Capitulo 35

—Llama a Daniel, cuéntale lo sucedido y dile que pase a recogerla.
Peter bajó al salón y llamó por teléfono.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó Lali.
—Sí.
—Entonces, bajemos y te prepararé un té.

Una hora más tarde, Daniel metió a su mujer en el coche y se marchó a casa. Lali contempló la escena desde la puerta de la casa. De algún modo, había conseguido mantener la calma.
—Bueno, todo ha terminado —dijo ella.
—Sí. Y por suerte, estás a salvo. Cuando vi que te apuntaba con esa pistola, estuve a punto de sufrir un infarto. Si no hubieras dicho lo del vestido, no habría sospechado nada y no habría subido a la habitación… te lo dije. Venir a tu casa no era buena idea. Lo siento, Lali. No he hecho bien mi trabajo.
—Has hecho todo lo que tenías que hacer.
Lali lo abrazó. Él la tomó de la mano y la llevó al dormitorio. Una vez allí, se desnudaron y se metieron en la cama.
Peter la besó. Ella deseaba hacer el amor con él, pero tenían todo el tiempo del mundo por delante. Antes, debía preguntar algo importante.
—¿Recuerdas lo que le has dicho a Marcy?
—Le he dicho muchas cosas.
—Me refiero a lo de que estamos enamorados.
—Ah, eso…
—Ha sido muy inteligente por tu parte. En cuanto lo dijiste, supe que me habías salvado.
No era lo que Lali pretendía decir. En realidad necesitaba saber si era verdad, si efectivamente estaba enamorado de ella. Pero no fue capaz de formular la pregunta. Además, temía que fuera demasiado pronto y no quería presionarlo.
Al final no preguntó nada. Se limitó a sentarse sobre él y a seducirlo hasta llevarlo al orgasmo. Ya encontraría respuestas a sus preguntas. Podía esperar un poco más.


Peter estaba en la cocina de la casa de Lali, contemplando el contenido del frigorífico.
—¿No habías dicho que había una?
—Mira en el estante de abajo.
Peter lo hizo y encontró la última botella de cerveza de las seis que había comprado la semana anterior.
Sonrió y la abrió. Ahora, sus vidas estaban entrecruzadas. Él tenía cervezas en su casa y ella ropa en la de él. A fin de cuentas sólo vivían a tres manzanas de distancia.
Aquella noche iban a celebrar el primer mes de su relación. No era mucho tiempo, pero en treinta días habían hecho y vivido más cosas juntos que muchas parejas en medio año. Lo que Lali no sabía era que Peter tenía intención de plantearle algo inesperado: que vivieran juntos en la misma casa. Le daba igual que fuera en la suya o en la de él, siempre que estuvieran juntos.
—¿Te gusta mi aspecto?
Lali se había puesto un vestido de color verde y blanco, abierto por la espalda y sin mangas.
Él sonrió. Cruzó la habitación y la besó.
—Estás preciosa.
—Cuando te haga una pregunta, quiero que me digas la verdad. Siempre. De modo que si el vestido me hace parecer culona, dilo.
—¿En comparación con qué? ¿Con el tamaño de la Luna? ¿Con la anchura de Montaña? —se burló—. No, en serio. Tu trasero tenía el tamaño adecuado ayer y lo sigue teniendo hoy.
—No me ayudas con nada…
—¿Y para qué me quieres a tu lado? ¿Es por lo mucho que me amas?
—Sí…
Peter lo preguntó sin darse cuenta y ella respondió sin darse cuenta. Y cuando Peter procesó las palabras y se recobró de la sorpresa, preguntó:
—¿Has dicho que me amas?
—Sí.
—Ah, bueno… me alegro. Porque yo también te amo —dijo, desconcertado.
—Me encanta que estemos de acuerdo —comentó ella con ironía.
—Y a mí.
Se dieron un largo beso, un beso interminable, como si quisieran sellar con él su relación. Al cabo de un rato, cuando cesaron las caricias, ella volvió a hablar.
—He recibido una nota de Daniel. Dice que no volverá a la universidad hasta después del verano.
—¿Es por Marcy?
—Sí. La ha llevado a una clínica psiquiátrica, pero estoy segura de que podrán resolver sus problemas. Perder a una hija debe de ser algo terrible.
—Espero que se recupere. Ya sabes que yo quería llamar a la policía.
—Y te agradezco que no lo hicieras.
Peter le acarició la espalda.
—¿Nos vamos?
—No, espera un momento.
Lali abrió el frigorífico y sacó tres platos que dejó en la encimera.
—¿Qué es eso? —preguntó él.
—Dijiste que debía llevar algo de comer a casa de tus padres, y como no me decidía, preparé tres platos distintos. Es una tradición muy antigua lo de llevar comida a casa de los padres del novio, ¿lo sabías? En África, incluso se llevan animales de granja.
—¿Y dónde has metido a los animales? ¿En el garaje?
Ella rió.
—No te burles, sólo quiero causarles buena impresión. Pero bueno, ¿qué plato crees que es más adecuado? Hay pastel, pasta y ensalada.
—¿Tengo que elegir uno? ¿Por qué no los llevas todos?
Lali negó con la cabeza.
—Parecería que me lo intentó demasiado en serio.
—¿Intentar qué?
—Ganarme su aprobación, claro.
—No necesitas su aprobación. Te amo. Y si yo te amo, ellos también te querrán. Además, tú no sabes cómo comen los miembros de mi familia… Te digo que deberíamos llevar los tres platos.
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, podemos llevar el pastel y la ensalada y dejar aquí la pasta. Nos la comeremos mañana.
—Trato hecho. Y ahora, vámonos.
Peter había hecho mil veces el trayecto a Bonnett Harbor, pero se le hizo más corto que nunca. Mientras hablaba con ella, se preguntó qué pensarían sus hermanos. A fin de cuentas, la idea del juramento de celibato había sido suya.
Pero no le importaba en absoluto. Sólo sabía que estaba enamorado de aquella mujer.
A medida que se acercaban a la casa, notó que el nerviosismo de Lali crecía.
—No te preocupes. Les gustarás.
—Sólo estarán tus dos hermanos y tus padres, ¿verdad?
—¿Bromeas? Tengo cuatro hermanos más. Dos chicos y dos chicas. Pablo, Agustin, Eugenia y Candela.

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