, cambió de posición en el asiento y empezó a acariciarlo con el pie.
—Sigue, sigue —bromeó.
Él empezó a masajearle el pie. Lo hacía tan bien, que Lali gimió con suavidad y echó la cabeza hacia atrás.
—Vaya, eso no está nada mal —susurró—. ¿Podrías hacer lo mismo con el otro?
Peter rió.
—¿Te excita?
—Sí —respondió ella—. ¿Y a ti?
Lali lo miró con interés.
—Sí, un poco —admitió.
Ella introdujo un pie entre sus piernas y le frotó.
—¿Y ahora? ¿Te excita un poco más?
Peter suspiró.
—Eres muy consciente del efecto que produce ese tipo de caricias —dijo.
—Cierto, y eso demuestra lo que decía —observó ella—. Los pies son importantes desde un punto de vista sexual: La próxima vez que me los mires, recordarás lo que acabo de hacer. Tu cerebro lo recordará, y como ha sido placentero, querrás que lo haga otra vez. Y mirarás los pies de las mujeres de una forma… distinta.
Él le agarró el pie y se lo besó sin apartar los ojos de la carretera.
—Si nuestra pequeña escapada va a ser así, tal vez sería mejor que volviéramos a Providence.
—Oh, vamos, sólo se trata de que te abras a nuevas posibilidades —dijo ella—. No todas las extravagancias son malas ni peligrosas. Algunas son muy divertidas.
—Nunca te acostarás sin saber una cosa más —bromeó Peter.
Cuando llegaron a Wiscasset, Peter tomó el puente y giró hacia el sur, hacia Boothbay. Lali sacó el mapa y comprobó la ruta.
—¿De quién has dicho que era la casa?
—De un amigo. Bueno, más bien de un cliente… le instalé el sistema de seguridad hace unos meses. Pasa la mayor parte del año en Europa y me dijo que podía usar su casa siempre que quisiera.
Lali no se había marchado de vacaciones desde hacía años, aunque viajaba con cierta frecuencia para asistir a congresos y conferencias en ciudades de todo el mundo. Sencillamente, no le gustaba viajar sola. El verano anterior había estado unos días en París, pero no lo había considerado unas vacaciones porque no había hecho otra cosa que vagar sin compañía, tomar café y leer libros.
—¿Y qué se puede hacer por aquí?
—Pescar, por ejemplo. Jack dice que tiene un bote que podemos usar si queremos. Y también podemos nadar, aunque es posible que el agua esté demasiado fría en esta época del año. Además, la costa es muy rocosa —respondió—. Pero hay un muelle y la casa está en un sitio alejado y tranquilo. Hasta podemos pasear en bicicleta.
—Debo advertirte que nunca he sido una chica de campo…
—Bueno, también podemos hacer muchas cosas dentro de la casa.
Peter la miró un momento con intensidad. Después, tomó un camino que se internaba entre los bosques y al cabo de unos minutos divisaron una cabaña. Se notaba que era de fabricación reciente, pero habían hecho un gran trabajo y a simple vista parecía que llevara muchos años allí.
Lali silbó.
—Vaya, sí que es bonita…
Peter detuvo el vehículo, salió y le abrió la portezuela a Lali. Ella esperaba que la llevara a la casa, pero lo primero que hizo fue abrazarla y darle un beso. La apretó contra el coche y se tomó su tiempo, explorando su boca con la lengua, jugueteando una y otra vez hasta que el corazón de Lali se aceleró.
Cuando por fin se apartaron, estaba mareada y sin aliento.
—¿Cuánto tiempo hace que querías besarme?
—Ya ni me acuerdo —respondió él, besándola en el cuello—. El viaje ha sido tan largo…
Peter sacó el equipaje del asiento, la tomó de la mano y caminaron hacia el porche de la cabaña.
Mientras subían los escalones, ella se sintió desfallecer. Ya no había vuelta atrás. Pasara lo que pasara entre ellos, seguramente pasaría allí. Ahora estaban lejos de los problemas de la ciudad y ya no tenía que protegerla, así que nada impedía que se dejaran llevar por el deseo. ¿Pero sería capaz de entregarse a aquel hombre? Sólo habían transcurrido veinticuatro horas desde su primer encuentro y ya estaba pensando en seducirlo.

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