Peter dejó que el sol de media tarde calentara su cuerpo y su cara. Habían estado desayunando en el pueblo y luego se habían dedicado a pasear y a ver tiendas del puerto de Boothbay.
Siempre había odiado ir de compras, pero hacerlo con Lali había resultado interesante. Sus comentarios ácidos y sus bromas lo habían transformado en una experiencia totalmente diferente. Después, habían comido en uno de los restaurantes del lugar.
Antes de volver a la cabaña, decidieron pasarse por el muelle a tomar el sol. Ahora estaban echados en dos tumbonas.
—Tienes un cuerpo precioso.
Peter se giró hacia ella al escuchar el halago. Lali lo estaba mirando. Se había subido un poco la falda y se había quitado la blusa, quedándose en sujetador.
—¿Qué?
Ella se incorporó y cruzó las piernas.
—He dicho que tienes un cuerpo precioso. Y lo que más me gusta de él es que no es excesivamente musculoso. Odio esas cosas en los hombres, les hace parecer… superficiales.
—¿Me estás llamando esquelético?
—No, en absoluto. Tienes el aspecto que todo hombre debería tener. Por lo menos, según mis gustos…
—Hum… —Peter sonrió—. A mí también me gusta tu cuerpo. Muchísimo.
—¿Y qué parte te gusta más?
—¿Me estás preguntando si prefiero muslo o pechuga? —preguntó con ironía—. Muy bien, levántate un momento…
—¡No! —protestó.
—¿Y cómo voy a darte una respuesta objetiva si no permites que te examine a conciencia? —se burló.
Lali se levantó a regañadientes. Peter se sentó, se protegió del sol con una mano a modo de visera, y la observó de los pies a la cabeza.
—No sabría decir… —murmuró.
—¿Es que no hay nada en mi cuerpo que te guste?
—No, es que me gusta todo. No soy capaz de elegir una cosa en concreto. Me gustan tus rodillas y tus hombros. Me gusta tu espalda, tu cabello y toda tu cara, aunque especialmente tu boca y tus ojos. Y tus senos me vuelven loco. Y adoro tus pies. Y tus piernas son una verdadera maravilla.
Ella se volvió a tumbar.
—Eres demasiado encantador.
Lali sonrió y Peter se sorprendió un poco. Apenas la conocía y, sin embargo, su sonrisa se había convertido en el mejor premio para él. Se tomaba sus responsabilidades profesionales muy en serio, pero ya no estaba allí sólo para mantenerla a salvo, sino también para hacerla feliz.
Era algo desconcertante y nuevo para él. Sólo sabía que el mundo era perfecto si Lali estaba contenta.
—Podría quedarme aquí para siempre —dijo ella.
—Y yo.
Fue una declaración bastante inocente, pero Peter sabía que ocultaba un trasfondo importante. Lo había dicho en serio. Habría sido perfectamente capaz de quedarse allí para siempre o por o menos durante una larga temporada.
—No tengo que volver a la ciudad hasta el jueves —comentó ella—. Podríamos quedarnos una noche más si te parece bien.
Él estiró un brazo y la acarició.
—Me parece perfecto.
—¿No tienes que trabajar?
—Tengo el teléfono en la cabaña. Si me necesitan, me encontrarán. Además, hace tiempo que no me tomaba un descanso y creo que me lo merezco.
—Deberías descansar más a menudo.
—¿Cuándo fue la última vez que te fuiste de vacaciones?
—Hace años —confesó Lali—. No me gusta viajar sola.
—Estoy de acuerdo contigo, pero esta vez no estás sola. Ni yo —dijo mientras se levantaba de la tumbona—. Ahora tengo que dejarte un momento para llamar al despacho. ¿Quieres que te traiga algo de la cabaña?
—Sólo que me des un beso antes de marcharte.
Peter se inclinó. Ella lo abrazó y se besaron.
—Gracias por traerme aquí —murmuró Lali.
Peter contestó profundizando el beso, que se alargó durante muchos segundos. Para él, los besos sólo habían sido una parte más del ejercicio de la seducción. Pero eso había cambiado desde que la conocía, porque ahora eran un fin en sí mismos, algo divertido y apasionante como comer chocolate, montar a caballo o tumbarse junto a un fuego en una noche fría. Algo muy placentero.
Cuando por fin se incorporó, Lali sonreía de oreja a oreja.
—Tráeme algo de beber, ¿quieres?
—Volveré dentro de unos minutos, pero no te metas en el agua… siempre hay que nadar con un compañero.
—Sí, señor —se burló.
Peter ascendió por la colina donde se alzaba la cabaña. Buscó el teléfono móvil, llamó al despacho y habló primero con su secretaria y después con su gerente. Le pusieron al día de los detalles de la investigación y él pidió que lo pasaran con el responsable del caso de Lali.
—¿Algo nuevo, Rick?
—Hemos investigado a Daniel Ellsworth, pero no hay nada relevante. Ni deudas de juego ni relaciones extramatrimoniales ni quejas de colegas de profesión. Es un hombre muy respetado y todo el mundo está de acuerdo en que su interés por la señorita Esposito es simplemente profesional. Pero también nos han comentado que se beneficia de esa relación… por lo visto, no había conseguido publicar en revistas importantes hasta que empezó a firmar con ella.
—Comprendo. De modo que no hay nada de celos profesionales.
—No lo parece.
—¿Y qué pasa con su ayudante?
—Simón Lister se acuesta con su casera, una mujer de treinta y cinco años que está casada —respondió—. Pero todavía no te puedo contar mucho más porque seguimos investigándolo. Por lo visto se enamoró de una de sus profesoras cuando era estudiante en Cornell y la estuvo siguiendo. Mañana hablaré con ella.
—¿Has sacado algo en claro de las amenazas?
—Sólo que están impresas con la misma impresora. Pero no es el modelo que se utiliza en los departamentos de la universidad. De todas formas, envié muestras a Sam Devlin, del FBI, y me ha dicho que por la redacción de las notas y el estilo tiene la impresión de que se trata de una mujer.
—¿Está seguro?
—Dice que es bastante probable. En general, las mujeres utilizan las palabras de una forma diferente a los hombres. No podemos estar seguros al cien por cien, pero su opinión es relevante.
—Eso encajaría con lo que me ha contado Lali. Dice que no ha salido con nadie en una buena temporada.
—Es cierto.
—¿Lo has comprobado?
—Sí.
—¿Y has descubierto algo interesante?
—Que ha mantenido tres relaciones más o menos serias, todas con tipos de la universidad, y que ninguna duró más de un año. La más reciente terminó en abril del año pasado. Y curiosamente, los tres hombres con los que salió están felizmente casados en la actualidad.
—Muy bien. Llama a Trevor y cuéntale lo que has averiguado. Pero sigue con ello. Sea quien sea nuestra mujer, es posible que se desespere cuando no encuentre a Lali y que cometa un error. Nos quedaremos aquí hasta el jueves.
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ResponderEliminarConfirma mi teoria k la k hace las amenaxas es la hija d Trevor
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