Capitulo 29

—Me alegro, porque no soy de ese tipo de mujeres —bromeó.
—No, desde luego que no.
En ese momento, sonó el teléfono de Lali. Lo sacó del bolso y protestó.
—No, por Dios. No quiero responder a ninguna llamada…
—Tal vez deberías hacerlo —comentó él.
—Está bien, pero seré rápida. ¿Dígame?
—¿Profesora Esposito?
—Sí, soy yo…

—Soy el agente Franklin, del servicio de seguridad de la universidad. Me temo que tengo malas noticias para usted.
Lali miró a Peter y forzó una sonrisa.
—Siga, por favor.
—Alguien ha entrado en su despacho y lo ha destrozado todo.
—Comprendo —dijo ella, intentando mantener la calma—. ¿No puede darme más detalles?
—De momento, no. Necesitamos que venga y compruebe si falta algo. Hemos llamado a la policía porque sabíamos que ha recibido amenazas de muerte y nos han dicho que enviarán a un detective. ¿Podría estar aquí dentro de media hora?
Lali tomó aliento.
—Me temo que no. Tendrá que esperar hasta mañana por la mañana. Estoy segura de que ustedes sabrán ocuparse de todo.
—Pero profesora Esposito…
Lali cortó la comunicación.
—Discúlpame. Sólo eran tonterías de la universidad —mintió.
—¿Todo va bien?
Ella asintió.
Lali no quería pensar en el asunto. La policía todavía no había averiguado nada y el propio Peter estaba tan perdido como ellos. Ya había visto las cintas de vídeo del campus y no había sacado nada en claro.
Casi habían llegado al centro de la ciudad cuando sonó el móvil de Peter.
—No contestes —murmuró ella.
—Es de mi oficina. Te prometo que seré rápido. Es posible que hayan descubierto algo sobre tu caso.
Lali no quería que contestara porque sabía que le llamaban para contarle lo sucedido. Pero no pudo impedirlo.
Cuando Peter terminó de hablar, la miró un momento y preguntó:
—¿No tenías intención de contármelo?
—No quería que nos estropearan la cena.
Él maldijo en voz baja.
—¿Pensabas que no me informarían?
—Perdóname, Peter. Supongo que tienes razón, pero estoy tan cansada de todo esto…
—Cariño, podemos salir cualquier otro día. Esto es un asunto serio. Es tu seguridad lo que está en peligro —declaró—. Tienes que ser sincera conmigo, porque de lo contrario podríamos tener un problema de verdad.
—Sólo quiero pasar una noche tranquila. No me apetece que te pongas en plan profesional y que vuelvas a pensar sólo en el trabajo. ¿Es que es mucho pedir?
Peter detuvo el vehículo junto a la acera.
—Lali, hace tiempo que entre tú y yo hay algo más que mi supuesto papel de guardaespaldas. Y tal vez ese sea el problema. Paso tanto tiempo pensando en ti, que nunca pienso en la persona que te amenaza.
—Eso no es verdad. Me has ayudado mucho. No lo habría resistido sin tu ayuda.
—Pero mi primera obligación es asegurar que estés a salvo y no lo he hecho muy bien. No debí quedarme contigo. Debí encargárselo a mis hombres y hacer que te escoltara un ejército día y noche.
—No me dejes, por favor. No me sentiría a salvo sin ti.
Peter alzó los ojos al cielo y suspiró.
—Tenemos que ir a la universidad y ver lo que ha pasado.
—Está bien, si te empeñas… tal vez descubramos una pista o haya un testigo. Quién sabe.
Lali lo dijo sin convicción alguna. Todavía no habían encontrado nada. Estaban tan lejos de atraparlo como al principio.
Pero al contemplar el ramillete, se sintió mejor. Aquello no duraría para siempre. Más tarde o más temprano lo encontrarían. Y entonces sabría si aquello era una aventura pasajera o algo permanente en su vida.


Peter miró a Lali a través del cristal del estudio de la emisora. Ella no podía verlo, pero sabía que estaba al otro lado.
Peter se sentía muy culpable por lo que había sucedido. El instinto profesional le había dicho que debía mantener las distancias y ser objetivo con Lali hasta que solucionaran el caso. Pero en lugar de prestar atención a su instinto profesional, se había dejado llevar por su instinto físico.
Justo entonces, alguien llamó a la puerta de la sala de control. Era un joven. Llevaba un paquete y un mofitón de cartas.
—Es para la doctora Devine. El paquete ha llegado esta mañana.
—Dámelo a mí —dijo Peter.
El joven se lo dio y miró hacia el estudio.
—¿Está viendo el programa de la doctora? —preguntó.
—Sí —respondió Peter.
—¿Podría darle una nota de mi parte? Es una nota de disculpa.
—Ah, tú debes de ser Jerry…
—Sí, el infame Jerry. Supongo que he liado mucho las cosas.
—¿Por qué te declaraste culpable si eras inocente?
Él se encogió de hombros.
—No sé, supuse que la gente me miraría de otro modo… Tengo la impresión de que soy imposible. Nadie me hace caso y a nadie le importa lo que hago. Pero durante unos días, me prestaron atención.
—De todas formas, no debiste hacerlo.
—Lo sé. Por eso quería disculparme con la doctora.
—No te preocupes, le daré tu nota.
El joven sonrió.
—Se lo agradezco mucho.
Cuando el joven se marchó, Peter comentó al productor del programa:
—Me extraña que no lo hayan despedido…
—Es que es el sobrino del director de la emisora.
—Oh, vaya…
Peter miró todas las cartas. Era evidente que habían pasado por un control de la policía o por la seguridad de la emisora, porque todas estaban abiertas. Y no encontró nada interesante.
Luego, empezó a abrir el paquete, pero se detuvo. Estaba manchado con la misma pintura roja que habían usado en el coche de Lali.
Salió de la emisora tan deprisa como pudo y se dirigió al aparcamiento. Una vez allí, siguió abriéndolo con mucho cuidado. Había hecho un curso de desactivación de explosivos en la Armada, pero no era un especialista. Sin embargo sabía que si el paquete contenía una bomba no sería nada especialmente sofisticado.
Por fortuna, no contenía ninguna bomba. Sólo había un bote de pintura vacío y una nota que decía: Te estoy vigilando. Hablaremos pronto.
—Maldita sea… —murmuró.

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