Peter Lanzani los alzó por encima de la cabeza mientras su hermano mayor, Gaston, le daba un empujón. Tenía los binoculares de su abuela y se había dedicado a usarlos para observar a la chica del jardín. Estaba tumbada bocabajo, sobre una toalla, y llevaba un bikini rojo con flores amarillas; pero se había quitado la parte superior y casi se le podía ver uno de los senos.
—Dame los malditos binoculares —insistió Gaston.
Peter lo maldijo en voz baja y le dio los binoculares. Después, pasó una pierna por encima del muro y se quedó sentado a horcajadas.
Kitty Donahue tenía quince años. Era la hija del jardinero. Los sábados solía ayudar a su padre en el trabajo o sentarse en el solario y estudiar. Pero en verano se tumbaba a tomar el sol en una esquina tranquila del jardín y Peter y sus hermanos podían estudiar los misterios de la anatomía femenina.
En ese momento, Kitty se movió para apartarse un insecto del hombro e Gaston soltó un gemido.
—¿Ver qué?
Gaston y Peter se giraron hacia su hermano pequeño, Nico, que estaba al pie de la pared y los miraba con el ceño fruncido.
—Nada, nada —dijo Peter—. Lárgate, Nico.
—¿Qué estáis mirando? —preguntó Nico.
El chico subió por el árbol que estaba junto a la pared y se sentó junto a Peter. Después, echó un vistazo a su alrededor y no tardó en descubrir el motivo de tanto interés.
—¡Está casi desnuda! —gritó.
—Calla… —dijo Peter, tapándole la boca con una mano—. Si quieres estar con nosotros, cierra la boca.
Nico asintió y Peter apartó la mano. Gaston le devolvió los binoculares y él siguió con su estudio de Kitty. Era la chica más guapa que había visto nunca, con excepción de su madre y de sus hermanas, Eugenia Lanzani y Jane.
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para intentar recordar sus caras. En junio se habían cumplido cinco años desde que sus hermanos y él se habían marchado de casa; cinco años sin ver a sus seres más queridos. A veces, Peter se preguntaba si volverían a verlos o si pasarían el resto de sus vidas allí, en Irlanda, en la mansión de su abuela Callahan.
La vida con su abuela había sido difícil al principio. Grace Callahan vivía en el extranjero y nunca había formado parte de sus vidas. Además, su madre y su abuela se habían peleado por algo que los niños desconocían y llevaban mucho tiempo sin dirigirse la palabra.
Grace Callahan enviaba todos los veranos una invitación para que los chicos la fueran a visitar a Irlanda. Emma Lanzani, su madre, las rechazó siempre, pero cayó enferma de cáncer y la situación económica de la familia se complicó tanto, que no tuvo más remedio que enviar a los tres hijos menores con su abuela.
En Estados Unidos no había Seguridad Social y los Lanzani no tenían dinero para un caso de emergencia, pero eso no impidió que Paddy Lanzani buscara el mejor cuidado médico posible para su esposa. Sus hijos mayores y él aceptaron todos los trabajos que podían, pero apenas sacaban para comer, vestirse… o enviar a Gaston, Peter y Nico a Irlanda.
Como Gaston era el mayor de los tres, se convirtió en el jefe y se responsabilizó de la situación. A Peter no le importó. Alguien debía cuidar de ellos, y aunque él también se sentía capaz de hacerlo, tenía cosas más interesantes que hacer. Como por ejemplo, pensar en Kitty Donahue y en otras irlandesitas que llamaban su atención. Pero Kitty era la mejor de todas. Era misteriosa, fascinante, excitante. Lamentablemente, no le hacía el menor caso.
—Casi le puedo ver las tetas… —susurró Nico.
Gaston le pegó un codazo en las costillas.
—¿Dónde has aprendido esa palabra?
—Escuchando vuestras conversaciones —respondió—. Además, ¿qué tiene de malo? ¿Se llaman así, no?
Peter alzó los ojos al cielo e Gaston contuvo la sonrisa.
—Sí —murmuró—. Se llaman así.
—Voy a hablar con ella —dijo Peter.
—Yo hablé una vez con ella —intervino Nico—. Le hablé de nuestro tesoro y se lo enseñé.
Nico se llevó una mano al cuello y sacó el medallón pequeño que habían encontrado años atrás en el granero. Lo llevaba encima, colgado con una cinta de cuero, como si fuera una medalla.
—A ella no le interesa ese medallón viejo —dijo Gaston.
—Claro que sí. Cuando se lo enseñé, quiso que le contara toda la historia. Le dije que me lo pidiera si alguna vez necesitaba que le diera suerte —explicó—. Creo que le gusto…
—No tanto como le voy a gustar yo —declaró Peter—. Voy a bajar ahora mismo.
—No lo hagas, Peter —dijo Gas—. Adivinará que hemos estado observándola.
—¿Desde cuándo tengo que obedecer tus órdenes?
—Gas es el jefe —afirmó Nico—. Papá le dijo que cuidara de nosotros y tenemos que obedecerlo. Y si dice que no bajes, entonces…
—Sí, ya lo sé —lo interrumpió Peter—. Pero eso no significa que tenga que aceptar todo lo que dice. Voy a bajar y a pedirle que salga conmigo. Quién sabe, tal vez la lleve a ver una película.
—Qué tonto eres —se burló Gas—. No querrá ir contigo a ninguna parte.
—Bueno, ya lo veremos.
Peter saltó ágilmente al suelo, avanzó entre los arbustos, llegó al césped y caminó hasta Kitty. Una vez allí volvió la cabeza hacia la pared, desde donde Ian lo miraba con envidia apenas disimulada. Ian siempre había sido cauteloso con las chicas, pero Peter pensaba que la cautela estaba fuera de lugar. Si apreciar la belleza de una chica no era nada malo, no entendía que tuviera que disimularlo.
Además, poseía un encanto natural que normalmente le ganaba los favores del sexo opuesto. Las chicas eran su especialidad desde su primer beso con lengua, cuando besó a Alicia Dooley detrás de la rectoría. Entonces tenía once años y en el tiempo transcurrido había besado a muchas más, pero nunca se había aproximado a una chica tan refinada como Kitty Donahue. Ella jugaba en una liga completamente diferente.
Sin embargo, Peter ya tenía trece años y se sentía con la madurez necesaria para que Kitty lo considerara interesante. De modo que carraspeó y se inclinó sobre ella.
—¿Qué quieres? —preguntó Kitty con tono de aburrimiento—. Me estás tapando el sol.
—¿Qué lees? —preguntó él.
—Jane Eyre —respondió.
—¿Está bien? ¿Crees que me gustaría?
Peter se sentó delante de ella y le quitó el libro.
—No es un libro para chicos. Es romántico.
Declan asintió mientras examinaba la portada.
—Los chicos también pueden ser románticos.
Ella rió.
—¿Desde cuándo eres romántico, Peter Lanzani?
—No lo soy, pero podría serlo si quisiera —respondió—. ¿Qué tengo que hacer?
—¿Para qué?
—Para que vengas a dar una vuelta conmigo.
Peter optó por ser directo para demostrar seguridad y porque sabía que el elemento sorpresa era fundamental en esas cuestiones. La probabilidad de que Kitty quisiera salir con él era casi inexistente; pero si la sorprendía con la guardia baja, tal vez tuviera alguna.
—Te faltan muchas cosas para eso.
—¿Cómo por ejemplo…?
—Un coche. No tengo la menor intención de dar una vuelta por el pueblo en tu miserable bicicleta.
—Tengo coche. Y chofer —afirmó, sonriendo—. Es un Rolls… todas las estrellas tienen un Rolls.
Kitty se mantuvo en silencio durante unos segundos, como si la idea de dar una vuelta en el Rolls Royce de su abuela le resultara atractiva.
—¿Y qué me dices del dinero? Tendrías que llevarme a algún lugar bonito y eso cuesta dinero.
—Tengo dinero. Mi abuela me da una buena asignación semanal y nunca la gasto entera. Supongo que podría comprarte unas flores e invitarte a algo.
—Vaya, hay que reconocer que eres atrevido —dijo, inclinando la cabeza hacia un lado—. ¿Te importa abrocharme el bikini?
Peter se inclinó y le abrochó cuidadosamente la parte superior del bikini. Después, miró hacia la tapia y se preguntó qué estaría pensando Gaston. La piel de Kitty era suave y estaba caliente por el sol. Cuando él terminó, ella se sentó y se reajustó la prenda para que todo quedara en su sitio; pero lo hizo con la suficiente parsimonia como para que Peter pudiera disfrutar de una bonita visión de sus perfectos senos.
—Bueno, ¿y dónde piensas llevarme?
Peter apartó la mirada de sus senos y sonrió.
—Elige tú.
—A cenar. En un lugar bonito, con manteles de lino y cubertería elegante —dijo—. Después, al cine. Y luego, a dar una vuelta por Dublín.
—¿Y cuándo quieres que lo hagamos?
—El viernes por la noche. Puedes pasar a recogerme a las seis. ¿Sabes dónde vivo?
—No, pero seguro que puedo encontrarte.
Peter se levantó y se limpió las manos en los pantalones.
Ella sonrió de tal modo, que el chico se estremeció.
—Muy bien, el viernes a las seis. Y ahora, lárgate… ah, y di a tus hermanos que sé que están en esa tapia.
—Se lo diré. Hasta el viernes….
Kitty se tumbó otra vez en la toalla, se volvió a desabrochar el bikini y siguió leyendo. Peter decidió seguir por el jardín hasta la entrada de la casa, sin otra intención que matar de curiosidad a Gas y a Nico. Aunque con un poco de suerte lo habrían oído todo y estarían impresionados.
No había mujer en el mundo a la que no pudiera seducir. Y por lo visto, Kitty no era la excepción a la regla.
Corrió hacia la casa. Pero antes de que pudiera entrar, Gaston y Nico aparecieron a toda velocidad y lo interceptaron.
—Eres tonto —dijo Gas—. ¿Le has pedido que salga contigo?
Peter asintió.
—Claro que sí. ¿Has oído la conversación? Me ha dicho que sí.
—¿Pero qué puede haber visto en ti? Sólo eres un niño.
—Ella no ve un niño. Ve a un hombre.
—Sí, por supuesto, a un hombre —se burló—. Pues dime, hombrecito, ¿qué vas a hacer cuando quiera darse un revolcón en el asiento de atrás del coche de la abuela? Por eso quiere ir a Dublín contigo. ¿Qué pasará cuando te meta mano…?
—¿Qué es un revolcón? —preguntó Nico.
—Olvídalo —dijo Gaston—. Kitty Donahue está acostumbrada a salir con chicos mayores, Peter. Será mejor que estés preparado o te encontrarás en una situación muy embarazosa.
Peter frunció el ceño. No había pensado en las cosas que podían salir mal.
—Sé lo que estoy haciendo —murmuró—. Además, tú no eres quién para darme consejos. Nunca has salido con nadie. ¿Qué sabes tú?
—Tanto como tú, hermanito. ¿Es que te has enamorado de ella?
Peter se encogió de hombros.
—No. Sólo me enamoraré cuando sea mayor. Y entonces, seguiré con ella hasta el fin de mis días, como mamá y papá —afirmó—. Pero entre tanto, pienso tirarme a tantas chicas como pueda.
Peter siguió a Nico y a Gas al interior de la casa, aunque antes echó un último vistazo al jardín. Kitty Donahue había visto algo en él, algo que encontraba interesante. Ahora sólo tenía que estar a la altura de las circunstancias.
De todas formas, la experiencia merecería la pena incluso si salía mal. Había decidido que, cuando llegara a los dieciocho años, ya sabría todo lo que había que saber sobre las mujeres, desde la cabeza hasta los pies, por fuera y por dentro. No habría ningún otro hombre en el mundo que se hubiera enrollado con más mujeres. Excepto, tal vez, James Bond.
Y bueno, gano lecciones de placer, es una novela muy bonita, ya veremos cuando acabe cual sigue, pero bueno, eso cuando se acabe. Les repito, a mi parecer es muy bonita. Ya esta, +15 si quieren maraton
sube massssssss
ResponderEliminarme gustaaaaaa
ResponderEliminarSacame un duda...peter tiene 13?
ResponderEliminarParece estar buenaa
ResponderEliminarsiiiiiiiiiiiii
ResponderEliminarMe encantaaaa, me atrapo mal. -Paz
ResponderEliminarme encanto, sube mas.
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