Mi pacto con vos está escrito en las estrellas, es más fuerte que la distancia y el tiempo, es un pacto que vence al destino.

domingo, 24 de marzo de 2013

Capitulo 22


—¿Con la puerta?
—Con tu seguridad en general. Un ladrón entraría en menos de cinco segundos. Hay que cambiar la cerradura y habría que poner alarmas en las ventanas; cuando alguien no se quiere molestar en forzar una puerta, rompe una ventana y se ahorra las molestias —le explicó.
—Pero este es un vecindario tranquilo. Y siempre cierro con llave.

—Cariño, tú eres la experta en sexo, de lo cual me alegro muchísimo. Pero yo soy experto en seguridad y te digo que esta casa es pan comido para cualquier delincuente. Te enviaré a algunos de mis chicos mañana y diseñarán un sistema específico para ti.
—Está bien, pero que no sea complicado. Ni siquiera sé programar el vídeo.
—No te preocupes —inclinándose para darle un beso—. Recibirás lecciones privadas del presidente de la empresa.
Lali también lo besó.
—Aunque no nos podamos ver hasta el sábado, ¿puedo llamarte por teléfono? —preguntó él.
Lali asintió.
—Claro, mi teléfono está en la guía.
—Pues eso también tendrá que cambiar. No debería aparecer en la guía.
—Oh, deja de preocuparte…
—Lo siento, es mi trabajo —dijo él—. En fin, debería marcharme.
—¿Me llamarás?
—Sí. Y cuando salga a correr, es posible que me acerque a tu casa para asegurarme de que todo marcha bien.
—De acuerdo, pero si vas a pasar por delante de mis ventanas, ponte un pantaloncito muy ajustado.
Peter rió y Lali lo acompañó a la salida.
—Gracias por todo —dijo ella—. Por cuidarme. Por llevarme a Maine. Por hacer que me sintiera segura.
—De nada… Entonces, ¿nos vemos él sábado?
Lali asintió. Todavía existía la posibilidad de que pudieran mantener una relación. Al principio sólo había sido una atracción sexual, pero ahora parecía más que eso.
Peter suspiró y se alejó. Prefería no pensar en el futuro. Intentaría ir poco a poco.
Y si acababan en la cama, se limitaría a disfrutar del momento. Independientemente de lo que ocurriera después.


Lali tomó la última página del manuscrito y comprobó la bibliografía. Estaba algo cansada. Había estado en las tres terapias de los jueves y después de comer había ido a la universidad para ponerse al día.
—Creo que hay una edición posterior de ese libro, de Barrington. Tal vez deberíamos cambiar la cita —dijo.
—¿Y qué edición utilizaste de referencia? —preguntó Daniel.
—La de 1963.
—Bah, déjalo. Si quieren cambiarlo, que lo cambien.
Lali le dio la página.
—¿Se lo damos a Simón para que lo corrija o prefieres dárselo a tu ayudante?
Daniel rió.
—Dáselo a Simón, que siempre está deseando ayudar. Ah, y a partir de ahora, llámalo de vez en cuando si decides marcharte de la ciudad. Estaba desesperado cuando te marchaste. Me llamó tres veces para saber si había sabido algo de ti.
—Sólo hace su trabajo.
—No. Creo que está enamorado.
—¿Simón? ¿De mí? No puedo creerlo…
—A mí no me parece tan difícil de creer. Cualquier hombre que te conozca de verdad se enamoraría de ti —murmuró.
Lali soltó un gemido. Había captado la indirecta.
—Daniel, yo…
—No es necesario que digas nada. Sabes que estoy casado y también sabes que mi esposa me quiere y que arriesgaría mi matrimonio. Simplemente, tenía que decírtelo.
—¿Esperabas que yo quisiera algo más de nuestra relación?
Él se encogió de hombros.
—No, porque habría sido el mayor de mis errores. No sólo eres una compañera de trabajo sino también una gran amiga, y no arriesgaría nuestra amistad por eso. Pero tampoco te quiero mentir. Alguna vez me he preguntado qué habría pasado entre nosotros si yo no hubiera estado casado.
—Lo siento. No lo sabía.
—¿Y qué habría pasado?
Lali se encogió de hombros.
—Tampoco lo sé, Daniel. Sólo puedo decirte que acabo de conocer a un hombre que…
Daniel alzó una mano para interrumpirla.
—No me digas más. Supongo que Peter Lanzani es un tipo encantador, y aunque no me parece que sea de tu estilo, se nota que lo aprecias.
—¿En qué?
—Estás distinta. Feliz. Excitada… ¿Cómo lo conociste?
—Trevor Ross lo envió el fin de semana pasado cuando se recibió la amenaza de muerte. Ha sido mi guardaespaldas desde entonces.
—¿Guardaespaldas? Me dijo que era vendedor.
—Probablemente te lo dijo porque sospechaba de ti. Pero han arrestado al culpable —explicó.
—¿Y quién era?
—Jerry Abler, un trabajador de la emisora —respondió—. Y yo que lo tenía por un buen chico… Quería acercarme a la comisaría para hablar con él, pero me han dicho que es mejor que no lo haga.
—Tienen razón. Deberías olvidarte de ese asunto.
—Sí, es verdad —suspiró—. En fin, supongo que ya hemos terminado…
Daniel asintió y sonrió con debilidad.
—Escucha… olvida lo que he dicho antes. Bórralo de tu cabeza. Últimamente estoy algo desconcentrado.
—¿Tienes problemas con Marcy? Tal vez podría ayudarte. Podría recomendarte un asesor matrimonial.
—Tú eres la última persona que puede ayudarme con mi matrimonio. Además, ya lo arreglaremos. Pero gracias por tu preocupación.
—Gracias a ti, Daniel… ¿sabes una cosa? Eres la única persona a quien le había contado lo de las amenazas y lo de mi trabajo en la radio. Me alegro de haber confiado en ti. Eres un gran amigo.
—Y siempre lo seré, no lo dudes.
Daniel se marchó con una sonrisa de melancolía en el rostro. Lali pensó que en cierta época le habría gustado salir con él. Antes de que se casara y antes de que ella conociera a Peter. Pero ahora ya no era posible. Sólo esperaba que Daniel pudiera solventar sus problemas con Marcy y ser feliz.
Lali recogió el manuscrito, su bolso y el maletín. Dejó el manuscrito en la mesa de Simón y le escribió una nota antes de marcharse. Después, se dirigió al lugar donde había aparcado el coche, a escasa distancia del despacho. Ahora que había desaparecido el peligro de las amenazas, se sentía libre otra vez.
Era jueves. Tendría que esperar dos días más para ver a Peter, pero al menos tendría tiempo de comprarse un vestido nuevo, arreglarse el pelo y hacerse la manicura. Aunque ardía de deseos por verlo, tampoco le importaba esperar. Así alimentaría aún más su deseo.
El coche estaba donde lo había dejado. Sin embargo, notó algo extraño. Alguien le había rayado todo un lateral.
Le sorprendió mucho. En la universidad se producían actos de vandalismo de cuando en cuando, pero el servicio de seguridad mantenía las cosas dentro de márgenes razonables. Al cabo de unos segundos se le ocurrió pensar que tal vez no fuera un acto normal y corriente de vandalismo. Tal vez había sido deliberado. ¿Qué pasaría si Jerry no era el autor de las notas y la policía había cometido un error?
Pero Jerry había confesado. ¿Y que motivo podía tener para confesar si no era culpable? No entendía nada. Además, Jerry era un buen chico. Siempre dispuesto a ayudar y a sustituir a sus compañeros cuando surgía algún problema. Sólo se le ocurría una explicación: su sentimiento de inferioridad. Quizás se había declarado culpable simplemente porque así se ganaría la atención y el respeto de sus amigos. Por absurdo que pareciera, podía ser.
—No, qué tontería —se dijo—. Peter ha dicho que todo ha terminado y debe de ser cierto. Él no se equivocaría.
Sin embargo, no logró tranquilizarse. Subió al coche y siguió dándole vueltas al asunto. Sintió la necesidad de llamar a Peter para hacerle partícipe de sus dudas, pero decidió que estaba exagerando y que no tenía motivos reales para preocuparse.
—Sólo estoy cansada. Es lógico, después de lo que me ha pasado.
Se detuvo unos minutos para hablar con el servicio de seguridad del campus y explicarles lo sucedido. Un guardia le aseguró que aumentarían la vigilancia y que comprobarían los vídeos de las cámaras para ver si descubrían al responsable.
Lali subió otra vez al coche y se dirigió a su domicilio. Tenía intención de trabajar un poco en el jardín, pero estaba tan nerviosa que, cuando por fin llegó, prefirió quedarse dentro.
Tal como Peter le había prometido, a la mañana siguiente aparecieron varios de sus hombres. Instalaron varias alarmas, pero dijeron que tardarían un par de días más en completar el sistema.
Cuando se marcharon, Lali ya no podía más. Buscó en el bolso y sacó la tarjeta que Peter le había dado. Llamó a su teléfono móvil, pero saltó el contestador y prefirió no dejar ningún mensaje. Luego, se dirigió a la cocina, abrió una botella de vino y echó un trago.
—No seas tonta —se dijo en voz alta—. Estás buscando excusas para hablar con él. Si no fuera por lo del coche, encontrarías otra razón.
Lali había pensado que no podría resistirse a Peter si estaba con ella. Pero acababa de descubrir que su resistencia era todavía menor cuando no estaba a su lado. Lo echaba tanto de menos, que sabría que no volvería a respirar tranquila hasta que se vieran de nuevo e hicieran el amor.




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