Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

sábado, 16 de marzo de 2013

Capitulo 3

Si era verdad que trabajaba para Trevor, ¿por qué estaba oculto en el garaje? ¿Y cómo había entrado? Necesitaba respuestas.
Cuando llegó a su piso, pulsó el botón del garaje y el ascensor regresó al punto de partida. El desconocido seguía allí, apoyado en un pilar, con los ojos enrojecidos. Se había quitado la chaqueta y desabrochado la camisa.
—¿Quién es usted? —preguntó ella.
Lali volvió a sacar el pulverizador y le apuntó con él.
—Me llamo Peter Lanzani —respondió—. Dirijo una empresa de seguridad que trabaja exclusivamente para Trevor.
—¿Y qué hace aquí?
—Trevor me ha encargado que sea su guardaespaldas personal. Anoche se recibió otra amenaza en la emisora, y esta vez era de muerte. Ross cree que tal vez pueda convencerla de que acepte un servicio de seguridad más estricto. Se suponía que le iban a decir que la estaría esperando…
Lali no pudo creer lo que acababa de escuchar.
—¿Una amenaza de muerte? ¿A mí? ¿Por qué no me lo ha dicho nadie?

—Lo desconozco, pero ése es el motivo de mi presencia.
Lali no sabía qué hacer. Sin embargo, parecía un hombre fiable y estaba al tanto de lo sucedido.
—Enséñeme su placa —exigió con voz temblorosa.
—No tengo placa. No soy policía.
Peter sacó el teléfono móvil.
—Tome. Llame a Trevor Ross. Es el primero de la agenda… se lo explicará todo.
Ella dudó. Si efectivamente trabajaba para Trevor, acababa de cometer una gran injusticia con él.
—¿Por qué se ha acercado a mí de ese modo? —preguntó ella.
—Sólo pretendía presentarme…
Lali gimió, guardó el pulverizador en el bolso, tomó a Peter del brazo y lo llevó hacia el ascensor. El olor a pimienta era tan intenso que le irritó los ojos.
—No debería haberme asustado —dijo ella—. Últimamente estoy un poco nerviosa, y al verlo ahí, en la oscuridad… Compréndame.
—Ha hecho lo que debía —admitió.
Lali se detuvo en seco.
—¿De verdad?
Él asintió.
—Su primera obligación es protegerse. Y lo ha hecho.
Entraron en el ascensor. Él se apoyó en uno de los paneles y cerró los ojos. Lali lo observó en silencio y sintió un estremecimiento ante sus atractivos rasgos, su cabello oscuro y levemente revuelto, su nariz recta y su fuerte mandíbula. Cuando llegó a la altura de su boca, el estremecimiento alcanzó tal grado, que se quedó sin respiración.
¿Cómo era posible que lo hubiera confundido con un loco? Un hombre como aquél no necesitaba perseguir a las mujeres para ganarse sus favores. Todavía no le había visto bien los ojos y no sabía de qué color eran, pero eso carecía de importancia. Fueran como fueran, Peter Lanzani era un magnífico espécimen.
En ese instante, él entreabrió los ojos y negó con la cabeza.
—Ese pulverizador me ha dado de lleno en la cara, en el pecho y en las manos. Tendré que quitarme la ropa si me quiero librar del olor… pero si tiene intención de seguir usándolo, habrá que mejorar su puntería.
Segundos después, salieron del ascensor y ella lo llevó hacia su piso. Peter le puso una mano en el hombro. Sus dedos eran cálidos y sutiles, y cuando los llevó a su espalda, Lali se sintió desfallecer.
Había sido un gesto inocente y simplemente caballeroso que no debía afectarla de esa forma. Pensó que tal vez sería la adrenalina, por el susto que se había pegado en el garaje, pero su cuerpo reaccionó al instante y ella se dejó llevar por fantasías eróticas. Quería sentir aquel contacto en otras partes.
Curiosamente, no podía recordar su nombre. Estaba tan alterada que había perdido la facultad de pensar. ¿Había dicho Lanzani? Sí, en efecto. ¿Pero era su nombre? ¿O su apellido?
Entraron en el piso y él echó un vistazo a su alrededor.
—Tengo que quitarme esta ropa —dijo—. ¿Dónde está el cuarto de baño?
Ella se lo indicó.
—La última puerta a la izquierda, por el pasillo.
Él se alejó y ella lo siguió con la mirada. En los dos últimos años sólo había salido con dos hombres. Ciertamente no estaba desesperada por mantener una relación con alguien, pero tampoco había hecho ningún esfuerzo por no mantenerla y empezaba a inquietarse. Lanzani le gustaba. Lamentablemente, rociar a alguien con un pulverizador de pimienta no era la mejor forma de causar buena impresión.
Avanzó por el pasillo y llamó a la puerta del cuarto de baño.
—¿Necesita algo?
—¿Tiene aceite de cocinar? —preguntó él desde el otro lado.
—Creo que sí.
Lali frunció el ceño y se dirigió a la cocina. No sabía para qué quería el aceite, pero después de lo ocurrido, le habría dado cualquier cosa que pidiera.
Sacó una botella de aceite de oliva, volvió al pasillo y llamó otra vez a la puerta. Él no contestó, así que tuvo que entrar.
Peter estaba delante del espejo, desnudo de cintura para arriba. Lali se quedó sin aliento ante la visión de su cuerpo delgado pero fuerte, de hombros anchos, estómago liso, cintura estrecha. Por debajo de los pantalones surgía un hilo de vello que le llegaba al ombligo.
Ella le dio el aceite. Él se inclinó sobre el lavabo, se echó un poco de aceite en las manos y se frotó con él.
—¿Qué hace? —preguntó Lali.
—Quitarme la peste de ese pulverizador —respondió—. El alcohol es lo más útil para estas cosas, pero el aceite también sirve.
Cuando terminó de frotarse, se limpió con una toalla.
—Tengo una botella de vodka, si lo prefiere…
—No, prefiero el whisky, gracias —dijo él—. Con hielo, por favor.
Su voz era profunda y rica, con un tono levemente irónico.
—Pero yo no me refería a… —intentó decir Lali.
Él rió.
—No se preocupe, era una broma. Además, nunca bebo en el trabajo.
—Pues a mí no me sentaría mal una copa —murmuró.
—Entonces, tómesela. Estaré con usted en unos minutos.
Lali se giró y desapareció por el pasillo. Cuando llegó a la cocina, sacó la botella de vodka del frigorífico, se sirvió en un vaso y echó un trago. No esperaba terminar la noche de ese modo, con un hombre semidesnudo en el servicio.
Al salir de la radio a la una de la madrugada, había pensado en llegar a casa, darse un baño, tal vez ver una película y dormir. Es decir, lo mismo que todas las noches hasta que empezaron a llegar las amenazas. Pero desde entonces no pegaba ojo. Y por si fuera poco, ahora la amenazaban de muerte. No sabía qué hacer.
Se quitó los zapatos y se sentó en el sofá del salón. Después tomó el vaso de vodka y se dedicó a dar sorbitos mientras escuchaba los ruidos que hacía el hombre del cuarto de baño. Cerró los ojos e imaginó que estaba allí por otro motivo, por un motivo romántico. Deseaba que apareciera completamente desnudo y excitado, dispuesto a seducirla.
La fantasía bastó para que olvidara temporalmente del asunto de las amenazas. Pero al cabo de un rato soltó un gemido y apretó la cara contra uno de los cojines. Después de lo que le había hecho en el garaje, era muy improbable que se pusiera romántico con ella.
Minutos después, él salió del cuarto de baño. Llevaba el pelo mojado y una toalla por encima de los hombros. Ya no tenía enrojecidos los ojos, así que pudo distinguir su color: un verde profundo.
Lali tragó saliva e intentó sonreír.


Les prometo que mañana maraton.Igual, si hay comentarios por ahi y subo otro. Ustedes dicen.

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