Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

lunes, 25 de marzo de 2013

Capitulo 28


Le apartó los muslos y empezó a lamerle el clítoris. Dos o tres minutos después, llegó al clímax y gritó.
Peter nunca había imaginado que se podía sentir tanto placer con el placer de otra persona. Había perdido la razón. Lali había pasado a ocupar el centro de su existencia y los sentimientos que lo invadían eran tan poderosos, que no se sentía con fuerzas para controlarlos. Era una fantasía hecha realidad.

Sólo entonces, la penetró. Al principio se movió suavemente, dándole tiempo para recuperarse del orgasmo. Pero al cabo de un rato, ella se excitó de nuevo y empezó a moverse con un ritmo cada vez más intenso. Peter estaba tan cerca del clímax, que podía haberlo alcanzado en cualquier momento. Sin embargo, se contuvo y no se dejó llevar hasta que Lali se estremeció otra vez entre convulsiones.
—Seguro que en tus investigaciones no aparecen relaciones como ésta —murmuró él.
Lali rió con suavidad y le acarició el cabello.
—Recuérdame que me lleve esas revistas a casa. Está visto que te sientan bien.
—No necesito fotografías de mujeres desnudas para excitarme contigo. Me basta con tu cuerpo.
Ella suspiró.
—¿Sabes una cosa? No quiero que la policía atrape al responsable de esas amenazas. Si sigue suelto, te quedarás conmigo para siempre.
Peter la abrazó con fuerza. Curiosamente, él estaba pensando lo mismo que ella.


Lali miró la maleta y valoró las opciones que tenía con la ropa. Quería algo refinado, pero sencillo, y que le quedara bien.
Al salir del despacho, habían regresado a la casa de Peter y habían repetido la experiencia de la tarde. Suponía que se quedarían allí hasta que llegara la hora del programa de radio, pero Peter se empeñó en que salieran. Ya había reservado mesa en un restaurante, y aunque se había hecho tarde y ya no podían ir al cine, a Lali le pareció bien. A fin de cuentas, tenía hambre. Y estaba algo cansada después de todo un día de sexo.
—¿Estás preparada? —preguntó él.
—No. No sé qué ponerme.
—No te preocupes por eso. Estás preciosa con todo lo que te pones.
Lali supo que lo decía en serio.
Por fin, se decantó por una blusa negra y una falda del mismo color. La blusa era corta y le dejaba el ombligo al aire, así que resultaba bastante provocativa. Sensación que aumentaba porque no se había puesto sostén.
Cuando Peter la vio, sonrió. Estaba increíblemente bella.
—Guau… No llevas sujetador, ¿verdad?
Lali sonrió.
—No. ¿Te parece mal?
—En absoluto.
La tomó de la mano y la llevó al coche. Una vez dentro, arrancó y puso un poco de música de Jazz suave.
Lali se recostó en el asiento del copiloto y sonrió. Aquello era lo más normal que hacían desde que se habían conocido: salir un sábado por la noche a cenar, como cualquier pareja.
—Me temo que he estropeado tu juramento de celibato —comentó—. ¿Qué dirán tus hermanos?
—No lo sé, pero me tocará pagar. Y me harán la vida imposible durante unos cuantos años. Pero habrá merecido la pena.
—¿Has aprendido algo con todo esto?
—Por supuesto que sí.
—¿Qué?
Peter tardó unos segundos en contestar, como si estuviera calculando la respuesta.
—Cuando propuse lo del juramento, esperaba que me cambiara en algún sentido. Pensé que, si no pensaba constantemente en el sexo, tal vez pudiera descubrir algo más en una mujer.
—¿Algo más?
—Sí. Algo como un futuro. Algo más duradero que unas cuantas noches en la cama.
—¿Y tus hermanos también lo quieren?
Peter se encogió de hombros.
—Creo que sí. Tuvimos una infancia difícil y siempre nos ha costado establecer relaciones. Aunque supongo que eso ya te lo habías imaginado.
—¿Qué os pasó?
—Mi madre cayó enferma y nos envió a Irlanda con nuestra abuela.
—Debió de ser interesante…
—Lo habría sido si no nos hubiéramos quedado ocho años, casi nueve. Un día teníamos familia, hermanas, un hogar, y al día siguiente nos encontramos a miles de kilómetros de distancia en casa de una mujer a quien no conocíamos. La enfermedad de mi madre estuvo a punto de arruinar a mi padre, y supongo que no encontraron más solución que mandarnos a Irlanda —explicó—. Mi abuela era rica y mis padres eran pobres.
Peter la miró y añadió:
—¿Qué te parece? ¿Crees que podré superarlo? ¿O ya estoy condenado de por vida?
—Creo que esa experiencia te ha dejado huellas profundas. Y también creo que has intentado mantener las distancias con las mujeres y con la gente en general porque tenías miedo de que te abandonaran otra vez. Pero eres un hombre adulto. Puedes enfrentarte a tus miedos y vencerlos. Mucha gente tiene infancias como la tuya y la superan.
—Sí, tal vez.
Ella lo miró y volvió a pensar en todo lo que habían compartido hasta el momento. Creía estar enamorada de él, pero todavía no estaba segura.
—¿Dónde vamos a cenar?
—Es una sorpresa. Por cierto, he dejado una caja en el asiento de atrás… ¿podrías pasármela?
Lali lo hizo. Era una cajita blanca.
—¿Qué es?
—Algo para ti.
Ella rió.
—¿Para mí?
—Como es nuestra primera cita oficial, he pensado que debía regalarte algo. Así lo recordarás siempre. Pero venga, ábrela…
—¿Cuándo has ido de compras? —preguntó con curiosidad.
—Hice unas llamadas telefónicas y le pedí a uno de los chicos que pasara a recogerlo.
Ella abrió la cajita con cierto nerviosismo. En su interior había un precioso ramillete de flores de papel.
—En la época victoriana, era habitual que los hombres regalaran ramilletes a las mujeres a las que pretendían cortejar —explicó ella.
—Ya lo sabía.
—¿Cómo es posible?
—Eh, no soy un perfecto idiota en los asuntos del amor. Mi abuela tenía un jardín enorme, lleno de flores, y nos enseñó muchas cosas sobre ellas. Aunque por aquel entonces no nos hacía ninguna gracia.
—¿Conoces el lenguaje de las flores?
—Claro —dijo, echando un vistazo al regalo—. Las rosas rojas simbolizan la pasión. El espliego… creo recordar que la devoción. Y los helechos que decoran el ramillete significan fascinación.
—Vaya, ahora sí que me has sorprendido.
—¿A que no te lo esperabas?
Ella se inclinó y lo besó.
—No, no me lo esperaba en absoluto —confesó—. Eres más romántico de lo que había imaginado. ¿Y sabes una cosa? Estoy un poco nerviosa… a fin de cuentas, tienes razón. Esta es nuestra primera cita oficial.
—No estés nerviosa. Te prometo que no te besaré hasta el final de la velada. Ni te pediré que me invites a entrar en la casa a tomar una copa.


Aqui le dejamos, ya es tarde, nos leemos mañana.



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